* La Navidad siempre es una ocasión para el recuerdo. El
recuerdo, como una vela en la oscuridad, brilla más intensamente en
Navidad. Y por lo tanto, esta celebración también puede serlo para el
perdón y la reconciliación. La Navidad nos desafía a buscar esa unidad
familiar que hemos perdido por la fatiga del tiempo durante el año, por
los desencuentros o por las peleas estériles. Recordar lo mejor,
acogerse a la magia del perdón, dejar lo malo del pasado atrás,
liberarse de toda carga negativa es el mensaje de la Navidad.
Nunca son más pertinentes las palabras del evangelio que en esta
época navideña: “Perdónanos nuestras deudas, como también nosotros
perdonamos a nuestros deudores” (S. Mateo 6:12).
*La Navidad siempre es una ocasión para valorar el presente.
Porque estamos vivos. La vida es un don de Dios. Y en Navidad debemos
agradecer al Creador por ese día más de vida que nos permitió llegar a
fin de año. Este agradecimiento bien puede tomar la forma de la
solidaridad y del altruismo.
“Ojalá pudiésemos meter el espíritu de la Navidad en frascos y abrir
un frasco cada mes del año”, fue el deseo del financista norteamericano
Harlan Miller. La Navidad nos trae el mensaje de que el mejor regalo es
donarnos a nosotros mismos en favor de nuestro prójimo. Nos dice que
“más bienaventurada cosa es dar que recibir” (Hechos 20:35).
*La Navidad siempre es una ocasión para la esperanza. En esta
Tierra nació una noche Jesús sin más arma que su inocencia y su
vulnerable belleza. El Niño nació para ser el Hijo del Hombre que vino a
buscar a los simples, y entre los simples, a los niños; y aun aquellos
más simples que los niños lo terminaron recibiendo: el becerro, el asno y
el buey. Animales con historia: Perdido de aquel Dios que lo liberó de
Egipto, el pueblo de Israel obligó a Aarón a que le hiciera un becerro
de oro para que lo adorasen. En Grecia, el buey estaba consagrado a
Ares, a Dionisio, a Apolo Hiperbóreo. La burra de Balaam había salvado
con su palabra al profeta, y el rey de Persia obligó a su pueblo a que
la adoraran. Hasta entonces, reyes y pueblos se habían inclinado ante
los becerros, los bueyes y los asnos. Eran los reyes de la Tierra, cuyos
pueblos no tenían otro horizonte que el que marcaban las bestias. Un
horizonte de muerte.
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