La salvación transforma nuestra manera de
ver el mundo. Ya no tememos el pasado o el futuro, sino que abrazamos un
presente lleno de esperanza, amor, entusiasmo y alabanza, porque el
Espíritu vive en nosotros.
Jesús triunfó sobre las fuerzas del mal por su muerte en la cruz.
Aquel que subyugó los espíritus demoníacos durante su ministerio
terrenal, quebrantó su poder y aseguró su destrucción definitiva. La
victoria de Jesús nos da la victoria sobre las fuerzas malignas que
todavía buscan controlarnos y nos permite andar con él en paz, gozo y la
certeza de su amor. El Espíritu Santo ahora mora dentro de nosotros y
nos da poder. Al estar continuamente comprometidos con Jesús como
nuestro Salvador y Señor, somos librados de la carga de nuestras
acciones pasadas. Ya no vivimos en la oscuridad, el temor a los poderes
malignos, la ignorancia ni la falta de sentido de nuestra antigua manera
de vivir. En esta nueva libertad en Jesús, somos invitados a
desarrollarnos en semejanza a su carácter, en comunión diaria con él por
medio de la oración, alimentándonos con su Palabra, meditando en ella y
en su providencia, cantando alabanzas a él, reuniéndonos para adorar y
participando en la misión de la iglesia. Al darnos en servicio amante a
aquellos que nos rodean y al testificar de la salvación, la presencia
constante de Jesús por medio del Espíritu transforma cada momento y cada
tarea en una experiencia espiritual. (Sal. 1:1, 2; 23:4; 77:11, 12;
Col. 1:13, 14; 2:6, 14, 15; Luc. 10:17-20; Efe. 5:19, 20; 6:12-18; 1
Tes. 5:23; 2 Ped. 2:9; 3:18; 2 Cor. 3:17, 18; Fil. 3:7-14; 1 Tes.
5:16-18; Mat. 20:25-28; Juan 20:21; Gál. 5:22-25; Rom. 8:38, 39; 1 Juan
4:4; Heb. 10:25).
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