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sábado, 18 de marzo de 2017

Devoción Matutina Adultos | La santificación es una doctrina bíblica

FALSAS TEORÍAS sobre la santificación, producto del rechazo a la ley divina, forman parte importante en los movimientos religiosos modernos. Esas teorías son falsas en cuanto a la doctrina y peligrosas en sus resultados prácticos, y el hecho de que sean tan ampliamente aceptadas hace doblemente necesario que todos tengamos una clara comprensión de lo que las Sagradas Escrituras enseñan sobre este tema.

La doctrina de la santificación es bíblica. El apóstol Pablo, en su carta a la iglesia de Tesalónica, declara: «La voluntad de Dios es que sean santificados». Y ruega así: «Que Dios mismo, el Dios de paz, los santifique por completo» (1 Tes. 4: 3; 5: 23, NVI). La Biblia enseña claramente lo que es la santificación, y cómo se puede alcanzarla. El Salvador oró por sus discípulos: «Santifícalos en la verdad; tu palabra es la verdad» (Juan 17: 17, NVI). Y Pablo enseña que los creyentes deben ser santificados por el Espíritu Santo (Rom. 15: 16). ¿Cuál es la obra del Espíritu Santo? Jesús dijo a sus discípulos: «Cuando venga el Espíritu de la verdad, él los guiará a toda la verdad» (Juan 16: 13, NVI). Y el salmista dice: «Tu ley es la verdad» (Sal. 119: 142, NVI). Por la Palabra y el Espíritu de Dios quedan de manifiesto ante los seres humanos los grandes principios de justicia encerrados en la ley divina. Y dado que la ley de Dios es «santa, justa y buena» (Rom. 7:12), un reflejo de la perfección divina, el carácter que haya sido moldeado por la obediencia a esa ley será también santo. Cristo es ejemplo perfecto de semejante carácter. Él dice: «He guardado los mandamientos de mi Padre». «Hago siempre lo que le agrada» (Juan 15: 10; 8: 29). Los discípulos de Cristo han de ser semejantes a él, es decir, adquirir por la gracia de Dios un carácter conforme a los principios de su santa ley. Esto es lo que la Biblia llama santificación.

Solo se puede realizar esta obra por medio de la fe en Cristo, por el poder del Espíritu Santo que habite en el corazón. Pablo amonesta a los creyentes: «Lleven a cabo su salvación con temor y temblor, pues Dios es quien produce en ustedes tanto el querer como el hacer para que se cumpla su buena voluntad» (Fil. 2: 12-13, NVI). El cristiano sentirá las tentaciones del pecado, pero luchará continuamente contra él. Aquí es donde se necesita la ayuda de Cristo. La debilidad humana se une con la fuerza divina, y la fe exclama: «Gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo» (1 Cor. 15: 57).



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