COMO NICODEMO, debemos estar dispuestos a entrar en la vida de la misma manera que el primero de los pecadores. Fuera de Cristo, «no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos» (Hech. 4: 12). Por la fe, recibimos la gracia de Dios; pero la fe no es nuestro Salvador. No nos gana nada. Es la mano por la cual nos asimos de Cristo y nos apropiamos sus méritos, el remedio por el pecado. Y ni siquiera podemos arrepentimos sin la ayuda del Espíritu de Dios. La Escritura dice de Cristo: «A este ha Dios ensalzado con su diestra por Príncipe y Salvador, para dar a Israel arrepentimiento y perdón de pecados» (Hech. 5: 31). El arrepentimiento proviene de Cristo tan ciertamente como el perdón.
¿Cómo hemos de salvarnos entonces? «Como Moisés levantó la serpiente en el desierto» (Juan 3: 14), así también el Hijo del hombre ha sido levantado, y todos los que han sido engañados y mordidos por la serpiente pueden mirar y vivir. «¡Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo!» (Juan 1: 29). La luz que resplandece desde la cruz revela el amor de Dios. Su amor nos atrae a él. Si no resistimos esta atracción, seremos conducidos al pie de la cruz arrepentidos por los pecados que crucificaron al Salvador. Entonces el Espíritu de Dios produce por medio de la fe una nueva vida en el alma. Los pensamientos y los deseos se sujetan en obediencia a la voluntad de Cristo. El corazón y la mente son creados de nuevo a la imagen de Aquel que obra en nosotros para someter todas las cosas a sí. Entonces la ley de Dios queda escrita en la mente y el corazón, y podemos decir con Cristo: «El hacer tu voluntad, Dios mío, me ha agradado» (Sal. 40: 8).
En la entrevista con Nicodemo, Jesús reveló el plan de salvación y su misión en el mundo. En ninguno de sus discursos subsiguientes, explicó él tan plenamente, paso a paso, la obra que debe hacerse en el corazón de cuantos quieran heredar el reino de los cielos. En el mismo principio de su ministerio, presentó la verdad a un miembro del Sanedrín, a la mente mejor dispuesta para recibirla, a un hombre designado para ser maestro del pueblo. Pero los dirigentes de Israel no recibieron gustosamente la luz. Nicodemo ocultó la verdad en su corazón, y durante tres años hubo muy poco fruto aparente. […]
Nicodemo relató a Juan la historia de aquella entrevista, y la pluma de este la registró para instrucción de millones de almas.
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