El destino del Mundo

Dios creó nuestra historia y a ÉL nos debemos

martes, 14 de febrero de 2017

Devoción Matutina para Adultos 2017 | Enfoquémonos en Cristo

CUANDO CRISTO se hizo humano, unió la humanidad consigo mediante un lazo que ningún poder es capaz de romper, salvo la decisión de cada ser humano. Satanás nos presentará de continuo tentaciones para persuadirnos de que rompamos ese vínculo, a que decidamos separarnos de Cristo. Hemos de orar, velar y luchar para que nada pueda inducirnos a elegir otro maestro; ya que siempre tenemos la posibilidad de hacerlo. Mantengamos por lo tanto los ojos fijos en Cristo, y él nos protegerá. Confiando en Jesús estamos seguros. Nada ni nadie puede arrebatarnos de su mano. Contemplándolo constantemente «somos transformados a su semejanza con más y más gloria por la acción del Señor, que es el Espíritu» (2 Cor. 3: 18, NVI).

Así fue como los primeros discípulos llegaron a asemejarse a su amado Salvador. Cuando aquellos discípulos oyeron las palabras de Jesús, sintieron su necesidad de él. Lo buscaron, lo encontraron y lo siguieron. Estaban con él en la casa, a la mesa, en los lugares solitarios o en el campo. Lo acompañaban según la costumbre de que los discípulos siguieran a su maestro, y diariamente recibían de sus labios lecciones de santa verdad. Lo miraban como los siervos a su señor, para aprender cuáles eran sus tareas. Aquellos discípulos eran seres humanos con «debilidades como las nuestras» (Sant. 5: 17, NVI); que tenían que librar la misma batalla contra el pecado, y que como nosotros tenían necesidad de la gracia para poder vivir una vida de santidad.

Incluso Juan, el discípulo amado, el que llegó a reflejar la imagen del Salvador de forma más plena, no poseía por naturaleza esa belleza de carácter. No solo hacía valer sus derechos y ambicionaba honores, sino que era impetuoso y se resentía cuando lo ofendían. Sin embargo, cuando contempló el carácter divino de Cristo, vio su propia deficiencia y este conocimiento le hizo ser más humilde. La fortaleza y la paciencia, el poder y la ternura, la majestad y la mansedumbre que vio en la vida diaria del Hijo de Dios, lo llenaban de admiración y amor. Cada vez más su corazón fue sintiéndose atraído hacia Jesús, hasta que en su amor por su Maestro perdió de vista su propio yo. Su rencor y su ambición fueron cediendo al poder transformador de Cristo. La influencia regeneradora del Espíritu Santo cambió su corazón. El poder del amor de Cristo transformó su carácter. Este es el resultado de la comunión con Cristo. Cuando él mora en el corazón, toda nuestra naturaleza se transforma. El Espíritu de Cristo y su amor conmueven el corazón, conquistan el alma y elevan los pensamientos y anhelos a Dios y al cielo.

 

 

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