Una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder. Ni se enciende luz y se
pone debajo de un almud, sino sobre el candelero, y alumbra a todos los que están en
casa.( S. Mateo 5: 14, 15.)
Dijo Jesús a los discípulos: "Vosotros sois la luz del mundo" (S. Mateo 5: 14). Así como
el sol avanza por los cielos, disipando las sombras de la noche y llenando de brillo al
mundo, así también los seguidores de Jesús deben brillar para disipar la oscuridad
moral de un mundo entregado al pecado. Pero ellos no tienen luz en sí mismos; deben
reflejar sobre el mundo la luz del Cielo.
"Una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder". Nuestros pensamientos
y propósitos son la fuente secreta de nuestra acción y por ello determinan nuestro
carácter. Los propósitos elaborados en el corazón no necesitan expresarse en palabras
o hechos para transformarse en pecado y poner al ser bajo condenación. Cada
pensamiento, cada sentimiento y cada inclinación, aunque no sean vistos por los
hombres, son captados por el ojo de Dios. Pero sólo cuando el mal, que se ha
enraizado en el corazón, se exterioriza en una palabra o en un acto impropio puede el
carácter del hombre ser juzgado por su prójimo.
El cristiano es un representante de Cristo. Ha de mostrar al mundo el poder
transformador de la gracia divina. Es una epístola viva de la verdad de Dios, conocida y
leída por todos los hombres. La regla que dio Cristo para determinar quiénes son sus
verdaderos seguidores es: "Por sus frutos los conoceréis"(S. Mateo 7: 16, 20). . .
La vida cristiana piadosa y la santa conversación son un testimonio diario contra el
pecado y los pecadores. Pero debe manifestar a Cristo y no al yo. Cristo es el gran
remedio para el pecado.
Nuestro compasivo Redentor nos ha provisto la ayuda que
necesitamos. El está esperando imputar su justicia al penitente sincero, y encender en
su corazón el amor divino que sólo nuestro gracioso Redentor puede inspirar. Los que
profesamos ser sus testigos en la tierra, sus embajadores de la corte del Cielo, hemos
de glorificar a Aquel que representamos siendo fieles portaluces en el mundo.
Todo aquel que al fin obtenga la vida eterna, manifestará aquí celo y devoción en el
servicio a Dios. No abandonará el puesto del deber ante la prueba, la tribulación o el
vituperio. Será un diligente estudiante de las Escrituras, y seguirá la luz a medida que
ésta brilla en su camino. Cuando se le presente una clara demanda bíblica, no se
detendrá a preguntar: ¿Qué dirán mis amigos si me uno con el pueblo de Dios?
Cuando conozca su deber lo cumplirá de corazón y con valor.
Jesús dice que no se avergüenza de llamar hermanos a estos seguidores íntegros. El
Dios de verdad estará de su lado y nunca los abandonará. Toda aparente pérdida por
causa de Cristo les será contada como una ganancia infinita.
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