LA ORACIÓN EFICAZ tiene otro elemento: la fe. «Cualquiera que se acerca a Dios tiene que creer que él existe y que recompensa a quienes lo buscan» (Heb. 11:6, NVI).
El Señor Jesús dijo a sus discípulos: «Crean que ya han recibido todo lo que estén pidiendo en oración, y lo obtendrán» (Mar. 11; 24, NVI). ¿Le tomamos la palabra a Dios?
La seguridad es amplia e ilimitada, y fiel es el que ha prometido. Cuando no recibimos exactamente y de inmediato lo solicitado, hemos de seguir confiando en que el Señor nos escucha y responderá nuestras oraciones. Somos tan cortos de vista y tan propensos a errar, que algunas veces pedimos cosas que no serían una bendición para nosotros, y nuestro Padre celestial contesta con amor nuestras oraciones dándonos aquello que es para nuestro mejor bien, aquello que nosotros mismos desearíamos si, iluminados de celestial saber, pudiéramos ver todas las cosas como realmente son.
Cuando nos parezca que nuestras oraciones no son contestadas, tenemos que aferrarnos a la promesa; porque el tiempo de recibir la respuesta ciertamente llegará y recibiremos las bendiciones que más necesitamos. Por supuesto, pretender que nuestras oraciones sean siempre contestadas en la misma forma y conforme exactamente con lo solicitado, es presunción. Dios es demasiado sabio para equivocarse, y demasiado bueno para negar un bien a los que andan en integridad. Así que no temas confiar en él, aunque no veas la respuesta inmediata a tus oraciones. Confía en la seguridad de su promesa: «Pidan, y se les dará» (Mat. 7: 7, NVI).
Si nos dejamos guiar por nuestras dudas y temores, o antes de tener fe procuramos resolver todo lo que no veamos claramente, las dudas no harán sino aumentar y agudizarse.
Pero si nos acercamos a Dios, sintiéndonos desamparados y necesitados, como en realidad estamos, y con fe humilde y confiada presentamos nuestras necesidades ante Aquel cuyo conocimiento es infinito y que ve todas las obras de su creación y todo lo gobierna por su voluntad y palabra, él puede y quiere atender nuestro clamor, y hará
resplandecer la luz en nuestro corazón. Cuando imploramos misericordia y bendición de Dios, hemos de tener un espíritu de amor y perdón en nuestro propio corazón.
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