«En mi corazón he guardado tus dichos, para no pecar contra ti». Salmo 119: 9
LA BIBLIA ENTERA es una revelación de la gloria de Dios en Cristo. Aceptada, creída y obedecida, constituye el gran instrumento para la transformación del carácter. Es el gran estímulo, la fuerza que impele, que vivifica las facultades físicas, mentales y espirituales y encauza debidamente la vida.
La razón por la cual los jóvenes, y aun los adultos, ceden tan fácilmente a la tentación y al pecado es porque no estudian la Palabra de Dios ni la meditan como debieran. La falta de fuerza de voluntad firme y decidida, que se manifiesta en su vida y carácter, es el resultado del descuido de las sagradas instrucciones que da la Palabra de Dios. No se esfuerzan por dirigir la mente hacia lo que le inspiraría pensamientos puros y santos y la apartaría de lo impuro y falso. Son muy pocos los que escogen la mejor parte, los que se sientan a los pies de Jesús, como lo hizo María, para aprender del divino Maestro. Pocos son los que atesoran las palabras de Cristo en su corazón, y que las ponen en práctica en la vida.
Al ser recibidas, las verdades de la Biblia enaltecerán la mente y el alma. Si se apreciara debidamente la Palabra de Dios, jóvenes y ancianos poseerían una rectitud interior y una fuerza de principios que los capacitarían para resistir la tentación.
Enseñemos las valiosas verdades de las Sagradas Escrituras. Dediquemos nuestros pensamientos, aptitudes y habilidades al estudio de los pensamientos de Dios. Estudiemos, no la filosofía de las conjeturas humanas, sino la filosofía de Aquel que es la verdad. Ninguna otra literatura puede compararse con esta en valor.
La mente terrenal no disfruta la lectura de la Palabra de Dios; pero para la mente renovada por el Espíritu Santo la belleza divina y la luz celestial irradian de las páginas sagradas. Lo que para la mente terrenal era desierto desolado, para la mente espiritual son ríos de agua viva.
El conocimiento de Dios tal como está revelado en su Palabra es el conocimiento que debemos impartir a nuestros niños. Desde el momento en que empiezan a razonar hemos de familiarizarlos con el nombre y la vida de Jesús. Sus primeras lecciones de ben enseñarles que Dios es su Padre.— El ministerio de curación, cap. 39, pp. 329-330.
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