El destino del Mundo
Dios creó nuestra historia y a ÉL nos debemos
domingo, 20 de marzo de 2016
A él Conviene Crecer
Durante un tiempo la influencia del Bautista sobre la
nación había sido mayor que la de sus gobernantes,
sacerdotes o príncipes. Si hubiese declarado que era el
Mesías y encabezado una rebelión contra Roma, los
sacerdotes y el pueblo se habrían agolpado alrededor de
su estandarte. Satanás había estado listo para asediar a
Juan el Bautista con toda consideración halagadora para la
ambición de los conquistadores del mundo. Pero, frente a
las evidencias que tenía de su poder, había rechazado
constantemente esta magnífica seducción. Había dirigido
hacia Otro la atención que se fijaba en él.
Ahora veía que el flujo de la popularidad se apartaba de
él para dirigirse al Salvador. Día tras día, disminuían las
muchedumbres que le rodeaban. Cuando Jesús vino de
Jerusalén a la región del Jordán, la gente se agolpó para
oírle. El número de sus discípulos aumentaba diariamente.
Muchos venían para ser bautizados, y aunque Cristo
mismo no bautizaba, sancionaba la administración del rito
por sus discípulos. Así puso su sello sobre la misión de su
precursor. Pero los discípulos de Juan miraban con celos
la popularidad creciente de Jesús. Estaban dispuestos a
criticar su obra, y no transcurrió mucho tiempo antes que
hallaran ocasión de hacerlo. Se levantó una cuestión entre
ellos y los judíos acerca de si el bautismo limpiaba el alma
de pecado. Ellos sostenían que el bautismo de Jesús
∗
Este capítulo está basado en Juan 3: 22-36. difería esencialmente del de Juan. Pronto estuvieron
disputando con los discípulos de Cristo acerca de las
palabras que era propio emplear al bautizar, y finalmente
en cuanto al derecho que tenía Jesús para bautizar.
Los discípulos de Juan vinieron a él con sus motivos de
queja diciendo: "Rabbí, el que estaba contigo de la otra
parte del Jordán, del cual tú diste testimonio, he aquí
bautiza, y todos vienen a él." Con estas palabras, Satanás
presentó una tentación a Juan. Aunque la misión de Juan
parecía estar a punto de terminar, le era todavía
posible estorbar la obra de Cristo. Si hubiese simpatizado
consigo mismo y expresado pesar o desilusión por ser
superado, habría sembrado semillas de disensión que
habrían estimulado la envidia y los celos, y habría
impedido gravemente el progreso del Evangelio.
Juan tenía por naturaleza los defectos y las debilidades
comunes a la humanidad, pero el toque del amor divino le
había transformado. Moraba en una atmósfera que no
estaba contaminada por el egoísmo y la ambición, y lejos
de los mismas de los celos. No manifestó simpatía alguna
por el descontento de sus discípulos, sino que demostró
cuán claramente comprendía su relación con el Mesías, y
cuán alegremente daba la bienvenida a Aquel cuyo camino
había venido a preparar.
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