ENTRE LAS
AMARGURAS que experimenta la humanidad, no hubo ninguna que no le tocó a
Cristo. Había quienes trataban de denigrarlo a causa de su nacimiento, y
aun en su niñez tuvo que hacer frente a sus miradas burlescas e impías
murmuraciones. Si hubiese respondido con una palabra o mirada
impaciente, si hubiese complacido a sus hermanos con un solo acto
reprochable, no habría sido un ejemplo perfecto. No hubiese podido
llevar a cabo el plan de redención. Si hubiese admitido siquiera que
podía haber una excusa para el pecado, Satanás habría triunfado, y el
mundo se habría perdido. Esta es la razón por la cual el tentador trató
por todos los medios de hacer su vida tan penosa como fuera posible, a
fin de inducirlo a pecar.
Pero para
cada tentación tenía una respuesta: «Escrito está» (Mat. 4: 4). Rara
vez reprendía algún mal proceder de sus hermanos, pero tenía alguna
palabra de Dios que dirigirles. Con frecuencia lo acusaban de cobardía
por negarse a participar con ellos en algún acto reprochable; pero su
respuesta era: Escrito está: «El temor del Señor es la sabiduría, y el
apartarse del mal, la inteligencia» (Job 28: 28).
Había
algunos que buscaban su compañía, sintiéndose en paz en su presencia;
pero muchos lo evitaban, porque su vida inmaculada los reprendía. [… ]
Con
frecuencia le preguntaban: ¿Por qué insistes en ser tan singular, tan
diferente de nosotros todos? Escrito está, decía: «Bienaventurados los
íntegros de camino, los que andan en la ley de Jehová. Bienaventurados
los que guardan sus testimonios y con todo el corazón lo buscan, pues no
hacen maldad los que andan en sus caminos» (Sal. 119: 1-3).
Cuando le
preguntaban por qué no participaba en las diversiones de la juventud de
Nazaret, decía: Escrito está: «Me he gozado en el camino de tus
testimonios más que toda riqueza. En tus mandamientos meditaré;
consideraré tus caminos. Me regocijaré en tus estatutos; no me olvidaré
de tus palabras» (Sal. 119: 14-16).
Jesús no
peleaba por sus derechos. Con frecuencia su trabajo resultaba
innecesariamente penoso porque siempre estaba dispuesto y no se quejaba.
Sin embargo, no desmayaba ni se desanimaba. Vivía por encima de estas
dificultades, como en la luz del rostro de Dios. No buscaba represalias
cuando lo maltrataban, sino que soportaba pacientemente los insultos.
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