El destino del Mundo

Dios creó nuestra historia y a ÉL nos debemos

domingo, 26 de marzo de 2017

Devoción Matutina Adultos | El nuevo nacimiento

Si hubiese sido posible cambiar la ley o aboliría, entonces Cristo no habría tenido por qué morir para salvar a la humanidad de la condenación del pecado. La muerte de Cristo, lejos de abolir la ley, demuestra que es inmutable. […]

La ley de Dios, por su naturaleza misma, es inmutable. Es una revelación de la voluntad y del carácter de su Autor. Dios es amor, y su ley es amor. Sus dos grandes principios son el amor a Dios y al prójimo. «El amor es el cumplimiento de la ley» (Rom. 13: 10, NVI). El carácter de Dios es justicia y verdad, por lo tanto su ley también lo es. Dice el salmista: «Tu ley es la verdad»; «todos tus mandamientos son justos» (Sal. 119: 142, 172, NVI). Y el apóstol Pablo declara: «La ley a la verdad es santa, y el mandamiento, santo, justo y bueno» (Rom. 7: 12). Semejante ley, que es la expresión del pensamiento y de la voluntad de Dios, debe ser tan duradera como su Autor.

Por medio de la conversión y de la santificación somos reconciliados con Dios, nuestras vidas pueden llegar a estar de acuerdo con los principios de su ley. Al principio el ser humano fue creado a la imagen de Dios [ver Gén. 1: 26]. Estaba en perfecta armonía con la naturaleza y la ley de Dios; los principios de justicia estaban grabados en su corazón. Pero el pecado nos separó de nuestro Creador. Ya no reflejamos la imagen divina. El pecado nos ha puesto en guerra con los principios de la ley de Dios. «La mentalidad pecaminosa es enemiga de Dios, pues no se somete a la ley de Dios, ni es capaz de hacerlo» (Rom. 8: 7, NVI). Pero la Biblia también presenta la solución: «de tal manera amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito» (Juan 3: 16), para reconciliarnos con Dios. Por los méritos de Cristo puede restaurarse la armonía entre Dios y la humanidad. Pero para esto nuestro corazón necesita ser renovado por la gracia divina; debe recibir nueva vida de lo alto. Este cambio es el nuevo nacimiento, sin el cual, según expuso Jesús, nadie «puede ver el reino de Dios» (Juan 3: 3).

El primer paso hacia la reconciliación con Dios, es la convicción del pecado. «El pecado es transgresión de la ley». «Por medio de la ley es el conocimiento del pecado» (1 Juan 3: 4; Rom. 3: 20). Solo cuando contemplamos la elevada norma de justicia que Dios ha establecido podemos reconocer nuestra culpabilidad. La ley de Dios es un espejo que nos muestra un carácter perfecto y justo, y nos permite discernir los defectos de nuestro propio carácter.

 

 

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