El impacto que una persona o familia
siente debido a la muerte de un ser querido es
uno de los más estresantes de la vida; genera
un profundo efecto emocional, crea una situación de crisis y todo el sistema se desorganiza y distorsiona; el intento de adaptarse a la
situación traumática del dolor y sufrimiento
recibe el nombre de duelo.
Cada uno de los miembros de la familia
reaccionará de forma diferente. Estas diferencias individuales deben respetarse, ya que las
emociones no siempre siguen un orden cronológico, sino que aparecen y desaparecen.
Estas emociones pueden ir desde el estado de
conmoción o estupor (primera etapa), a un
estado de desconocimiento, desesperación,
acciones automáticas, incapacidad de aceptar
la realidad y negación del hecho. Puede ocurrir también un estado de enojo o agresividad;
sentirse culpable por estar vivo, acusarse a sí
mismo: “si hubiera estado allá”; “si hubiese
hecho esto o aquello” (segunda etapa), tener
sentimientos de injusticia, desamparo y confusión. Después viene el estado de desorganización o de desesperación (tercera etapa),
entonces comenzamos a tomar conciencia
de que nuestro ser querido no estará más
entre nosotros, por lo tanto llega una tristeza apática, nostalgia, desinterés o incluso una tendencia al abandono,
hasta que la instrumentación de
ciertos mecanismos de autocontrol permiten que la persona supere el hecho que le causó tanto
dolor (cuarta etapa).
Después de pasar por todas
estas sensaciones de dolor, la vida
nunca vuelve a ser la misma, pues
la pérdida de un ser querido deja
un vacío que nada ni nadie puede
llenar.
Nuestro objetivo es analizar
algunas situaciones que ocurren
en este proceso y cómo podemos
acompañar a los enlutados, reconstruyéndoles la existencia con
un nuevo significado.
Esta amplia gama de emociones y sentimientos que se producen en este proceso es normal
y previsible en una situación de
pérdida. La tristeza y el dolor son
intensos. Este dolor se expresa
de forma física (llanto, dolor en
el pecho, trastornos intestinales,
pérdida del apetito, problemas
con el sueño, etc.); y de manera
emocional y psicológica (tristeza,
ataques de ansiedad, depresión,
pensamientos suicidas, etc.).
No es fácil seguir adelante
después de la muerte de un ser
querido. El dolor disminuye con
el tiempo y esto debe aceptarse
como un proceso natural. Es importante no ocultar las emociones
y no negar la realidad.
La finalidad del duelo es expresar y mantener los sentimientos
sanos, reducir el sufrimiento,
dominar el dolor de la separación,
aceptar la muerte y amar al fallecido con un nuevo lenguaje del
amor. En este proceso es necesario
encontrarle un nuevo significado a
la vida.
Para completar el proceso de
curación se debe pasar por todas
las etapas mencionadas anteriormente. Habrá días mejores o
peores y, a veces, el sentimiento
que se imaginaba superado vuelve
a manifestarse.
Recuerdo a mis 22 años que perdí a mi padre; mi vida cambio radicalmente, adquiri responsabilidades que jamas hubiera pensado,y ahora acabo de perder a mi madre y noto como si el cordón umbilical familiar se rompiera,aunque es pronto para sacar conclusiones pues familiarmente estoy unido a mis 5 hermanas y sus progenitores.
¿Qué hacer? ¿Cómo avisarle al
padre que estaba regresando de un
viaje? ¿Cómo darle al hijo de siete
años la noticia de que su hermano
no estaría más con ellos? Estos
fueron los momentos de mayor perturbación de la familia. Sólo la sabiduría
divina podría atender de forma cautelosa
estas emociones tan fuertes.
Cada miembro de la familia reaccionó y
expresó su dolor por la pérdida de manera
diferente. En ese momento aparecen las preguntas y los “por qué” (procesos predecibles
ante una tragedia de esa magnitud, a pesar de
la religión, fe y creencias). ¿Señor, dónde estabas que no protegiste a mi hijo? ¿Señor, por
qué lo permitiste? ¿Qué quieres de mí? Preguntas sin respuestas. Es aquí cuando surge
la lucha entre la desesperación del dolor y la
esperanza del reencuentro en la mañana de la
resurrección.
A pesar del dolor y la amargura por el
hecho, mi amigo y su familia concentraron su
confianza en Dios y dijeron como Job en su
sufrimiento: “Pero yo sé que mi Redentor vive
[…]” (Job 19:25).
Es el desarrollo de la virtud trascendental
en conexión con el Superior, lo que hace que
las preocupaciones y problemas se enfrenten
con valentía, persistencia, integridad, moderación y esperanza, y mantengamos una vida
con sentido, a pesar del dolor que sentimos.
La tarea de los que acompañan este proceso es promover la visión del futuro y minimizar el permanecer en el pasado y en la
nostalgia.
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