Devoción Matutina Adultos. La obediencia es el fruto del amor
«El que tiene mis mandamientos y los guarda, ese es el que me ama». Juan 14: 21
LOS QUE SE SIENTAN inclinados a jactarse de su santidad debieran mirarse en el espejo de la ley de Dios. Cuando vean la amplitud de sus exigencias y comprendan cómo ella discierne los pensamientos e intentos del corazón, no se jactarán de su impecabilidad. […]
Hay quienes profesan santidad, quienes declaran que están completamente con el Señor, quienes pretenden tener derecho a las promesas de Dios, mientras rehúsan obedecer sus mandamientos. Dichos transgresores de la ley quieren recibir todo lo que fue prometido a los hijos de Dios; pero eso es presunción de su parte. Juan nos dice que el verdadero amor a Dios se manifiesta mediante la obediencia a todos sus mandamientos. No basta creer la teoría de la verdad, hacer una profesión de fe en Cristo, creer que Jesús no es un impostor, y que la religión de la Biblia no es una fábula. «El que dice: “Yo lo conozco”, pero no guarda sus mandamientos, el tal es mentiroso y la verdad no está en él. Pero el que guarda su palabra, en ese verdaderamente el amor de Dios se ha perfeccionado; por esto sabemos que estamos en él» (1 Juan 2: 4-5). […] Juan no enseñó que la salvación se puede ganar por la obediencia; sino que la obediencia es el fruto de la fe y del amor. «Pero ustedes saben que Jesucristo se manifestó para quitar nuestros pecados. Y él no tiene pecado. Todo el que permanece en él, no practica el pecado. Todo el que practica el pecado, no lo ha visto ni lo ha conocido» (1 Juan 3: 5-6, NVI). Si permanecemos en Cristo, si el amor de Dios habita en nuestros corazones, nuestros sentimientos, pensamientos y acciones estarán de acuerdo con la voluntad de Dios. El corazón santificado está en armonía con los preceptos de su ley.
Muchos, aunque se esfuerzan por obedecer los mandamientos de Dios, no tienen paz y alegría. Esto es el resultado de no ejercer fe. Caminan como si estuvieran en una tierra salitrosa, o en un desierto reseco. Demandan poco, cuando podrían pedir mucho, pues las promesas de Dios no tienen límite. Este tipo de personas no representan correctamente la santificación que viene como resultado de la obediencia a la verdad. El Señor desea que todos sus hijos sean felices, llenos de paz y obedientes. Mediante el ejercicio de la fe el creyente llega a poseer esas bendiciones. Mediante ella se puede suplir cada deficiencia del carácter, purificar cada contaminación, corregir cada falta y desarrollar cada virtud.
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