PERO [EL SALVADOR] SABÍA también que el padre, en su interior, se había impuesto ciertas condiciones para creer en Jesús. A menos que se le concediera lo que iba a pedirle, no lo recibiría como el Mesías. […]
Sin embargo, el noble tenía cierto grado de fe; pues había venido a pedir lo que le parecía la más valiosa de todas las bendiciones. Jesús tenía un don mayor que otorgarle. No solo deseaba sanar al niño, sino hacer participar al oficial y su casa de las bendiciones de la salvación, y encender una luz en Capernaúm, que había de ser pronto campo de sus labores. […]
El oficial deseaba conocer más de Cristo, y al oír más tarde sus enseñanzas, él y toda su familia llegaron a ser discípulos suyos. Su aflicción dio paso a la conversión de toda su familia. Las noticias del milagro se difundieron; y en Capernaúm, donde Cristo realizó tantas obras maravillosas, quedó preparado el terreno para su ministerio personal.
El que bendijo al noble en Capernaúm, quiere hoy bendecirnos también. Pero como el padre afligido, a veces buscamos a Jesús procurando algún beneficio terrenal; y nuestra confianza en él depende de que nos conceda nuestras peticiones. El Salvador anhela darnos una bendición mayor que la que solicitamos; y retarda su respuesta a fin de poder mostrarnos el mal que hay en nuestro corazón y nuestra profunda necesidad de su gracia. Desea que renunciemos al egoísmo que nos induce a buscarlo. Confesando nuestra impotencia y nuestra imperante necesidad, debemos confiar completamente en su amor.
El oficial quería ver el cumplimiento de su oración antes de creer; pero tuvo que aceptar la afirmación de Jesús de que su petición había sido oída y el beneficio otorgado. Nosotros también tenemos que aprender esta lección. Nuestra fe en Cristo no debe radicar en que veamos o sintamos que él nos oye. Debemos confiar en sus promesas. Cuando acudimos a él con fe, toda petición alcanza el corazón de Dios. Cuando hemos pedido su bendición, debemos creer que la recibimos y agradecerle de que la hemos recibido. Luego debemos atender nuestros deberes, seguros de que la bendición se realizará cuando más la necesitemos. Cuando hayamos aprendido a hacer esto, sabremos que nuestras oraciones son contestadas. Dios obrará por nosotros «mucho más abundantemente de lo que pedimos», «conforme a las riquezas de su gloria», y «según la acción de su fuerza poderosa»
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