AL VOLVER de Gádara a la orilla occidental, Jesús
encontró una multitud reunida para recibirle, la cual le
saludó con gozo. Permaneció él a orillas del mar por un
tiempo, enseñando y sanando, y luego se dirigió a la casa
de Leví Mateo para encontrarse con los publicanos en su
fiesta. Allí le encontró Jairo, príncipe de la sinagoga.
Este anciano de los judíos vino a Jesús con gran
angustia, y se arrojó a sus pies exclamando: "Mi hija está a
la muerte: ven y pondrás las manos sobre ella para que
sea salva, y vivirá."
Jesús se encaminó inmediatamente con el príncipe
hacia su casa. Aunque los discípulos habían visto tantas
de sus obras de misericordia, se sorprendieron al verle
acceder a la súplica del altivo rabino; sin embargo,
acompañaron a su Maestro, y la gente los siguió, ávida y
llena de expectación. La casa del príncipe no quedaba muy
lejos, pero Jesús y sus compañeros avanzaban lentamente
porque la muchedumbre le apretujaba de todos lados. La
dilación impacientaba al ansioso padre, pero Jesús,
compadeciéndose de la gente, se detenía de vez en
cuando para aliviar a algún doliente o consolar a algún
corazón acongojado.
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