«Este es mi consuelo en la aflicción: que tu palabra me ha vivificado». Salmo 119: 50, BA
LA VIDA DE CRISTO, que da vida al mundo, está en su palabra. Fue por su palabra como Jesús sanó la enfermedad y expulsó demonios; por su palabra calmó la tempestad y resucitó los muertos; y la gente dio testimonio de que su palabra tenía autoridad. Él hablaba la palabra de Dios, como había hablado por medio de todos los profetas y los maestros del Antiguo Testamento. Toda la Biblia es una manifestación de Cristo, y el Salvador deseaba fijar la fe de sus seguidores en la Palabra. Cuando su presencia visible se hubiese retirado, la Palabra sería fuente de poder para ellos. Como su Maestro, habían de vivir «con toda palabra que sale de la boca de Dios» (Mat. 4:4).
Así como nuestra vida física se sostiene por el alimento que ingerimos, nuestra vida espiritual se sostiene por la palabra de Dios. Y cada alma ha de recibir vida de la Palabra de Dios para sí. Como debemos comer por nosotros mismos a fin de recibir alimento, así hemos de recibir la Palabra por nosotros mismos. No hemos de obtenerla simplemente por medio de otras personas. Debemos estudiar cuidadosamente la Biblia, pidiendo a Dios la ayuda del Espíritu Santo a fin de comprender su Palabra. […] A medida que la fe recibe y se asimila así los principios de la verdad, vienen a ser parte del ser y la fuerza de la vida. La Palabra de Dios, recibida en el alma, moldea los pensamientos y entra en el desarrollo del carácter.
Mirando constantemente a Jesús con el ojo de la fe, recibimos fortaleza. Dios concederá las revelaciones más preciosas a sus hijos hambrientos y sedientos. Descubriremos que Cristo es un Salvador personal. A medida que nos alimentemos de su Palabra, hallaremos que es espíritu y vida. La Palabra destruye la naturaleza carnal e imparte nueva vida en Cristo Jesús. El Espíritu Santo viene al alma como Consolador. Por el poder transformador de su gracia, la imagen de Dios se reproduce en nosotros; llegamos a ser nuevas criaturas. El amor reemplaza al odio y el corazón recibe la semejanza divina. Esto es lo que quiere decir vivir de «toda palabra que sale de la boca de Dios» (Mat. 4: 4). Esto es comer «el Pan que descendió del cielo» (Juan 6: 41).
Cristo presentó una verdad sagrada y eterna acerca de la relación entre él y sus seguidores. Él conocía el carácter de los que aseveraban ser sus discípulos, y sus palabras probaron su fe. Declaró que habían de creer y obrar según su enseñanza. Todos los que le recibían debían participar de su naturaleza y ser conformados según su carácter. Esto entrañaba renunciar a sus ambiciones más caras. Requería la completa entrega de sí mismos a Jesús. Eran llamados a ser abnegados, mansos y humildes de corazón. Debían andar en la senda estrecha recorrida por el Hombre del Calvario, si querían participar en el don de la vida y la gloria del cielo
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