Devoción Matutina Adultos | Pedir el arrepentimiento
LA MISMA DIVINA Inteligencia que interviene en toda la naturaleza habla a los corazones de los seres humanos, y crea en ellos un indecible deseo de algo que no poseen. Nada de este mundo puede satisfacer ese anhelo. El Espíritu de Dios les suplica que busquen lo único que les puede dar paz y quietud: la gracia de Cristo y el goce de la santidad. Por medio de influencias visibles e invisibles, nuestro Salvador está constantemente obrando para atraer el corazón de las mujeres y los hombres y apartarlos de los vanos placeres del pecado para llevarlos a las infinitas bendiciones que pueden obtener de él. A todas esas almas que procuran vanamente beber en las «cisternas rotas» (Jer. 2: 13) de este mundo, se dirige el mensaje divino «El que tenga sed, venga; y el que quiera, tome gratuitamente del agua de la vida» (Apoc. 22: 17, NVI).
Si en tu corazón existe uñ anhelo de algo mejor que cuanto este mundo pueda ofrecer, reconoce en ese deseo la voz de Dios que te está hablando. Pídele que te dé arrepentimiento, que te revele a Cristo en su amor infinito y en su pureza absoluta. En la vida del Salvador fueron perfectamente ejemplificados los principios de la ley de Dios: el amor a Dios y a la humanidad. La benevolencia y el amor desinteresado fueron la vida de su alma. Cuando contemplamos al Redentor, y su luz nos inunda, es cuando vemos la pecaminosidad de nuestro corazón.
Podemos lisonjearnos, como Nicodemo, de que nuestra vida ha sido íntegra, de lo correcto que es nuestro carácter moral, y pensar que no necesitamos humillar nuestro corazón delante de Dios como el pecador común; pero cuando la luz de Cristo resplandezca en nuestra alma, veremos lo impuros que somos: nos percataremos del egoísmo de nuestras motivaciones y de nuestra enemistad con Dios, que han manchado todos los actos de nuestra vida. Entonces nos daremos cuenta de que nuestra propia justicia es realmente como «trapos de inmundicia» (Isa. 64: 6) y que solamente la sangre de Cristo puede limpiarnos de la contaminación del pecado y moldear nuestro corazón a la semejanza del Señor.
Un rayo de la gloria de Dios, una vislumbre de la pureza de Cristo, que penetre en el alma, hace dolorosamente visible toda mancha de pecado, y descubre la deformidad y los defectos del carácter humano. Hace patentes los deseos profanos, la incredulidad del corazón […].
El alma así conmovida odiará su egoísmo y amor propio, y mediante la justicia de Cristo buscará la pureza de corazón que armoniza con la ley de Dios y con el carácter de Cristo.
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