Devoción Matutina Adultos | Coronas y vestiduras blancas
TODOS PODEMOS reconocer que hay un poder que actúa junto con nuestros esfuerzos para alcanzar la victoria. ¿Por qué no aceptamos la ayuda que se ha provisto, para elevarnos y ennoblecernos? ¿Por qué a veces permitimos que la complacencia del apetito pervertido nos arrastre? ¿Por qué no vencemos en el nombre y con la fuerza de Jesús? Cristo oirá nuestras oraciones sin importar cuán débiles sean. Se compadece de nuestra debilidad. Aquel que es «poderoso para salvar» (Heb. 7: 25) ha provisto ayuda para cada uno de nosotros. Te presento a Jesucristo, el Salvador de los pecadores, solo él puede darte poder para vencer en todo.
Cualquier sacrificio que tengamos que hacer para alcanzar el cielo valdrá la pena. No podemos arriesgarnos ni aventurar en este tema. Debemos saber que nuestros pasos están ordenados por el Señor. Que Dios nos ayude en nuestra gran obra de vencer. Él tiene coronas para todos los que triunfan. Tiene ropas blancas para los vencedores. Tiene un mundo eterno de gloria para aquellos que buscan gloria, honor e inmortalidad. Todo aquel que entre en la ciudad de Dios, lo hará como triunfador. Nadie entrará en ella como un criminal condenado, sino como un hijo de Dios. Y la bienvenida para todos los que entren, será: «Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo» (Mat. 25: 34).
Con placer pronunciaré palabras que ayuden a las almas temblorosas a aferrarse por fe en el poderoso Ayudador, para que desarrollen un carácter que Dios contemplará con satisfacción. El cielo puede invitarnos y presentarnos sus más ricas bendiciones, y puede ser muy fácil para nosotros desarrollar un carácter perfecto; pero todo esto será en vano a menos que estemos dispuestos a ayudarnos a nosotros mismos. Debemos usar los talentos y destrezas que Dios nos ha otorgado o nos hundiremos cada vez más y no tendremos ninguna utilidad para el bien, ni en este mundo ni en la eternidad.— La temperancia, cap. 6, p. 97.
Aquellos que se encuentran debilitados y se han degradado a sí mismos por la indulgencia pecaminosa, pueden convertirse en hijos de Dios. Tienen el poder de hacer el bien a otros y ayudarlos a vencer la tentación; cosechando así también beneficios para ellos mismos. Pueden ser luces que brillan en el mundo, y que finalmente escucharán la bendición: «Bien, buen siervo y fiel» (Mat. 25: 23) de los labios del Rey de gloria
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