El destino del Mundo

Dios creó nuestra historia y a ÉL nos debemos

domingo, 22 de abril de 2018

5 RAZONES PARA HUIR DE LAS CIUDADES

Las profecías del Apocalipsis anuncian un momento en que se prohibirá el pueblo de Dios comprar y vender, el libro de Isaías dice que los elegidos tendrán su refugio en ‘fortaleza de rocas será su lugar de refugio; se le dará su pan, y sus aguas serán seguras.’ (Is 33:16).
La primera ciudad fue construida por Caín, después de matar a su hermano Abel, el tuvo un hijo cuyo nombre se convirtió en la ciudad: ‘Enoc’. (Gen 4:17)
No era el plan de Dios de que el ser humano viviera en ciudades, por lo que al crearlo, lo puso en un jardín, el mandato de Dios a Adán era claro: “Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra”(Gen 1:28)
La propuesta de ciudades es contraria a esto, es juntarse en lugar de extenderse, recuerda la torre de Babel?
En el tiempo del fin, el pueblo de Dios morará en las montañas en lugares solitarios y desolados, a semejanza de Lot, por qué las grandes ciudades del mundo ya se han convertido en Sodoma y luego serán blancos de terribles juicios punitivos.

EL TIEMPO DE ANGUSTIA FUTURO

En Mateo 24 Cristo habló de hambre, terremotos, guerras y varios otras ‘señales’ como eventos que preceden al final, el libro de Daniel también tiene este pasaje:
“En aquel tiempo se levantará Miguel, el gran príncipe que está de parte de los hijos de tu pueblo; y será tiempo de angustia, cual nunca fue desde que hubo gente hasta entonces; pero en aquel tiempo será libertado tu pueblo, todos los que se hallen escritos en el libro.”. (Daniel 12: 1)

“Sucede muchas veces que los peligros que se esperan no resultan tan grandes como uno se los había imaginado; pero este no es el caso respecto de la crisis que nos espera. La imaginación más fecunda no alcanza a darse cuenta de la magnitud de tan dolorosa prueba. ” (El Conflicto de los Siglos, págs. 621 y 622)

¿LA IGLESIA PASARÁ POR LA ANGUSTIA?

Desde el principio de la historia el pueblo de Dios pasa por tribulaciones, y a lo largo de toda la Biblia los escogidos sufrieron angustias como en la esclavitud de Egipto, en el cautiverio babilónico y en la persecución a la iglesia primitiva.
Si los propios apóstoles que vivieron con Cristo fueron afligidos, ¿qué es lo que tenemos tan hermoso que no sufriremos?
Juan dice que los salvos en el tiempo del final serán aquellos que:
“…que están saliendo de la gran tribulación; han lavado y blanqueado sus túnicas en la sangre del Cordero.” (Ap. 7: 14)
La idea básica es que la tribulación no es más que victoria para quien es fiel, y en el cielo sólo habrá fieles!
Es importante resaltar que la angustia es permitida por Dios simplemente por el hecho de que es NECESARIA, los juicios de Dios son determinados sobre todos, sobre los impíos los juicios actúan como destrucción, porque no han demostrado frutos de arrepentimiento.
Pero aquellos que se arrepienten de sus pecados y logren perseverar hasta el final serán APROBADOS, nadie podrá ser aprobado si no es probado. David en el Salmo 23 señala que :
“Aunque ande en valle de sombra de muerte,
No temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo;
Tu vara y tu cayado me infundirán aliento.”. (Sal. 23: 4)
Observa que la confianza de David no es que nunca sufra angustia, pero aunque sufra, el SEÑOR estará con él.

¿QUÉ DETERMINARÁ LA ANGÚSTIA FUTURA?

La angustia será provocada por la imposición de la marca de la Bestia, pero antes de eso habrá un estado de crisis que fomentará la formación de la imagen de la Bestia, conflictos laborales, huelgas y apremios económicos que van a someter a los habitantes de las ciudades a grave recesión.
“Las uniones laborales constituirán una de las agencias que traerán sobre esta tierra un tiempo de angustia como nunca ha habido desde que el mundo fue creado…”.(Eventos Finales 16 EGW)
Un ejemplo de esto es lo que ya vemos que sucede en Venezuela

¿POR QUÉ SALIR DE LAS CIUDADES?

Son 4 razones básicas por las que debemos salir de las ciudades, tanto para salvar la vida, como para prepararse para la venida de Cristo:

1 – AUMENTO DE LA IMPIEDAD

El cuadro de inmoralidad, violencia y depravación se ha agravado año tras año, y hasta la iglesia está cada vez más ‘mundanalizada’ por las costumbres y prácticas asimiladas a lo largo del tiempo.
Este estado de cosas hace que el mal parezca cada vez menos ofensivo, a punto de que todos vean el pecado como natural, muchos padres hace 10 años atrás se quedarían horrorizados con las cosas que los hijos hacen hoy sin ninguna restricción.
Los impíos son cada vez más audaces en afrontar a Dios y su ley, crece la cantidad de ateos, las religiones se han convertido en clubes mercantilistas, que ni de lejos practican las virtudes del evangelio, sólo lo que predomina es la codicia y el fraude.

2. HUELGAS Y REVUELTAS

La opresión económica, la tensión causada por las reformas del gobierno plantea un espíritu de rebelión e insatisfacción en la gente, que promoverá huelgas con resultados inimaginables. El crimen organizado dividira las ciudades en territorios de tráfico, y cada pedazo será disputado en medio de asaltos y matanzas.

3 – IRA DIVINA

Las ciudades ya han sido objeto de catástrofes y desastres naturales, y serán mucho más en el futuro.
Apocalipsis 7 versículo 1 dice que cuatro ángeles están reteniendo los vientos de la ira de Dios hasta que su pueblo sea sellado, llegará un momento en que éstos ángeles dejarán que los pecadores cosechen los frutos de su rebelión, no es posible describir el cuadro que seguirá después de eso. Caerán las 7 plagas registradas en Apocalipsis 16, que afectarán principalmente la vida en las ciudades.

4 – EPIDEMIAS Y CONTAMINACIÓN

Los brotes como el de la gripe porcina, H1N1 y ebola pueden dejar un rastro de destrucción devastadora en los grandes centros, las epidemias ocurridas anteriormente fueron sólo advertencias de lo que vendrá.
Tanto el agua como los alimentos distribuidos en las ciudades están contaminados con agrotóxicos y pesticidas, sin hablar de los enlatados con sus conservantes

5 – PROHIBICIÓN DE COMPRAR Y VENDER

Un tiempo terrible que nos espera:
“Y hacía que á todos, á los pequeños y grandes, ricos y pobres, libres y siervos, se pusiese una marca en su mano derecha, ó en sus frentes: Y que ninguno pudiese comprar ó vender, sino el que tuviera la señal, ó el nombre de la bestia, ó el número de su nombre.” (Apocalipsis 13: 16,17)
Esta ley sera dada como una medicina para controlar la crisis y promover el orden en los tres contextos siguientes:
  • 1. Caos económico
  • 2. Caos ecológico
  • 3. Caos social
El problema es que la solución que se cree incluirá una ley dominical que en parte parece beneficioso para promover la elevación económica, social y ecológica en el mundo, pero en el otro lado afronta directamente la justicia de la ley Dios, que ordena el reposo del sábado.
En ese momento sólo habrá dos pueblos distintos que habiten en la tierra:
Los que aceptan la observancia del domingo y por lo tanto reciben la marca de la bestia;
Y los que a duras costas, permanecerán fieles a Dios, guardando el sábado.
Y ahí entra el principal motivo por el cual los hijos de Dios necesitarán salir de las ciudades. El que guarde el sábado estará prohibido de comprar y de vender y por lo tanto, necesita prepararse yendo al campo cuanto antes donde podrá plantar su propio alimento, PERSEVERAR y SOBREVIVIR.

CUANDO SALIR DE LAS CIUDADES?

El llamado de Dios para salir de las ciudades ya está siendo dado, y muchas personas ya se están preparando para eso, otras están bien fijadas en las áreas rurales, adaptándose a todo lo que es necesario. Pero el último momento en que usted y yo tenemos para salir será cuando sea aprobada la ley dominical, vea:

“Así como el sitio de Jerusalén por los ejércitos romanos fue la señal para que huyesen los cristianos de Judea, así la toma de poder por parte de nuestra nación [los Estados Unidos], con el decreto que imponga el día de descanso papal, será para nosotros una amonestación. Entonces será tiempo de abandonar las grandes ciudades, y prepararnos para abandonar las menores en busca de hogares retraídos en lugares apartados entre las montañas. Y ahora, en vez de buscar costosas moradas aquí, debemos prepararnos para trasladarnos a una patria mejor, la celestial.”. (Vida en el Campo 47 EGW)

¿A DONDE IR?

El campo es el lugar ideal para promover el desarrollo del carácter cristiano, todos aquellos que están preocupados por seguir el ejemplo de Cristo se enfrentan con gran desventaja en las ciudades modernas, ante la infinidad de distracciones y consumismo que esclaviza a las personas en el conformismo. Son muchas las desventajas de una vida en el campo cuando se compara con las facilidades de la vida urbana, pero es importante resaltar que ese cuadro se va a invertir, como constatado con la situación en Venezuela.

CÓMO SALIR DE LAS CIUDADES?

El cambio se debe poco a poco, son más de 50 factores que deben ser cuidadosamente analizados antes de cambiar, como escuela de hijos, transporte, comunicación, condiciones de vida, acceso al agua, trabajo y fuentes de ingresos.
NOTA: Si estos puntos no están bien analizados, el cambio puede ser más perjudicial que beneficioso.
Como la adaptación el sitio necesita tiempo, es importante a tener en cuenta todas las cosas necesarias antes de ir.

¿QUÉ ACONTECERA CON QUIEN NO SALGA DE LA CIUDAD?

Las personas que quieren servir a Dios mas permanecen en las ciudades en tiempo de angustia sólo tendrá dos opciones diferentes:
  • 1. Prohibición de la compra y venta, y, finalmente, el encarcelamiento y la muerte;
  • 2. Negar a Cristo y aceptar la marca de la Bestia para gozar de los privilegios de vivir como siempre vivió.
Esta realmente será una angustia como nunca se vio en el mundo, de proporciones cósmicas, afectando a ricos y pobres indistintamente. El que niegue la fe acabará percibiendo que ha hecho un pésimo negocio, porque la ley que instituye el domingo como día de reposo desencadenará la ruina completa de la economía mundial, provocando la más terrible convulsión social que ya se ha visto, y que además atraerá los juicios de Dios, derramados sin misericordia. Quién tiene oídos para oír, Oiga!

CONCLUSIÓN

Usted descubrió en este artículo 4 razones para salir de las Ciudades cuanto antes, si quiere servir a Dios en el tiempo del fin. ¿Qué piensa de este enfoque? ¿ya había pensado sobre eso?


jueves, 19 de abril de 2018

LA EXPERIENCIA DE LA SALVACION

LOS ADVENTISTAS DEL SÉPTIMO DÍA CREEN EN...
La experiencia de
la salvación
Con amor y misericordia infinitos Dios hizo que Cristo, que no conoció pecado,
fuera hecho pecado por nosotros, para que nosotros pudiésemos ser hechos
justicia de Dios en él. Guiados por el Espíritu Santo sentimos nuestra necesidad,
reconocemos nuestra pecaminosidad, nos arrepentimos de nuestras
transgresiones, y ejercemos fe en Jesús como Señor y Cristo, como sustituto y
ejemplo. Esta fe que acepta la salvación nos llega por medio del poder divino
de la Palabra y es un don de la gracia de Dios. Mediante Cristo somos justificados,
adoptados como hijos e hijas de Dios y librados del dominio del pecado.
Por medio del Espíritu nacemos de nuevo y somos santificados; el Espíritu
renueva nuestras mentes, graba la ley de amor de Dios en nuestros corazones y
nos da poder para vivir una vida santa. Al permanecer en él somos participantes
de la naturaleza divina y tenemos la seguridad de la salvación ahora y
en ocasión del juicio (2 Cor. 5:17-21; Juan 3:16; Gál. 1:4; 4:4-7; Tito 3:3-7; Juan
16:8; Gál. 3:13,14; 1 Ped. 2:21,22; Rom. 10:17; Luc. 17:5; Mar. 9:23,24; Efe. 2:5-
10; Rom. 3:21-26; Col. 1:13,14; Rom. 8:14-17; Gál. 3:26; Juan 3:3-8; 1 Ped. 1:23;
Rom. 12:2; Heb. 8:7-12; Eze. 36:25-27; 2 Ped. 1:3,4; Rom. 8:1-4; 5:6-10).
11 ACE SIGLOS, EL PASTOR DE HERMAS soñó con una anciana arrugada que había
vivido mucho tiempo. En su sueño, a medida que pasaba el tiempo, la anciana comenzó
a cambiar: Si bien su cuerpo todavía estaba envejecido y su cabello blanco, su rostro
comenzó a parecer más joven. Eventualmente, fue restaurada a su juventud.
El autor británico, T. F. Torrance, comparaba a la anciana con la iglesia.1 Los
cristianos no pueden mantenerse estáticos. Si el Espíritu de Cristo reina en nuestro
interior (Rom. 8:9), nos mantenemos en un proceso de cambio dinámico.
Pablo dijo: “Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella, para santifi131
132 . LOS ADVENTISTAS DEL SÉPTIMO DÍA CREEN EN.
caria, habiéndola purificado en el lavamiento del agua por la Palabra, a fin de presentársela
a sí mismo, una iglesia gloriosa, que no tuviese mancha ni arruga ni cosa
semejante, sino que fuese santa y sin mancha” (Efe. 5:25-27). El blanco de la iglesia
es obtener esa limpieza. Por lo tanto, los creyentes que forman parte de la iglesia
pueden testificar que “aunque este nuestro hombre exterior se va desgastando, el
interior no obstante se renueva de día en día” (2 Cor. 4:16). “Por tanto, nosotros todos,
mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados
de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor” (2
Cor. 3:18). Esta transformación constituye la culminación del Pentecostés interior.
A través de toda la Escritura, las descripciones de la experiencia del creyente —la
salvación, justificación, santificación, purificación y redención—, se presentan como
(1) ya cumplidas, (2) en proceso de verse cumplidas en la actualidad, y (3) por realizarse
en el futuro. La comprensión de estas tres perspectivas nos ayuda a resolver
las aparentes tensiones en el énfasis relativo que se coloca sobre la justificación y la
santificación. Este capítulo, por lo tanto, se ha dividido en tres secciones principales,
que tratan de la salvación en el pasado, el presente y el futuro del creyente.
La experiencia de la salvación y el pasado
No basta con obtener un conocimiento factual acerca de Dios, y de su amor y
benevolencia. Es contraproducente procurar desarrollar el bien en uno mismo
aparte de Cristo. La experiencia de salvación que alcanza las profundidades del
alma viene solo de Dios. Refiriéndose a esta experiencia, Cristo declaró: "El que
no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios... el que no naciere de agua y
del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios” (Juan 3:3, 5).
Únicamente por medio de Jesucristo puede un individuo experimentar la salvación:
“Porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que
podamos ser salvos” (Hech. 4:12). Jesús dijo: “Yo soy el camino, y la verdad, y la
vida; nadie viene al Padre, sino por mí” (Juan 14:6).
La experiencia de la salvación implica arrepentimiento, confesión, perdón,
justificación y santificación.
El arrepentimiento. Poco antes de su crucifixión, Jesús les prometió a sus discípulos
el Espíritu Santo, el cual revelaría al Salvador cuando este convenciera “al mundo de
pecado, de justicia y de juicio” (Juan 16:8). Cuando en el Pentecostés el Espíritu Santo
convenció al pueblo de su necesidad de un Salvador, y los oyentes preguntaron cómo
deberían reaccionar, Pedro replicó: “arrepentios” (Hech. 2:37,38; compárese con 3:19).
1. ¿Qué es el arrepentimiento? La palabra arrepentimiento es una traducción del
hebreo nájam, "sentir pesar”, “arrepentirse”. El equivalente griego, metanoéó, sig-
La experiencia de la salvación ? 133
nifica “cambiar de parecer”, “sentir remordimiento”, “arrepentirse”. El arrepentimiento
genuino produce un cambio radical en nuestra actitud hacia Dios y el
pecado. El Espíritu de Dios convence de la gravedad del pecado a los que lo reciben,
y produce en ellos un sentido de la justicia de Dios y de su propia condición perdida.
Experimentan pesar y culpabilidad. Reconociendo la verdad que “el que encubre
sus pecados no prosperará; mas el que los confiesa y se aparta alcanzará misericordia”
(Prov. 28:13), confiesan pecados específicos. Ejercitando en forma
decidida sus voluntades, se entregan enteramente al Salvador y renuncian a su conducta
pecaminosa. De este modo, el arrepentimiento alcanza su punto culminante
en la conversión, que constituye el acto por el cual el pecador se vuelve hacia Dios
(del griego epístrofe, “volverse en dirección a”, compárese con Hech. 15:3).2
El arrepentimiento de sus pecados de adulterio y asesinato que experimentó
David, ejemplifica vividamente la manera como esta experiencia prepara el
camino para obtener la victoria sobre el pecado. Bajo la convicción del Espíritu
Santo, despreció su pecado y se lamentó de él, rogando que se le concediera pureza:
“Reconozco mis rebeliones, y mi pecado está siempre delante de mí. Contra
ti, contra ti solo he pecado, y he hecho lo malo delante de tus ojos”. “Ten piedad
de mí, oh Dios, conforme a tu misericordia; conforme a la multitud de tus piedades
borra mis rebeliones". “Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, y renueva
un espíritu recto dentro de mí” (Sal. 51:3,1,10). La experiencia posterior de David
demuestra que la misericordia de Dios no solo provee el perdón del pecado,
sino que rescata de sus garras al pecador.
Si bien es cierto que el arrepentimiento precede al perdón, el pecador no puede por
su arrepentimiento hacerse digno de obtener la bendición de Dios. De hecho, el pecador
ni siquiera puede producir en sí mismo el arrepentimiento, porque es el don de
Dios (Hech. 5:31; compárese con Rom. 2:4). El Espíritu Santo atrae al pecador a Cristo
con el fin de que pueda hallar arrepentimiento, ese profundo pesar por el pecado.
2. La motivación del arrepentimiento. Cristo dijo: “Y yo, si fuere levantado de
la tierra, a todos atraeré a mí mismo” (Juan 12:32). Nuestro corazón se reblandece
y subyuga cuando nos damos cuenta de que la muerte de Cristo nos justifica y
nos libra de la pena de muerte. Imaginémonos los sentimientos de un prisionero
que espera su ejecución, al ver que repentinamente se le entrega un documento
en el cual se lo perdona.
En Cristo, el pecador arrepentido no solo recibe el perdón sino que se lo declara
inocente. No merece un tratamiento tal, y no puede esperar ganarlo. Según
señala Pablo, Cristo murió para efectuar nuestra justificación mientras aún éramos
débiles, pecaminosos, impíos y enemigos de Dios (Rom. 5:6-10). Nada puede
conmover las profundidades del alma al punto que puede lograrlo la compren-
134 ? LOS ADVENTISTAS DEL SÉPTIMO DÍA CREEN EN..
sión del amor perdonador de Cristo. Cuando los pecadores contemplan este
amor divino insondable, que se exhibió en la cruz, reciben la más poderosa motivación
al arrepentimiento que existe. Ésta es la bondad de Dios que nos guía al
arrepentimiento (Rom. 2:4).
La justificación. Dios, en su infinito amor y misericordia, “al que no conoció
pecado [Cristo], por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos
justicia de Dios en él” (2 Cor. 5:21). Por medio de la fe en Jesús, el corazón se llena
de su Espíritu. Por medio de esa misma fe, que es un don de la gracia de Dios (Rom.
12:3; Efe. 2:8), los pecadores arrepentidos reciben la justificación (Rom. 3:28).
El término “justificación” es una traducción del griego dikaioma, que significa
“requisito recto, acta”, “reglamentación”, “sentencia judicial”, “acto de justicia”, y dikaiosis,
que significa “justificación", “vindicación”, “absolución”. El verbo dikaioo, que
está relacionado, y que significa “ser pronunciado recto y tratado como tal”, “ser absuelto”,
“ser justificado”, “recibir la libertad, ser hecho puro”, “justificar”, “vindicar”,
“hacer justicia”, provee comprensión adicional del significado del término.3
En general, el término justificación, en su uso teológico, es “el acto divino por
el cual Dios declara justo a un pecador penitente, o lo considera justo. La justificación
es lo opuesto de la condenación (Rom. 5:16)”.4La base de esta justificación
no es nuestra obediencia sino la de Cristo, por cuanto “por la justicia de uno vino
a todos los hombres la justificación de vida... por la obediencia de uno, los muchos
serán constituidos justos” (Rom. 5:18,19). El Salvador concede esta obediencia a
los creyentes que son “justificados gratuitamente por su gracia” (Rom. 3:24).
“Nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su
misericordia” (Tito 3:5).
1. El papel de la fe y las obras. Muchos creen erróneamente que su posición
delante de Dios depende de sus obras buenas o malas. Pablo, al tratar el tema de
cómo se justifican los individuos delante de Dios, declaró en forma inequívoca
que estimaba “todas las cosas como pérdida... para ganar a Cristo, y ser hallado
en él, no teniendo mi propia justicia... sino la que es por la fe de Cristo, la justicia
que es de Dios por la fe” (Fil. 3:8, 9). Señaló a Abraham, el cual “creyó... a Dios, y
le fue contado por justicia” (Rom. 4:3, Gén. 15:6). Fue justificado antes de someterse
a circunsición, y no por causa de ella (Rom. 4:9,10).
¿Qué clase de fe tenía Abraham? Las Escrituras revelan que “por la fe Abraham,
siendo llamado, obedeció” cuando Dios lo llamó, dejando su tierra natal y
viajando “sin saber a dónde iba” (Heb. 11:8-10; compárese con Gén. 12:4; 13:18).
Su fe viva y genuina en Dios se demostró por su obediencia. El patriarca fue justificado
de acuerdo con esta fe dinámica.
La experiencia de la salvación • 135
El apóstol Santiago nos amonesta contra otra comprensión incorrecta de la
justificación por la fe, según la cual uno puede ser justificado por fe sin manifestar
las correspondientes obras. Como Pablo, Santiago ilustró el concepto recurriendo
a la experiencia de Abraham. El acto de Abraham al ofrecer a su hijo
Isaac (Sant. 2:21) demostró su fe. Pregunta el apóstol: ¿No ves que la fe actuó
juntamente con sus obras, y que la fe se perfeccionó por las obras?” (Sant. 2:22).
"La fe, si no tiene obras, es muerta en sí misma” (Sant. 2:17).
La experiencia de Abraham reveló que las obras constituyen la evidencia de
una verdadera relación con Dios. La fe que lleva a la justificación es, por lo tanto,
una fe viva que obra (Sant. 2:24).
Pablo y Santiago están de acuerdo en lo que constituye la justificación por la
fe. Pablo revela la falacia de obtener justificación por obras, mientras que Santiago
enfoca el concepto igualmente peligroso de pretender que somos justificados
sin mostrar las obras correspondientes. Ni las obras ni una fe muerta pueden
conducirnos a la justificación. Ésta puede cumplirse únicamente por una fe
genuina que obra por amor (Gal. 5:6) y purifica el alma.
2. La experiencia de la justificación. Por medio de la justificación por la fe en
Cristo, su justicia nos es imputada. Pasamos a estar bien con Dios gracias a Cristo
nuestro Sustituto. Dios, dijo Pablo, “al que no conoció pecado, por nosotros lo
hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él” (2 Cor.
5:21). Como pecadores arrepentidos, experimentamos un perdón pleno, completo.
¡Estamos reconciliados con Dios!
La visión que tuvo Zacarías acerca de Josué, el sumo sacerdote, provee una
hermosa ilustración de la justificación. Josué se halla delante del ángel del Señor,
cubierto con vestiduras sucias, que representan la contaminación del pecado.
Por su condición, Satanás exige su condenación. Las acusaciones de Satanás son
correctas; Josué no merece ser hallado inocente. Pero Dios, en su misericordia
divina, reprende a Satanás, diciendo: “¿No es este un tizón arrebatado del incendio?”
(Zac. 3:2). ¿No es este mi posesión preciosa, que yo he preservado en forma
especial?
El Señor ordena de inmediato que se le quiten las vestiduras sucias, y declara:
“Mira que he quitado de ti tu pecado, y te he hecho vestir de ropas de gala” (Zac.
3:4). Nuestro Dios amante y misericordioso echa a un lado las acusaciones de
Satanás y justifica al tembloroso pecador, cubriéndolo con el manto de la justicia
de Cristo. Así como las vestiduras viles de Josué representaban el pecado, las
nuevas vestiduras representan la nueva experiencia del creyente en Cristo. En el
proceso de la justificación, los pecados que han sido confesados y perdonados se
transfieren al puro y santo Hijo de Dios, el Cordero portador del pecado. “El
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creyente arrepentido y carente de méritos, sin embargo, es vestido con la justicia
imputada de Cristo. Este intercambio de vestiduras, esta transacción divina y
salvadora, es la doctrina bíblica de la justificación”.5 El creyente justificado ha
experimentado el perdón y ha sido purificado de sus pecados.
Los resultados. ¿Cuáles son los resultados del arrepentimiento y la justificación?
1. La santificación. La palabra “santificación” es una traducción del griego
haguiasmós, que significa “santidad”, “consagración”, “santificación”, derivado de
hagiazo, “hacer santo”, “consagrar”, “santificar”, “colocar aparte”. El equivalente
en hebreo es qádash, “apartar del uso común”.6
El verdadero arrepentimiento y justificación conducen a la santificación. La
justificación y la santificación se hallan estrechamente relacionadas,7 distintas
pero nunca separadas. Designan dos aspectos de la salvación: La justificación es
lo que Dios hace por nosotros, mientras que la santificación es lo que Dios hace
en nosotros.
Ni la justificación ni la santificación son el resultado de obras meritorias. Ambas
se deben únicamente a la gracia y justicia de Cristo. “La justicia por la cual
somos justificados es imputada; la justicia por la cual somos santificados es impartida.
La primera es nuestro título al cielo; la segunda es nuestra idoneidad
para el cielo”.8
Las tres frases de la santificación que presenta la Biblia son: (1) Un acto cumplido
en el pasado del creyente; (2) un proceso en la experiencia presente del creyente;
(3) y el resultado final que el creyente experimentará cuando Cristo vuelva.
Con referencia al pasado del pecador, en el momento de la justificación, el creyente
es también santificado “en el nombre del Señor Jesús, y por el Espíritu de
nuestro Dios" (1 Cor. 6:11). El individuo se convierte en un “santo”. En ese punto, el
nuevo creyente es redimido, y pasa a pertenecer completamente a Dios.
Como resultado del llamado de Dios (Rom. 1:7), los creyentes son llamados
“santos”, por cuanto ahora están “en Cristo” (Fil. 1:1; ver también Juan 15:1-7), no
por haber logrado un estado de impecabilidad. La salvación es una experiencia
presente. “Nos salvó —dice Pablo—... por su misericordia, por el lavamiento de
la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo” (Tito 3:5), apartándonos
y consagrándonos para un propósito santo y para caminar con Cristo.
2. La adopción en la familia de Dios. Al mismo tiempo, los nuevos creyentes
han recibido el “espíritu de adopción”. Dios los ha adoptado como sus hijos, lo
cual significa que los creyentes son hijos e hijas del Rey celestial. Nos ha transfor­
La experiencia de la salvación • 137
mado en “herederos de Dios y coherederos con Cristo” (Rom. 8:15-17). ¡Qué
privilegio, qué honor y gozo!
3. La seguridad, de la salvación. La justificación trae aparejada la seguridad de
que el creyente ha sido aceptado. Trae el gozo de ver cómo nuestra unión con
Dios se restaura ahora. No importa cuán pecaminosa haya sido nuestra vida
pasada, Dios perdona todos nuestros pecados y ya no nos hallamos bajo la condenación
y maldición de la ley. La redención se ha vuelto una realidad: "En el
Amado... tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados según las
riquezas de su gracia” (Efe. 1:6, 7).
4. El comienzo de una vida nueva y victoriosa. El darnos cuenta de que la
sangre del Salvador cubre nuestro pasado pecaminoso, trae salud al cuerpo, el
alma y la mente. Podemos entonces abandonar nuestros sentimientos de culpabilidad,
por cuanto en Cristo todo es perdonado, todo llega a ser nuevo. Al impartirnos
diariamente su gracia, Cristo comienza a transformarnos a la imagen
de Dios.
A medida que crece nuestra fe en él, progresa también nuestro sanamiento y
transformación, y recibimos de Cristo victorias crecientes sobre los poderes de
las tinieblas. El hecho de que el Salvador venció al mundo, garantiza nuestra
liberación de la esclavitud del pecado (Juan 16:33).
5. El don de la vida eterna. Nuestra nueva relación con Cristo trae consigo el
don de la vida eterna. Juan afirmó: “El que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no
tiene al Hijo de Dios no tiene la vida” (1 Juan 5:12). Ya se ha solucionado el
problema que significaba nuestro pasado pecaminoso: por medio del Espíritu
que mora en nosotros, ahora podemos gozar de las bendiciones de la salvación.
La experiencia de la salvación y el presente
A través de la sangre de Cristo, que trae purificación, justificación y santificación,
el creyente se convierte en “nueva criatura... las cosas viejas pasaron; he
aquí todas son hechas nuevas” (2 Cor. 5:17).
Un llamado a una vida de santificación. La salvación incluye el vivir una
vida santificada sobre la base de lo que Cristo cumplió en el Calvario. Pablo apeló
a los creyentes para que vivieran una vida consagrada a la santidad ética y la
conducta moral. (1 Tes. 4:7). Con el fin de capacitarlos para experimentar la santificación,
Dios concede a los creyentes el “Espíritu de santidad” (Rom. 1:4). “Que
[Dios] os dé —dijo Pablo—, conforme a las riquezas de su gloria, el ser fortalecí-
138 . LOS ADVENTISTAS DEL SÉPTIMO DÍA CREEN EN..
dos con poder en el hombre interior por su Espíritu; para que habite Cristo por
la fe en vuestros corazones” (Efe. 3:16,17).
Por haber llegado a ser una nueva creación, los creyentes tienen nuevas
responsabilidades. Dice Pablo: “Así como para iniquidad presentasteis vuestros
miembros para servir a la inmundicia y a la iniquidad, así ahora para santificación
presentad vuestros miembros para servir a la justicia” (Rom. 6:19). Ahora
los creyentes deben vivir “por el Espíritu” (Gál. 5:25).
Los creyentes llenos del Espíritu “no andan conforme a la carne, sino conforme
al Espíritu" (Rom. 8:1; ver 8:4). Son transformados, puesto que “el ocuparse
de la carne es muerte, pero el ocuparse del Espíritu es vida y paz” (Rom. 8:6). Al
recibir el Espíritu Santo, los creyentes ya no viven “según la carne, sino según el
Espíritu” (Rom. 8:9).
El propósito más elevado de la vida llena del Espíritu es agradar a Dios (1 Tes.
4:1). Pablo declara que la voluntad de Dios es nuestra santificación. Por lo tanto,
debemos abstenernos “de fornicación” y recibir el consejo de “que ninguno agravie
ni engañe en nada a su hermano... pues no nos ha llamado Dios a inmundicia,
sino a santificación” (1 Tes. 4:3, 6,7).
El cambio interior. En ocasión de la segunda venida de Cristo, seremos
transformados físicamente. Este cuerpo mortal corruptible se revestirá de inmortalidad
(1 Cor. 15:51-54). Sin embargo, nuestros caracteres deben ser transformados
en preparación para la segunda venida.
La transformación del carácter implica los aspectos mentales y espirituales de
la imagen dañada de Dios, esa “naturaleza interior” que debe ser renovada diariamente
(2 Cor. 4:16; compárese con Rom. 12:2). Así, como la anciana del relato del
Pastor de Hermas, la iglesia está rejuveneciéndose interiormente; cada cristiano
completamente entregado está siendo cambiado cada día de gloria en gloria, hasta
que, en la segunda venida, se complete su transformación a la imagen de Dios.
1. La participación de Cristo y el Espíritu Santo. Únicamente el Creador
puede cumplir la obra creativa de transformar nuestras vidas (1 Tes. 5:23). Sin
embargo, no lo hace sin nuestra participación. Debemos colocarnos en el canal
de la obra del Espíritu, lo cual podemos realizar contemplando a Cristo. A medida
que meditamos en la vida de Cristo, el Espíritu Santo restaura las facultades
físicas, mentales y espirituales (ver Tito 3:5). La obra del Espíritu Santo abarca,
entonces, no solo la revelación de Cristo, sino el proceso de restaurarnos a su
imagen (ver Rom. 8:1-10).
Dios desea vivir en el corazón de sus hijos. El apóstol Juan dice: “El que guarda
sus mandamientos, permanece en Dios, y Dios en él" (1 Juan 3:24; 4:12; ver 2
La experiencia de la salvación • 139
Cor. 6:16). Es esta realidad lo que le permitió al apóstol Pablo decir: “Ya no vivo
yo, mas vive Cristo en mí” (Gál. 2:20; compárese con Juan 14:23). La presencia
interior del Creador, revive diariamente a los creyentes en lo interior (2 Cor. 4:16),
renovando sus mentes (Rom. 12:2; ver también Fil. 2:5).
2. Participamos de la naturaleza divina. Las “preciosas y grandísimas promesas”
de Cristo, lo comprometen a concedernos su divino poder para completar la
transformación de nuestro carácter (2 Ped. 1:4). Este acceso al poder divino nos
permite añadir con toda diligencia “a vuestra fe virtud; a la virtud, conocimiento;
al conocimiento, dominio propio; al dominio propio, paciencia; a la paciencia,
piedad; a la piedad, afecto fraternal; y al afecto fraternal, amor” (2 Ped. 1:5-7).
“Porque si estas cosas están en vosotros, y abundan —agrega el apóstol—, no os
dejarán estar ociosos ni sin fruto en cuanto al conocimiento de nuestro Señor
Jesucristo. Pero el que no tiene estas cosas tiene la vista muy corta; es ciego"
(2 Ped. 1:8, 9).
a. Sólo por medio de Cristo. Lo que transforma a los seres humanos a la
imagen de su Creador es el acto de revestirse, o participar, del Señor Jesucristo
(Rom. 13:14; Heb. 3:14), la “renovación del Espíritu Santo” (Tito 3:5).
Es el perfeccionamiento del amor de Dios en nosotros (1 Juan 4:12). He
aquí el misterio similar al de la encarnación del Hijo de Dios. Así como el
Espíritu Santo hizo posible que el Cristo divino participara de la naturaleza
humana, de la misma forma ese Espíritu hace posible que nosotros
participemos de los rasgos divinos de carácter. Esta apropiación de la naturaleza
divina renueva el ser interior, haciendo que nos parezcamos a
Cristo, si bien en un nivel diferente: Cristo se hizo humano; los creyentes,
por su parte, no pasan a ser divinos. En vez de ello, desarrollan un carácter
semejante al de Dios.
b. Un proceso dinámico. La santificación es progresiva. Por medio de la
oración y el estudio de la Palabra, crecemos constantemente en comunión
con Dios.
No basta con el mero desarrollo de la comprensión intelectual del plan
de salvación. “Si no coméis la carne del Hijo del hombre, y bebéis su sangre,
no tenéis vida en vosotros —reveló Jesús—. El que come mi carne y
bebe mi sangre, tiene vida eterna; y yo le resucitaré en el día postrero.
Porque mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. El
que come mi carne y bebe mi sangre, en mí permanece, y yo en él” (Juan
6:53-56).
140 ? LOS ADVENTISTAS DEL SÉPTIMO DÍA CREEN EN..
Esta imagen presenta vividamente el hecho de que los creyentes deben
asimilar las palabras de Cristo. Jesús dijo: “Las palabras que yo os he
hablado son espíritu y son vida” (Juan 6:63; ver también Mateo 4:4).
El carácter se compone de lo que la mente “come y bebe”. Cuando digerimos
el Pan de Vida, somos transformados a la semejanza de Cristo.
3. Las dos transformaciones. En 1517, el mismo año que Lutero clavó sus 95
tesis en la puerta de la iglesia-castillo de Wittenberg, Alemania, Rafael comenzó
a pintar en Roma su famoso cuadro de la transfiguración. Esos dos sucesos tenían
algo en común. El acto de Lutero marcó el nacimiento del protestantismo, y el
cuadro de Rafael, si bien en forma no intencional, simbolizaba el espíritu de la
Reforma.
El cuadro muestra a Cristo de pie en la montaña, y al endemoniado en el
valle, mirando hacia Cristo con una expresión de esperanza en el rostro (ver Mar.
9:2-29). Los dos grupos de discípulos —uno en la montaña y el otro en el v a lle -
representan dos clases de cristianos.
Los discípulos que estaban en la montaña deseaban permanecer con Cristo,
aparentemente sin sentir preocupación por las necesidades de los habitantes del
valle. A través de los siglos, muchos han construido refugios en las “montañas”,
muy alejados de las necesidades del mundo. Su experiencia consiste en oraciones
sin obras.
Por otra parte, los discípulos que estaban en el valle trabajaron sin orar, y sus
esfuerzos por echar fuera el demonio fracasaron. Hay multitudes que se han
visto aprisionadas, ya sea en la trampa de trabajar a favor de otros careciendo de
poder, o en la de orar mucho sin trabajar por los demás. Estas dos clases de cristianos
necesitan que se restaure en ellos la imagen de Dios.
a. La verdadera transformación. Dios espera reproducir su imagen en
los seres caídos, transformando sus voluntades, mentes, deseos, y ca-racteres.
El Espíritu Santo produce en los creyentes un cambio decidido en su
punto de vista. Sus frutos, “amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad,
fe, mansedumbre, templanza” (Gál. 5:22, 23), ahora constituyen su
estilo de vida, aunque continúan siendo mortales corruptibles hasta la
venida de Cristo.
Si no resistimos al Salvador, él “se identificará de tal manera con
nuestros pensamientos y fines, amoldará de tal manera nuestro corazón y
mente en conformidad con su voluntad, que cuando le obedezcamos estaremos
tan solo ejecutando nuestros propios impulsos. La voluntad, refinada
y santificada, hallará su más alto deleite en servirle”.9
La experiencia de la salvación ? 141
b. Los dos destinos. La transfiguración de Cristo revela otro contraste
notable. Cristo se transfiguró, pero, en cierto sentido, lo mismo se puede
decir del muchacho en el valle. El joven se había transfigurado en una
imagen demoníaca (ver Mar. 9:1-29). Aquí vemos iluminarse dos planes
opuestos: el plan divino de restaurarnos, y el de Satanás para arruinarnos.
La Escritura afirma que Dios “es poderoso para guardaros sin caída” (Judas
24). Satanás, por su parte, hace todo lo posible por mantenernos en un
estado caído.
La vida implica constantes cambios. No hay terreno neutral. Estamos
siendo, ya sea ennoblecidos o degradados. Somos “esclavos del pecado” o
“siervos de la justicia” (Rom. 6:17, 18). El que ocupa nuestras mentes nos
ocupa a nosotros. Si por medio del Espíritu Santo Cristo ocupa nuestras
mentes, llegaremos a ser individuos semejantes a Cristo; una vida llena del
Espíritu lleva “cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo” (2 Cor.
10:5). Pero si estamos sin Cristo, eso nos separa de la fuente de vida y en
cambio hace que nuestra destrucción final sea inevitable.
La perfección de Cristo. ¿En qué consiste la perfección bíblica? ¿Cómo
puede recibírsela?
1. La perfección bíblica.
ciones del hebreo tám o támim, que significa “completo”, “recto”, “pacífico”, “íntegro”,
“saludable”, o “intachable”. En general, el término griego teleios significa
“completo”, “perfecto”, “completamente desarrollado”, “maduro”, “plenamente
desarrollado”, o “que ha logrado su propósito”.10
En el Antiguo Testamento, cuando la palabra se usa con referencia a seres
humanos, tiene un sentido relativo. A Noé, Abraham y Job se los describe como
perfectos o intachables (Gén. 6:9; 17:1; 22:18; Job 1:1, 8), a pesar de que todos
ellos tenían imperfecciones (Gén. 9:21; 20; Job 40:2-5).
En el Nuevo Testamento, la palabra perfecto a menudo describe a individuos
maduros que vivieron de acuerdo con toda la luz de que disponían, y lograron
desarrollar al máximo el potencial de sus poderes espirituales, mentales y físicos
(ver 1 Cor. 14:20; Fil. 3:15; Heb. 5:14). Los creyentes deben ser perfectos en su
esfera limitada, declaró Cristo, así como Dios es perfecto en su esfera infinita y
absoluta (ver Mat. 5:48). A la vista de Dios, un individuo perfecto es aquel cuyo
corazón y vida se han rendido completamente a la adoración y al servicio de
Dios, creciendo constantemente en el conocimiento de lo divino, y que, por la
gracia de Dios, vive en armonía con toda la luz que ha recibido, regocijándose al
mismo tiempo en una vida de victoria (ver Col. 4:12; Sant. 3:2).
142 . LOS ADVENTISTAS DEL SÉPTIMO DÍA CREEN EN..
2. La perfección completa en Cristo. ¿Cómo podemos llegar a ser perfectos? El
Espíritu Santo nos trae la perfección de Cristo. Por fe, el carácter perfecto de
Cristo llega a ser nuestro. Nadie podrá jamás pretender que posee esa perfección
en forma independiente, como si fuese su posesión innata, o como si tuviese
derecho a ella. La perfección es un don de Dios.
Aparte de Cristo, los seres humanos no pueden obtener justicia. “El que permanece
en mí, y yo en él, este lleva mucho fruto —dijo Jesús—; porque separados
de mi nada podéis hacer” (Juan 15:5). Cristo es el que “nos ha sido hecho por Dios
sabiduría, justificación, santificación, y redención” (1 Cor. 1:30).
En Cristo, estas cualidades constituyen nuestra perfección. Él completó de
una vez por todas nuestra santificación y redención. Nadie puede añadir a lo que
nuestro Salvador ha hecho. Nuestro vestido de bodas, o manto de justicia, fue
tejido por la vida de Cristo, su muerte y resurrección. El Espíritu Santo toma el
producto terminado y lo reproduce en la vida del cristiano. De este modo,
podemos ser “llenos de toda la plenitud de Dios” (Efe. 3:19).
3. Avancemos hacia la perfección. ¿Qué papel nos toca desempeñar a nosotros
en calidad de creyentes? Por medio de Cristo que mora en nosotros, crecemos
hacia la madurez espiritual. Por medio de los dones que Dios ha concedido a su
iglesia, podemos desarrollarnos “hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe...
a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo” (Efe.
4:13). Necesitamos crecer más allá de la experiencia provista por nuestra niñez
espiritual (Efe. 4:14), y de las verdades básicas de la experiencia cristiana, avanzando
hasta participar del “alimento sólido”, preparado para los creyentes maduros
(Heb. 5:14). “Por tanto —dice Pablo—, dejando ya los rudimentos de la doctrina
de Cristo, vamos adelante a la perfección” (Heb. 6:1). “Esto pido en oración
—dice el apóstol—, que vuestro amor abunde aún más y más en ciencia y en todo
conocimiento, para que aprobéis lo mejor, a fin de que seáis sinceros e irreprensibles
para el día de Cristo, llenos de frutos de justicia que son por medio de Jesucristo,
para gloria y alabanza de Dios” (Fil. 1:9-11).
La vida santificada no se halla exenta de severas dificultades y obstáculos.
Pablo amonesta a los creyentes, diciéndoles: “Amados míos... ocupaos en vuestra
salvación con temor y temblor”. Pero en seguida añade las siguientes palabras
animadoras: “Porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el
hacer, por su buena voluntad” (Fil. 2:12,13).
“Exhortaos los unos a los otros cada día” aconseja el apóstol, “para que ninguno
de vosotros se endurezca por el engaño del pecado. Porque somos hechos
participantes de Cristo, con tal que retengamos firme hasta el fin nuestra confianza
del principio” (Heb. 3:13,14; compárese con Mat. 24:13).
La experiencia de la salvación ? 143
Pero, advierte la Escritura, “si pecáremos voluntariamente después de haber
recibido el conocimiento de la verdad, ya no queda más sacrificio por los pecados,
sino una horrenda expectación de juicio” (Heb. 10:26,27).
Estas exhortaciones hacen evidente que los cristianos “necesitan más que una
justificación o santificación puramente legal. Necesitan santidad de carácter, si
bien la salvación siempre es por fe. El título al cielo descansa exclusivamente en
la justicia de Cristo. Además de la justificación, el plan divino de salvación provee,
por medio de dicho título, y por el hecho de que Cristo mora en el corazón,
la idoneidad para el cielo. Esta idoneidad debe ser revelada en el carácter moral
del hombre como evidencia de que la salvación ‘ha sucedido’ ”.u
¿Qué significa esto en términos humanos? La oración continua es indispensable
si hemos de vivir una vida santificada que sea perfecta en cada etapa de su
desarrollo. “Por lo cual también nosotros... no cesamos de orar por vosotros,...
para que andéis como es digno del Señor, agradándole en todo, llevando fruto en
toda buena obra, y creciendo en el conocimiento de Dios” (Col. 1:9,10).
La justificación diaria. Todos los creyentes que viven una vida santificada y
llena del Espíritu (poseídos por Cristo), tienen una necesidad continua de recibir
diariamente la justificación (otorgada por Cristo). La necesitamos a causa de
nuestras transgresiones conscientes y de los errores que podamos cometer sin darnos
cuenta. Conociendo la pecaminosidad del corazón humano, David rogó el
perdón de sus errores ocultos (ver Sal. 19:12; Jer. 17:9). Refiriéndose específicamente
a los pecados de los creyentes, Dios nos asegura que “si alguno hubiere pecado,
abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo” (1 Juan 2:1).
La experiencia de la salvación y el futuro
Nuestra salvación se cumple en forma final y completa al ser glorificados en
la resurrección, o trasladados al cielo. Por medio de la glorificación, Dios comparte
con los redimidos su propia gloria radiante. Esa es la esperanza que todos
nosotros anticipamos, en nuestra calidad de hijos de Dios. Dice Pablo: “Nos gloriamos
en la esperanza de la gloria de Dios” (Rom. 5:2).
Es en ocasión de la segunda venida cuando Cristo aparece “para salvar a los
que le esperan” (Heb. 9:28).
Glorificación y santificación. La encarnación de Cristo en nuestros corazones
es una de las condiciones para la salvación futura, es decir, la glorificación
de nuestros cuerpos mortales. Porque es “Cristo en vosotros —dice Pablo—, la
esperanza de gloria” (Col. 1:27). Y en otro lugar, explica: “Si el Espíritu de aquel
que levantó de los muertos a Jesús mora en vosotros, el que levantó de los muer­
144 . LOS ADVENTISTAS DEL SÉPTIMO DÍA CREEN EN..
tos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales por su Espíritu
que mora en vosotros” (Rom. 8:11). Pablo afirma que Dios nos ha “escogido desde
el principio para salvación, mediante la santificación por el Espíritu y la fe en la
verdad... para alcanzar la gloria de nuestro Señor Jesucristo” (2 Tes. 2:13,14).
En Cristo, ya estamos en el salón del trono celestial (Col. 3:1-4). Los que son
“partícipes del Espíritu Santo", ya “gustaron... los poderes del siglo venidero”
(Heb. 6:4, 5). Al contemplar la gloria del Señor y fijar nuestros ojos en la belleza
irresistible del carácter de Cristo, “somos transformados de gloria en gloria en la
misma imagen [de Cristo]” (2 Cor. 3:18), y vamos siendo preparados para la
transformación que experimentaremos en la segunda venida.
Nuestra redención y adopción final como hijos de Dios sucede en el futuro.
Pablo dice: “Porque el anhelo ardiente de la creación es el aguardar la manifestación
de los hijos de Dios”, y añade que “nosotros también gemimos dentro de
nosotros mismos, esperando la adopción, la redención de nuestro cuerpo” (Rom.
8:19, 23; compárese con Efe. 4:30).
Este acontecimiento culminante sucede en “los tiempos de la restauración de
todas las cosas” (Hechos 3:21). Cristo lo llama “la regeneración” (Mat. 19:28).
Entonces “la creación misma será libertada de la esclavitud de corrupción, a la
libertad gloriosa de los hijos de Dios” (Rom. 8:21).
La posición bíblica según la cual, en un sentido, la adopción y la redención —o
salvación— ya se han cumplido, pero en otro sentido todavía no, tiende a confundir
a algunos. La respuesta la provee el estudio del panorama completo que abarca
la obra de Cristo como Salvador. “Pablo relacionaba nuestra salvación presente con
la primera venida de Cristo. En la cruz histórica, en la resurrección y en el ministerio
celestial de Jesucristo, nuestra justificación y santificación fueron aseguradas
de una vez y para siempre. Sin embargo, Pablo relaciona nuestra salvación futura,
la glorificación de nuestros cuerpos, con el segundo advenimiento de Cristo.
“Por esta razón Pablo puede decir en forma simultánea: ‘somos salvos’, en
vista de la cruz y resurrección de Cristo en el pasado; y: ‘todavía no somos salvos’,
en vista del futuro retorno de Cristo para la redención de nuestros cuerpos”.12
Hacer énfasis en nuestra salvación presente excluyendo al mismo tiempo
nuestra salvación futura, produce una comprensión incorrecta y desafortunada
de la salvación completa de Cristo.
La glorificación y la perfección. Algunos creen incorrectamente que la perfección
máxima que la glorificación producirá, ya está disponible para los seres
humanos. Pero Pablo, ese consagrado hombre de Dios, escribió refiriéndose a sí
mismo, cerca del fin de su vida: “No que lo haya alcanzado ya, ni que ya sea perfecto;
sino que prosigo, por ver si logro asir aquello para lo cual fui también asido
La experiencia de la salvación • 145
por Cristo Jesús. Hermanos, yo mismo no pretendo haberlo ya alcanzado; pero
una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo
que está delante, prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios
en Cristo Jesús” (Fil. 3:12-14).
La santificación es un proceso que dura toda la vida. La perfección actual es
nuestra solo en Cristo, pero la transformación ulterior y abarcante de nuestras vidas
conforme a la imagen de Dios, sucederá en ocasión de la segunda venida. Pablo
nos amonesta: “Así que, el que piensa estar firme, mire que no caiga” (1 Cor. 10:12).
La historia de Israel y las vidas de David, Salomón y Pedro, constituyen serias
amonestaciones para todos. “Mientras dure la vida es preciso resguardar los afectos
y las pasiones con un propósito firme. Hay corrupción interna; hay tentaciones
externas; y siempre que deba avanzar la obra de Dios, Satanás hará planes para
disponer las circunstancias de modo que la tentación sobrevenga con poder aplastante
sobre el alma. No podemos estar seguros ni un momento a menos que dependamos
de Dios y nuestra vida esté oculta con Cristo en Dios”.13
Nuestra transformación final sucederá cuando recibamos la incorruptibilidad
y la inmortalidad, cuando el Espíritu Santo restaure completamente la creación
original.
La base de nuestra aceptación ante Dios
Ni los rasgos de un carácter semejante al de Cristo ni la conducta impecable
deben constituir la base de nuestra aceptación ante Dios. La justicia salvadora
viene del único Hombre recto, Jesús, y es el Espíritu Santo el que la trae hasta
nosotros. No podemos contribuir absolutamente nada al don de la justicia de
Cristo; sólo podemos recibirlo. Fuera de Cristo, no hay nadie más que sea justo
(Rom. 3:10); la justicia humana independiente de él es solo trapos inmundos (Isa.
64:6; ver también Dan. 9: 7, 9,11, 20; 1 Cor. 1:30).14
Aun lo que hacemos en respuesta al amor salvador de Cristo no puede formar la
base de nuestra aceptación ante Dios. Esa aceptación se identifica con la obra de Cristo.
Al traer a Cristo hasta nosotros, el Espíritu Santo nos concede esa aceptación.
Dicha aceptación, ¿se basa en la justicia imputada de Cristo, en su justificación
santificadora, o en ambas? Juan Calvino señaló que así como “Cristo no
puede ser dividido en partes, del mismo modo las dos cosas, justificación y santificación,
las cuales percibimos que están unidas en él, son inseparables".15 El
ministerio de Cristo debe ser visto en su totalidad. Esto hace que sea de primordial
importancia evitar especulaciones acerca de estos dos términos, al “tratar de
definir minuciosamente los detalles que distinguen a la justificación de la santificación.
.. ¿Por qué tratar de ser más minuciosos que la Inspiración en la cuestión
vital de la justificación por la fe?”16
146 ? LOS ADVENTISTAS DEL SÉPTIMO DÍA CREEN EN..
Tal como el sol tiene luz y calor, ambos inseparables y sin embargo con funciones
únicas, así también Cristo debe convertirse para nosotros en justificación
tanto como santificación (1 Cor. 1:30). No solo nos hallamos plenamente justificados
sino también completamente santificados en él.
El Espíritu Santo trae a nuestro interior el “consumado es" del Calvario, y aplica
a nosotros la única experiencia de aceptación de la humanidad por parte de
Dios. El “consumado es” de la cruz invalida cualquier intento humano de lograr
aceptación. Al poner en nuestro interior al Crucificado, el Espíritu nos concede la
única base de nuestra esperanza de aceptación ante Dios, proveyendo así el único
título genuino de idoneidad para la salvación disponible para nosotros.


martes, 17 de abril de 2018

LOS DOS PACTOS

Los cristianos que rechazan la autoridad del Antiguo Testamento a menudo consideran que la entrega de la Ley en el Sinaí es inconsistente con el evangelio. Concluyen que el pacto dado en el Sinaí representa una era, una dispensación, de la historia de la humanidad en la que la salvación se basaba en la obediencia a la ley. Pero debido a que el pueblo fracasó en vivir según las demandas de la ley, Dios (dicen ellos) puso en rigor un nuevo pacto, un pacto de gracia por medio de los méritos de Jesucristo. Esta, entonces, es su comprensión de los dos pactos: el antiguo basado en la ley, y el nuevo basado en la gracia.
Por más que esta visión sea común, está equivocada. La salvación nunca fue por la obediencia a la ley; el judaísmo bíblico, desde sus inicios, siempre fue una religión de la gracia. El legalismo que Pablo estaba confrontando en Galacia era una perversión, no solamente del cristianismo sino también del Antiguo Testamento mismo. Los dos pactos no son una cuestión de tiempo; sino que reflejan las actitudes humanas. Representan dos diferentes formas de intentar relacionarse con Dios, que se remontan a Caín y Abel. El antiguo pacto representa a aquellos que, como Caín, erróneamente dependen de su propia obediencia como medio de agradar a Dios; en contraste, el nuevo pacto representa la experiencia de aquellos que, como Abel, dependen completamente de la gracia de Dios para hacer todo lo que él ha prometido.



LOS FUNDAMENTOS DEL PACTO

Muchos consideran que la interpretación que Pablo hace de la historia de Israel en Gálatas 4:21 al 31 es el pasaje más difícil de su epístola. Eso se debe a que es un argumento sumamente complejo que requiere un conocimiento amplio de las personas y acontecimientos del Antiguo Testamento. El primer paso para entender este pasaje es tener una comprensión básica de un concepto del Antiguo Testamento que es crucial en el argumento de Pablo: el pacto.

La palabra hebrea traducida como “pacto” es berit. Aparece casi novecientas veces en el Antiguo Testamento y se refiere a un contrato vinculante, un acuerdo o tratado. Durante miles de años, los pactos han jugado un papel integral en la definición de las relaciones entre personas y naciones en todo el Cercano Oriente. Los pactos a menudo involucraban el sacrificio de animales como parte del proceso de hacer (literalmente “cortar”) un pacto. Degollar animales simbolizaba lo que ocurriría con la parte que fallara en guardar las promesas y obligaciones pactadas.
“Desde Adán hasta Jesús, Dios se relacionó con la humanidad por medio de una serie de promesas de pacto que se centraban en un Redentor venidero y que culminaban en el pacto davídico (Gén. 12:2, 3; 2 Sam. 7:12-17; Isa. 11). Dios le prometió a Israel, cuando estaba en el cautiverio babilónico, un ‘nuevo pacto’ más efectivo (Jer. 31:31-34) en conexión con la venida del Mesías davídico (Eze. 36:26-28; 37:22-28)”.—Hans K. LaRondelle, Our Creator Redeemer, p. 4.

¿Cuál era la base del pacto original de Dios con Adán en el Jardín del Edén antes del pecado? Génesis 1:28; 2:2, 3 y 15 al 17.
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Aunque el matrimonio, el trabajo físico y el sábado eran parte de las cláusulas generales del pacto de la creación, el punto central era el mandato de Dios de no comer del fruto prohibido. La naturaleza básica del pacto era: “¡Obedece y vivirás!” Con una naturaleza creada en armonía con Dios, el Señor no requería lo imposible. La obediencia era la inclinación natural de la humanidad; sin embargo, Adán y Eva escogieron hacer lo que no era natural y, con ese acto, no solamente quebrantaron el pacto de la creación, sino que también hicieron que sus cláusulas fuesen imposibles para los seres humanos ahora corrompidos por el pecado. Dios mismo restauraría la relación que Adán y Eva habían perdido. Hizo esto al establecer un pacto de gracia, basado en la promesa eterna de un Salvador (Gén. 3:15).

Lee Génesis 3:15, la primera promesa del evangelio en la Biblia. ¿En qué parte de ese versículo ves una vislumbre de la esperanza que tenemos en Cristo?