«Jesús les contó otra parábola: «El reino de los cielos es semejante a un grano de mostaza, que un hombre sembró en su campo. Sin duda, esta es la más pequeña de todas las semillas; pero, cuando crece, es la más grande de las plantas..»
( Mateo 13:31-32)
SEGÚN NOS CUENTA JOHN STOTT, Nicolaus era apenas un adolescente cuando él y cinco amigos de la escuela fundaron un grupo de oración. Lo llamaron «la orden del grano de mostaza». Su misión principal era «llevar el evangelio hasta lo último de la tierra». Su lema: «Nadie vive para sí».
Cuando llegaron los años de universidad, Nicolaus, cediendo a la presión familiar, optó por estudiar leyes en la Universidad de Wittenberg. Apenas se graduó, en 1719, le tocó enfrentar su primera gran prueba. Era costumbre entre los nobles de la época que los recién graduados hicieran un recorrido por las principales ciudades de Europa. El objetivo era que los jóvenes llegaran a ser «hombres de mundo». Nicolaus dejó en claro su posición. «Si el objetivo [de este viaje] —dijo— es hacer de mí “un hombre de mundo”, les aseguro que malgastarán su dinero; porque es la voluntad de Dios que yo viva solo para Jesucristo».
Y para Jesucristo vivió, porque el conde Nicolaus Ludwig von Zinzendorf le hizo honor a lo que, según John Stott, era su «incuestionable, inquebrantable y envolvente devoción al Cordero de Dios». «Solo tengo una pasión —declaró Nicolaus—: es él, solo él». Una pasión que comenzó temprano en su vida, y que luego se profundizó cuando, de visita en Dusseldorf, por primera vez vio la obra Ecce Homo («He aquí el Hombre»), del italiano Domenico Fetti. La pintura muestra a Cristo en el momento en el que Pilato lo presenta ante la multitud, después de haberlo azotado, con la corona de espinas y el manto de púrpura. Dice el relato que el joven Nicolaus contempló absorto el rostro de Cristo, mientras leía las palabras escritas al pie del cuadro: «Esto hice por ti; ¿Qué estás haciendo tú por mí?».
En los años que siguieron, Zinzendorf usó su riqueza para la predicación del evangelio. Su obra tuvo un alcance tan amplio que, según Ruth Tucker, durante el siglo XVIII nadie hizo una contribución mayor que él para lo que más tarde serían las sociedades misioneras.
Poco después de leer la historia del conde Zinzendorf, recordé el himno: «¿Qué estás haciendo por Cristo/ mientras él vida te da?/ ¿Sembrando estás su Palabra/ o te hallas durmiendo quizá?» (Himnario adventista, ed. 2010, No. 557).
No pude evitar hacerme la pregunta: «¿Qué estoy haciendo yo por Cristo?».
Bendito Cristo, sé que no he hecho mucho por ti, pero hoy quiero entregarte mi vida, y decirte que la puedes usar, de acuerdo a tu voluntad y para tu gloria.
https://www.youtube.com/watch?v=au3r-mBz-S4
Un saludo
Eliseo Cuesta
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