Ebenezer: Lugar de derrotas… y victorias (parte 2)
“Tomó
luego Samuel una piedra, la colocó entre Mizpa y Sen, y le puso por
nombre Ebenezer, porque dijo: “Hasta aquí nos ayudó Jehová'” (1 Sam.
7:12).
“EBENEZER”
significa “piedra de ayuda”. En ese lugar, donde Israel anteriormente
tuvo dos derrotas por no haber consultado a Dios y no hacer una
preparación espiritual para recibir su presencia, obtuvo una gran
victoria. ¿Cuál fue el secreto de esta victoria? El profeta Samuel
exhortó al pueblo a volverse de todo corazón a Dios.
El pueblo
se despojó de todos los dioses falsos. Se reunieron para adorar en
Mizpa, y Samuel oró por ellos. Ayunaron aquel día allí, y reconocieron
haber pecado contra Dios. Una vez que confesaron sus pecados, Dios los
perdonó, fortaleció su fe y les dio poder. Los filisteos subieron contra
ellos, y esta vez sí clamaron en busca de la ayuda divina.
Existe
una gran diferencia entre estar lejos de Dios y cerca de él. Cuando
estamos lejos, nos invaden las derrotas, los sentimientos amargos y las
decepciones. Pero cuando nos acercamos y le abrimos nuestro corazón,
entonces sobrevienen las victorias, la seguridad, la esperanza y un
futuro glorioso.
El relato
bíblico declara que Samuel, junto con el pueblo, sacrificó holocaustos a
Dios, para solicitar la ayuda divina. Fue así que Dios escuchó su
clamor. Mientras aún oraban, los filisteos los atacaron, y el Señor hizo
tronar los cielos con gran estruendo, para atemorizarlos. Aquella vez
resultaron triunfantes.
Aun en el
mismo terreno donde hemos sido derrotados por el enemigo más de una
vez, Dios puede damos grandes victorias. En realidad, las victorias son
suyas, porque él pelea en nuestro lugar. Lo único que tenemos que hacer
es consagramos a Dios y clamar por su ayuda. Entonces Dios interviene,
se pone en nuestro lugar, hace suyas nuestras batallas y vence por
nosotros.
Lo que
Dios quiere ver en nosotros es una religión del corazón, una conversión
genuina. Elena de White menciona: “Individualmente debemos humillar
nuestras almas ante Dios, y apartar nuestros ídolos. Cuando hayamos
hecho todo lo que podamos, el Señor nos manifestará su salvación” (Elena
de White, Patriarcas y profetas, p. 578).
Hoy, humillémonos y confesemos nuestros pecados. Imploremos la ayuda divina
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