El destino del Mundo

Dios creó nuestra historia y a ÉL nos debemos

domingo, 12 de febrero de 2017

Devoción Matutina para Adultos 2017 | «Los negocios de mi Padre»

«¿POR QUÉ ME BUSCABAIS? —contestó Jesús—. ¿No sabíais que en los negocios de mi Padre me conviene estar?» (Luc. 2: 49). Y como no parecían comprender sus palabras, él señaló hacia arriba. En su rostro había una luz que los admiraba. La divinidad fulguraba a través de la humanidad. Al hallarle en el templo, habían escuchado lo que sucedía entre él y los rabinos, y se habían asombrado de sus preguntas y respuestas. Sus palabras despertaron en ellos pensamientos que nunca olvidarían. [… ] Era normal que los padres de Jesús le considerasen como su propio hijo. Él estaba diariamente con ellos; en muchos aspectos su vida era igual a la de los otros niños, y les era difícil comprender que era el Hijo de Dios. Corrían el peligro de no apreciar la bendición que se les concedía con la presencia del Redentor del mundo. El pesar de verse separados de él, y el suave reproche que sus palabras implicaban, estaban destinados a hacerles ver el carácter sagrado de su misión.

En la respuesta que dio a su madre, Jesús demostró por primera vez que comprendía su relación con Dios. Antes de su nacimiento, el ángel había dicho a María: «Este será grande, y será llamado Hijo del Altísimo: y le dará el Señor Dios el trono de David su padre: y reinará en la casa de Jacob por siempre» (Luc. 1: 32-33). María había guardado estas palabras en su corazón; sin embargo, aunque creía que su hijo había de ser el Mesías de Israel, no comprendía su misión. En esta ocasión, no entendió sus palabras; pero sabía que había negado que fuera hijo de José y se había declarado Hijo de Dios.

Jesús no ignoraba su relación con sus padres terrenales. Desde Jerusalén volvió a casa con ellos, y los ayudó en su vida cotidiana. Ocultó en su corazón el misterio de su misión, esperando sumiso el momento señalado en que debía emprender su labor. Durante dieciocho años después de haber aseverado ser Hijo de Dios, reconoció el vínculo que le unía a la familia de Nazaret, y cumplió los deberes de hijo, hermano, amigo y ciudadano.



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