MUCHOS SON LOS que, aunque se esfuerzan por guardar los mandamientos de Dios, tienen poca paz y alegría. Ese vacío en su experiencia es el resultado de no ejercer la fe. Caminan como si estuvieran en una tierra salitrosa, o en un desierto. Exigen poco, cuando podrían pedir mucho, ya que las promesas de Dios son ilimitadas. No representan correctamente la santificación que se obtiene mediante la obediencia. El Señor desea que todos sus hijos sean felices, llenos de paz y obedientes. Mediante el ejercicio de la fe, el creyente llega a poseer esas bendiciones. Mediante ella puede suplirse cada deficiencia del carácter, purificarse cada contaminación, corregirse cada falta, desarrollarse cada excelencia.
La oración es el medio ordenado por el cielo para obtener éxito en el conflicto con el pecado y desarrollar el carácter cristiano. Las influencias divinas que vienen en respuesta a la oración de fe, efectuarán en el alma del suplicante todo lo que pide. Podemos pedir perdón por el pecado, podemos pedir el Espíritu Santo, un temperamento semejante al de Cristo, sabiduría y poder para realizar su obra, o cualquier otro don que él ha prometido; y la promesa es: «Se les dará» (Mat. 7: 7, NVI).
Fue en el monte con Dios donde Moisés contempló el modelo de aquel maravilloso edificio donde debía morar su gloria. Es en el monte con Dios —en el lugar secreto de comunión— donde nosotros podemos contemplar su glorioso ideal para la humanidad. En todas las edades, mediante la comunión con el cielo, Dios ha cumplido su propósito para sus hijos, desarrollando gradualmente ante sus mentes las doctrinas de la gracia. Su manera de impartir la verdad se ilustra con las siguientes palabras: «Tan cierto como que sale el sol» (Ose. 6: 3, NVI). El que se coloca donde Dios puede iluminarlo, alcanza, por decirlo así, desde la oscuridad parcial del alba hasta la plena luz del mediodía.
La verdadera santificación significa amor perfecto, obediencia perfecta y conformidad perfecta a la voluntad de Dios. Somos santificados por Dios mediante la obediencia a la verdad. Nuestra conciencia debe ser purificada de las obras de muerte sirviendo al Dios viviente. Todavía no somos perfectos; pero es nuestro privilegio separarnos de los lazos del yo y del pecado y avanzar hacia la perfección
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