El destino del Mundo

Dios creó nuestra historia y a ÉL nos debemos

martes, 23 de abril de 2019

Cómo enseñó Jesús la verdad


Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado. Juan 17:3.
Si Cristo hubiera creído que era necesario, habría abierto ante sus discípulos
misterios que hubiesen eclipsado y marginado todos los descubrimientos
de la mente humana. Podría haber presentado detalles respecto de cada tema
que habrían ido más allá del razonamiento humano, y sin embargo no habrían

tergiversado la verdad de ninguna forma. Podría haber revelado lo desconoci-
do, aquello que habría desafi ado la imaginación y atraído los pensamientos de

generaciones sucesivas hasta el cierre de la historia de la tierra. Podría haber
abierto puertas a los misterios que la mente humana había tratado en vano de

dilucidar; podría haber presentado a hombres y mujeres un árbol de conoci-
miento del que podrían haber cosechado por las edades. Pero esta obra no era

esencial para la salvación de sus almas, y el conocimiento del carácter de Dios
era necesario para sus intereses eternos...
Jesús, el Señor de la vida y la gloria, vino a plantar el árbol de la vida para
la familia humana e invitar a los miembros de una raza caída a comer y estar
satisfechos. Vino a revelarles lo que era su única esperanza, su única felicidad,
tanto en este mundo como en el venidero... Él no permitiría que nada apartara
su atención de la obra que vino a hacer...
Jesús vio que el pueblo necesitaba que su mente fuese atraída hacia Dios,

para que se familiarizara con su carácter y obtuviera la justicia de Cristo re-
presentada en su Santa Ley. Él sabía que era necesario que todos tuvieran una

representación fi dedigna del carácter divino, para que no fuesen engañados por
las tergiversaciones de Satanás, quien había proyectado sus sombras infernales
sobre el camino de ellos, y en sus mentes había revestido a Dios con sus propias
características satánicas...
Por grandes y sabios que hayan sido considerados los maestros del mundo
en sus días o en los nuestros, en comparación con él no pueden ser admirados;
porque toda la verdad que profi rieron no fue más que aquello que él originó, y

todo lo que provino de cualquier otra fuente era una necedad. Incluso la ver-
dad que pronunciaban ellos, en su boca [de Cristo] adquiría belleza y gloria,

porque él la presentaba en su sencillez y dignidad –Signs of the Times, 1o de
mayo de 1893.