El destino del Mundo
Dios creó nuestra historia y a ÉL nos debemos
lunes, 12 de agosto de 2019
LA ESCRITURA FUE LA GUIA DE JESÚS
Y todos los que le oían, se maravillaban de su inteligencia y de sus respuestas.
Lucas 2:47.
Ellos [los rabinos] sabían que él los superaba mucho en discernimiento espi-
ritual, y que vivía una vida intachable; pero estaban enojados con él porque
no violaba su conciencia obedeciendo sus dictados. Al no poder convencerlo de
que debía considerar como sagradas las tradiciones humanas, vinieron a José y
a María y se quejaron de que Jesús estaba tomando un curso errado respecto de
sus costumbres y tradiciones. Jesús sabía lo que era tener una familia dividida
contra él, por causa de su fe religiosa. Él amaba la paz; anhelaba el amor y la
confi anza de los miembros de su familia; pero sabía lo que signifi caba que le re-
tiraran sus afectos. Sufrió reproche y censura porque tomó un camino derecho
y no cometía maldad porque otros lo hicieran, sino que era fi el a los manda-
mientos de Jehová. Sus hermanos lo reprendieron porque se mantenía apartado
de las ceremonias enseñadas por los rabinos, porque consideraban la palabra de
seres humanos superior a la Palabra de Dios; porque amaban la alabanza de los
hombres más que la alabanza de Dios.
Jesús hizo de las Escrituras su estudio constante; y cuando los escribas y los
fariseos intentaron hacerle aceptar sus doctrinas, advirtieron que él se encontra-
ba listo para enfrentarlos con la Palabra de Dios, y no podían hacer nada para
convencerlo de que tenían razón. Parecía conocer las Escrituras de principio a
fi n, y las repetía de tal modo que su signifi cado verdadero brillaba... Estaban
enojados porque este niño se atrevía a dudar de sus palabras, cuando ellos ha-
bían sido llamados a estudiar y explicar las Escrituras...
Sus hermanos lo amenazaron e intentaron lograr que tomara un curso erra-
do, pero él los ignoró e hizo de las Escrituras su guía. Desde la ocasión en que
sus padres lo encontraron en el Templo haciendo y respondiendo preguntas
entre los doctores, no podían entender su curso de acción. Callado y gentil, pa-
recía uno que había sido colocado aparte. Cada vez que podía, salía en solitario
a los campos y las colinas para comulgar con el Dios de la naturaleza. Cuando
terminaba su trabajo, caminaba cerca del lago, entre los árboles del bosque y
en los verdes valles, donde podía pensar en Dios y elevar su alma al cielo en
oración. Después de pasar tiempo de esta manera, regresaba a su hogar para
retomar los simples deberes de su vida y brindar a todos un ejemplo de labor
paciente –Youth’s Instructor, 5 de diciembre de 1895.
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