ASÍ COMO NECESITAMOS alimentos para sostener nuestras fuerzas físicas, también necesitamos a Cristo, el pan del cielo, para mantener la vida espiritual y para obtener energía para hacer las obras de Dios. Y de la misma manera como el cuerpo recibe constantemente el alimento que sostiene la vida y el vigor, así el alma debe comunicarse sin cesar con Cristo, sometiéndose a él y dependiendo enteramente de él.
De la misma forma como el viajero fatigado halla en el desierto la anhelada fuente y apaga su sed abrasadora, el cristiano buscará y obtendrá el agua pura de la vida, cuyo manantial es Cristo.
Al percibir la perfección del carácter de nuestro Salvador, desearemos transformarnos y renovarnos completamente a semejanza de su pureza. Cuanto más sepamos de Dios, tanto más elevado será nuestro ideal del carácter, y tanto más anhelaremos reflejar su imagen. Un elemento divino se une con lo humano cuando el alma busca a Dios y el corazón puede decir: «Solo en Dios halla descanso mi alma; de él viene mi esperanza» (Sal. 62: 5).
Si en nuestra alma sentimos necesidad, si tenemos hambre y sed de justicia, ello es una indicación de que Cristo influyó en nuestro corazón para que le pidamos que haga, por medio del Espíritu Santo, lo que nos es imposible a nosotros. Si ascendemos un poco más en el sendero de la fe, no necesitamos apagar la sed en riachuelos superficiales; porque apenas un poco más arriba de nosotros se encuentra el gran manantial de cuyas aguas abundantes podemos beber libremente.
Las palabras de Dios son las fuentes de la vida. Mientras buscamos estas fuentes vivas, el Espíritu Santo nos pondrá en comunión con Cristo. Verdades ya conocidas se presentarán a nuestra mente con nuevo aspecto; ciertos pasajes de las Escrituras revestirán nuevo significado, como iluminados por un relámpago; comprenderemos la relación entre otras verdades y la obra de redención, y sabremos que Cristo nos está guiando, que un Instructor divino está a nuestro lado. […]
Cuando el Espíritu Santo nos revele la verdad, atesoraremos las experiencias más preciosas y desearemos hablar a otras personas de las enseñanzas consoladoras que se nos han revelado. Al tratar con ellas, les comunicaremos un pensamiento nuevo acerca del carácter o la obra de Cristo
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