Devoción Matutina Adultos | ¿Qué tiene de malo postergar?
TEN CUIDADO con las dilaciones. No postergues el abandono de tus pecados ni la búsqueda de la pureza del corazón por medio del Señor Jesús. En esto es donde son incontables los que han errado a costa de su perdición eterna. No incidiré aquí en la brevedad e incertidumbre de la vida; pero se corre un terrible peligro, que no se comprende lo suficiente, cuando se posterga el acto de ceder a la voz suplicante del Espíritu Santo de Dios y se prefiere vivir en el pecado, porque tal demora consiste realmente en eso. No se puede continuar en el pecado, por pequeño que se lo considere, sin correr el riesgo de una pérdida infinita. Lo que no venzamos nos vencerá a nosotros y nos destruirá.
Adán y Eva se convencieron de que algo tan insignificante como el hecho de comer el fruto prohibido no podía tener consecuencias tan terribles como las que Dios había anunciado. Pero aquel pequeño acto era una transgresión de la santa e inmutable ley de Dios, que separó de su Creador a la primera pareja y abrió las puertas a través de las cuales se precipitaron sobre nuestro mundo la muerte e innumerables desgracias. Como consecuencia de la desobediencia de nuestros primeros padres, siglo tras siglo nuestro planeta se ha lamentado con aflicción y «toda la creación hasta ahora gime a una, y sufre como si tuviera dolores de parto» (Rom. 8: 22 RVC). El cielo mismo ha sentido los efectos de la rebelión del ser humano contra Dios. El Calvario se destaca como un recordatorio del asombroso sacrificio que se requirió para expiar la transgresión de la ley divina. No consideremos pues el pecado como algo trivial.
Toda transgresión, todo descuido o rechazo de la gracia de Cristo, obra indirectamente sobre nosotros; endurece el corazón, deprava la voluntad, entorpece el entendimiento, y no solo nos vuelve menos inclinados a ceder, sino también menos capaces de oír las tiernas súplicas del Espíritu Santo de Dios. […]
Un solo rasgo negativo en el carácter, un solo deseo pecaminoso, persistentemente albergado, neutraliza a veces todo el poder del evangelio. Cada vez que uno cede al pecado, se fortalece la aversión del alma hacia Dios. El hombre y la mujer que manifiestan un descreído atrevimiento o una insensible indiferencia hacia la verdad, no están más que recogiendo la cosecha de su propia siembra. En toda la Escritura no hay amonestación más terrible contra el hábito de jugar con el mal que estas palabras del sabio: «Al malvado lo atrapan sus malas obras» (Prov. 5: 22, NVI).
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