El destino del Mundo

Dios creó nuestra historia y a ÉL nos debemos

domingo, 4 de junio de 2017

Devoción Matutina Adultos El escudo de Dios

SOLO HABÍA UNA ESPERANZA para la humanidad, y era que se pusiera nueva levadura en aquella masa de elementos discordantes y corruptos; que se introdujera el poder de una vida nueva; que se restaurara en el mundo el conocimiento de Dios.

Cristo vino para restaurar ese conocimiento. Vino para poner a un lado las falsas enseñanzas mediante las cuales los que decían conocer a Dios lo habían desfigurado. Vino a manifestar la naturaleza de su ley, a revelar en su carácter la belleza de la santidad.

Cristo vino al mundo con el amor acumulado de toda la eternidad. Al eliminar las exigencias que hacían gravosa la ley de Dios, demostró que es una ley de amor, una expresión de la bondad divina. Demostró que la obediencia a sus principios entraña la felicidad de la humanidad, y con ella la estabilidad, el mismo cimiento y armazón de la sociedad. Lejos de contener requisitos arbitrarios, la ley de Dios nos ha sido dada como protección. El que acepta sus principios es preservado del mal. La fidelidad a Dios implica fidelidad al prójimo. De ese modo la ley protege los derechos y la individualidad de todo ser humano. Prohíbe al superior oprimir, y al subalterno desobedecer. Asegura nuestro bienestar, tanto en este mundo como en el venidero. Para el obediente es la garantía de la vida eterna, porque expresa los principios que permanecen para siempre.

Cristo vino a demostrar el valor de los principios divinos por medio de la revelación de su poder para regenerar a la especie humana. Vino a enseñar cómo se deben desarrollar y aplicar esos principios.


Entonces, para la gente, el valor de todo lo determinaba la apariencia exterior. Al perder su poder, la religión había aumentado su pompa. Los educadores de la época trataban de imponer respeto mediante la ostentación y la grandilocuencia. Comparada con todo esto, la vida de Cristo establecía un marcado contraste. Ponía en evidencia la falta de valor de las cosas que la gente consideraba como esenciales para la vida. Al nacer en el ambiente más rústico, al compartir un hogar y una vida humildes, y la ocupación de un artesano, al vivir una vida sin deseos de fama. […] En medio de estas circunstancias y entorno, Jesús siguió el plan divino de la educación.




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