El destino del Mundo

Dios creó nuestra historia y a ÉL nos debemos

sábado, 22 de julio de 2017

Devoción Matutina Adultos El ejemplo de Juan el Bautista

«Porque será grande delante de Dios. No beberá vino ni sidra, y será lleno del Espíritu Santo aun desde el vientre de su madre». Juan 1:15

COMO PROFETA, Juan había de «hacer volver los corazones de los padres a los hijos y de los rebeldes a la prudencia de los justos, para preparar al Señor un pueblo bien dispuesto» (Luc. 1:17). Al preparar el camino para la primera venida de Cristo, representaba a aquellos que han de preparar un pueblo para la segunda venida de nuestro Señor. El mundo está entregado al pecado. Abundan los errores y las fábulas. Se han multiplicado las trampas de Satanás para destruir a las almas. Todos los que quieran alcanzar la santidad en el temor de Dios deben aprender las lecciones de temperancia y dominio propio. Las pasiones y los apetitos deben ser mantenidos en sujeción a las facultades superiores de la mente. Esta disciplina propia es esencial para la fuerza mental y la percepción espiritual que nos han de habilitar para comprender y practicar las sagradas verdades de la Palabra de Dios. Por esta razón, la temperancia ocupa un lugar en la obra de prepararnos para la segunda venida de Cristo.

En circunstancias normales, el hijo de Zacarías habría sido educado para el sacerdocio. Pero la educación de las escuelas rabínicas le habría arruinado para su obra. Dios no envió a Juan a los maestros de teología para que aprendiese a interpretar las Escrituras. Lo llamó al desierto, para que aprendiese de la naturaleza, y del Dios de la naturaleza.

Fue en una región solitaria donde halló hogar, en medio de las colinas áridas, de los desfiladeros salvajes y las cuevas rocosas. Pero él mismo quiso dejar a un lado los goces y lujos de la vida y prefirió la severa disciplina del desierto. Allí lo que le rodeaba favorecía la adquisición de sencillez y abnegación. Sin ser interrumpido por los clamores del mundo, podía estudiar las lecciones de la naturaleza, de la revelación y de la Providencia. Las palabras del ángel a Zacarías habían sido repetidas con frecuencia a Juan por sus padres temerosos de Dios. Desde la niñez, se le había recordado su misión, y él había aceptado el cometido sagrado. Para él la soledad del desierto era una manera bienvenida de escapar de la sociedad en la cual las sospechas, la incredulidad y la impureza, lo compenetraban casi todo. Desconfiaba de su propia fuerza para resistir la tentación, y huía del constante contacto con el pecado, a fin de no perder el sentido de su excesiva pecaminosidad.


Dedicado a Dios como nazareno desde su nacimiento, hizo él mismo voto de consagrar su vida a Dios.



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