El destino del Mundo
Dios creó nuestra historia y a ÉL nos debemos
jueves, 3 de marzo de 2016
EL PUEBLO ELEGIDO POR DIOS
DURANTE más de mil años, los judíos habían esperado la venida del
Salvador. En este acontecimiento habían cifrado sus más gloriosas
esperanzas. En cantos y profecías, en los ritos del templo y en las
oraciones familiares, habían engastado su nombre. Y sin embargo, cuando
vino, no le conocieron. El Amado del cielo fue para ellos como "raíz de
tierra seca," sin "parecer en él ni hermosura;" y no vieron en él
belleza que lo hiciera deseable a sus ojos. "A lo suyo vino, y los suyos
no le recibieron."*
Sin embargo, Dios había elegido a Israel. Lo había llamado para
conservar entre los hombres el conocimiento de su ley, así como los
símbolos y las profecías que señalaban al Salvador. Deseaba que fuese
como fuente de salvación para el mundo. Como Abrahán en la tierra donde
peregrinó, José en Egipto y Daniel en la corte de Babilonia, había de
ser el pueblo hebreo entre las naciones. Debía revelar a Dios ante los
hombres.
En el llamamiento dirigido a Abrahán, el Señor había dicho: "Bendecirte
he, . . . y serás bendición, . . . y serán benditas en ti todas las
familias de la tierra."* La misma enseñanza fue repetida por los
profetas. Aun después que Israel había sido asolado por la guerra y el
cautiverio, recibió esta promesa: "Y será el residuo de Jacob en medio
de muchos pueblos, como el rocío de Jehová, como las lluvias sobre la
hierba, las cuales no esperan varón, ni aguardan a hijos de hombres.'*
Acerca del templo de Jerusalén, el Señor declaró por medio de Isaías:
"Mi casa, casa de oración será llamada de todos los pueblos."*
Pero los israelitas cifraron sus esperanzas en la grandeza mundanal.
Desde el tiempo en que entraron en la tierra de Canaán, se apartaron de
los mandamientos de Dios y siguieron los caminos de los paganos. En vano
Dios les mandaba advertencias por sus profetas. En vano sufrieron el
castigo de la opresión pagana. A cada reforma seguía una apostasía
mayor. 20
Si los hijos de Israel hubieran sido fieles a Dios, él podría haber
logrado su propósito honrándolos y exaltándolos. Si hubiesen andado en
los caminos de la obediencia, él los habría ensalzado "sobre todas las
naciones que ha hecho, para alabanza y para renombre y para gloria."
"Verán todos los pueblos de la tierra --dijo Moisés-- que tú eres
llamado del nombre de Jehová, y te temerán." Las gentes "oirán hablar de
todos estos estatutos, y dirán: Ciertamente pueblo sabio y entendido es
esta gran nación."* Pero a causa de su infidelidad, el propósito de Dios
no pudo realizarse sino por medio de continua adversidad y humillación.
Fueron llevados en cautiverio a Babilonia y dispersados por tierras de
paganos. En la aflicción, muchos renovaron su fidelidad al pacto con
Dios. Mientras colgaban sus arpas de los sauces y lloraban por el santo
templo desolado, la luz de la verdad resplandeció por su medio, y el
conocimiento de Dios se difundió entre las naciones. Los sistemas
paganos de sacrificio eran una perversión del sistema que Dios había
ordenado; y más de un sincero observador de los ritos paganos aprendió
de los hebreos el significado del ceremonial divinamente ordenado, y con
fe aceptó la promesa de un Redentor.
Muchos de los sacerdotes sufrieron persecución. No pocos perdieron la
vida por negarse a violar el sábado y a observar las fiestas paganas. Al
levantarse los idólatras para aplastar la verdad, el Señor puso a sus
siervos frente a frente con reyes y gobernantes, a fin de que éstos y
sus pueblos pudiesen recibir la luz. Vez tras vez, los mayores monarcas
debieron proclamar la supremacía del Dios a quien adoraban los cautivos
hebreos.
Por el cautiverio babilónico, los israelitas fueron curados eficazmente
de la adoración de las imágenes esculpidas. Durante los siglos que
siguieron, sufrieron por la opresión de enemigos paganos, hasta que se
arraigó en ellos la convicción de que su prosperidad dependía de su
obediencia a la ley de Dios. Pero en el caso de muchos del pueblo la
obediencia no era impulsada por el amor. El motivo era egoísta. Rendían
un servicio externo a Dios como medio de alcanzar la grandeza nacional.
No llegaron a ser la luz del mundo, sino que se aislaron del mundo a fin
de rehuir la tentación de la idolatría. En las instrucciones dadas por
medio de Moisés, Dios había 21 impuesto restricciones a su asociación
con los idolatras; pero esta enseñanza había sido falsamente
interpretada. Estaba destinada a impedir que ellos se conformasen a las
prácticas de los paganos. Pero la usaron para edificar un muro de
separación entre Israel y todas las demás naciones. Los judíos
consideraban a Jerusalén como su cielo, y sentían verdaderamente celos
de que el Señor manifestase misericordia a los gentiles.
Después de regresar de Babilonia, dedicaron mucha atención a la
instrucción religiosa. Por todo el país, se erigieron sinagogas, en las
cuales los sacerdotes y escribas explicaban la ley. Y se establecieron
escuelas donde se profesaba enseñar los principios de la justicia,
juntamente con las artes y las ciencias. Pero estos medios se
corrompieron. Durante el cautiverio, muchos del pueblo habían recibido
ideas y costumbres paganas, y éstas penetraron en su ceremonial
religioso. En muchas cosas, se conformaban a las prácticas de los
idólatras.
Al apartarse de Dios, los judíos perdieron de vista mucho de lo que
enseñaba el ritual. Este ritual había sido instituido por Cristo mismo.
En todas sus partes, era un símbolo de él; y había estado lleno de
vitalidad y hermosura espiritual. Pero los judíos perdieron la vida
espiritual de sus ceremonias, y se aferraron a las formas muertas.
Confiaban en los sacrificios y los ritos mismos, en vez de confiar en
Aquel a quien éstos señalaban. A fin de reemplazar lo que habían
perdido, los sacerdotes y rabinos multiplicaron los requerimientos de su
invención; y cuanto más rígidos se volvían, tanto menos del amor de Dios
manifestaban. Medían su santidad por la multitud de sus ceremonias,
mientras que su corazón estaba lleno de orgullo e hipocresía.
Con todas sus minuciosas y gravosas órdenes, era imposible guardar la
ley. Los que deseaban servir a Dios, y trataban de observar los
preceptos rabínicos, luchaban bajo una pesada carga. No podían hallar
descanso de las acusaciones de una conciencia perturbada. Así Satanás
obraba para desalentar al pueblo, para rebajar su concepto del carácter
de Dios y para hacer despreciar la fe de Israel. Esperaba demostrar lo
que había sostenido cuando se rebeló en el cielo, a saber, que los
requerimientos de Dios eran injustos, y no podían ser obedecidos. Aun
Israel, declaraba, no guardaba la ley. 22
Aunque los judíos deseaban el advenimiento del Mesías, no tenían un
verdadero concepto de su misión. No buscaban la redención del pecado,
sino la liberación de los romanos. Esperaban que el Mesías vendría como
conquistador, para quebrantar el poder del opresor, y exaltar a Israel
al dominio universal. Así se iban preparando para rechazar al Salvador.
En el tiempo del nacimiento de Cristo, la nación estaba tascando el
freno bajo sus amos extranjeros, y la atormentaba la disensión interna.
Se les había permitido a los judíos conservar la forma de un gobierno
separado; pero nada podía disfrazar el hecho de que estaban bajo el yugo
romano, ni avenirlos a la restricción de su poder. Los romanos
reclamaban el derecho de nombrar o remover al sumo sacerdote, y este
cargo se conseguía con frecuencia por el fraude, el cohecho y aun el
homicidio. Así el sacerdocio se volvía cada vez más corrompido. Sin
embargo, los sacerdotes poseían aún gran poder y lo empleaban con fines
egoístas y mercenarios. El pueblo estaba sujeto a sus exigencias
despiadadas, y también a los gravosos impuestos de los romanos. Este
estado de cosas ocasionaba extenso descontento. Los estallidos populares
eran frecuentes. La codicia y la violencia, la desconfianza y la apatía
espiritual, estaban royendo el corazón mismo de la nación.
El odio a los romanos y el orgullo nacional y espiritual inducían a los
judíos a seguir adhiriéndose rigurosamente a sus formas de culto. Los
sacerdotes trataban de mantener una reputación de santidad atendiendo
escrupulosamente a las ceremonias religiosas. El pueblo, en sus
tinieblas y opresión, y los gobernantes sedientos de poder anhelaban la
venida de Aquel que vencería a sus enemigos y devolvería el reino a
Israel. Habían estudiado las profecías, pero sin percepción espiritual.
Así habían pasado por alto aquellos pasajes que señalaban la humillación
de Cristo en su primer advenimiento y aplicaban mal los que hablaban de
la gloria de su segunda venida. El orgullo obscurecía su visión.
Interpretaban las profecías de acuerdo con sus deseos egoístas
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