El destino del Mundo

Dios creó nuestra historia y a ÉL nos debemos

sábado, 4 de junio de 2016

DIOS DA FUNDAMENTO A SU IGLESIA

El sacrificio de Cristo en favor del hombre fue pleno y completo. La condición de la expiación se había cumplido. La obra para la cual él había venido a este mundo se había efectuado. El había ganado el reino. Se lo había arrebatado a Satanás, y había llegado a ser heredero de todas las cosas. Estaba en camino al trono de Dios, para ser honrado por la hueste celestial. Revestido de autoridad ilimitada, dio a sus discípulos su comisión: "Por tanto, id, y doctrinad a todos los Gentiles, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo: enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado: y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo." (Mat. 28: 19, 20.) Precisamente antes de dejar a sus discípulos, Cristo explicó claramente una vez más la naturaleza de su reino. Les recordó las cosas que les había dicho anteriormente respecto a ese reino.  Declaró que no era su propósito establecer en este mundo un reino temporal. No estaba destinado a reinar como monarca terrenal en el trono de David. Cuando los discípulos le preguntaron: "Señor, ¿restituirás el reino a Israel en este tiempo?" él respondió: "No toca a vosotros saber los tiempos o las sazones que el Padre puso en su sola potestad." (Hech. 1: 6,7.) No era necesario para ellos penetrar más en el futuro de lo que las revelaciones que él había hecho los capacitaban para hacerlo. Su trabajo era proclamar el mensaje evangélico. La presencia visible de Cristo estaba por serles quitada a los discípulos, pero iban a recibir una nueva dotación de poder. Iba a serles dado el Espíritu Santo en su plenitud, el cual los sellaría para su obra. "He aquí dijo el Salvador, yo enviaré la promesa de mi Padre sobre vosotros: mas vosotros asentad en la ciudad de Jerusalén, hasta que seáis investidos de potencia de lo alto." (Luc. 24: 49.) "Porque Juan a la verdad bautizó con agua, mas vosotros seréis bautizados con el Espíritu Santo no muchos días después de éstos." "Mas recibiréis la virtud del Espíritu Santo que vendrá sobre vosotros; y me seréis testigos en Jerusalén, y en toda Judea, y Samaria, y hasta lo último de la tierra." (Hech. 1: 5, 8.) El Salvador sabía que ningún argumento, por lógico que fuera, podría ablandar los duros corazones, o traspasar la costra de la mundanalidad y el egoísmo. Sabía que los discípulos habrían de recibir la dotación celestial; que el Evangelio sería eficaz sólo en la medida en que fuera proclamado por corazones encendidos y labios hechos elocuentes por el conocimiento vivo de Aquel que es el camino, la verdad y la vida. La obra encomendada a los discípulos requeriría gran eficiencia; porque la corriente del mal que fluía contra ellos era profunda y fuerte. Estaba al frente de las fuerzas de las tinieblas un caudillo vigilante y resuelto, y los seguidores de Cristo podrían batallar por el bien sólo mediante la ayuda que Dios, por su Espíritu, les diera. Cristo dijo a sus discípulos que ellos debían comenzar su . trabajo en Jerusalén. Esa ciudad había sido el escenario de su asombroso sacrificio por la raza humana. Allí, cubierto con el vestido de la humanidad, había caminado y hablado con los hombres, y pocos habían discernido cuánto se había acercado el cielo a la tierra. Allí había sido condenado y crucificado. En Jerusalén había muchos que creían secretamente que Jesús de Nazaret era el Mesías, y muchos que habían sido engañados por los sacerdotes y gobernantes. El Evangelio debía ser proclamado a éstos. Debían ser llamados al arrepentimiento. Debía aclararse la maravillosa verdad de que sólo mediante Cristo puede obtenerse la remisión de los pecados. Y mientras Jerusalén estaba agitada por los conmovedores sucesos de pocas semanas atrás, era cuando la predicación de los discípulos haría la más profunda impresión. Durante su ministerio, Jesús había mantenido constantemente ante los discípulos el hecho de que ellos habrían de ser uno con él en su obra de rescatar al mundo de la esclavitud del pecado. Cuando envió a los doce y más tarde a los setenta, a proclamar el reino de Dios, les estaba enseñando su deber de impartir a otros lo que él les había hecho conocer. En toda su obra, los estaba preparando para una labor individual, que se extendería a medida que el número de ellos creciese, y finalmente alcanzaría a las más apartadas regiones de la tierra. La última lección que dio a sus seguidores era que se les habían encomendado para el mundo las alegres nuevas de la salvación. Cuando llegó el momento en que debía ascender a su Padre, Cristo condujo a los discípulos hasta Betania. Allí se detuvo, y ellos se reunieron en derredor de él. Con las manos extendidas en ademán de bendecir, como asegurándoles su cuidado protector, ascendió lentamente de entre ellos. "Y aconteció que bendiciéndolos, se fue de ellos; y era llevado arriba al cielo."(Luc. 24: 51.) Mientras los discípulos estaban mirando arriba para recibir la última vislumbre de su Señor que ascendía, él fue recibido en las gozosas filas de los ángeles celestiales. Mientras estos . ángeles lo escoltaban a los atrios de arriba, cantaban triunfalmente: "Reinos de la tierra, cantad a Dios, cantad al Señor; al que cabalga sobre los cielos de los cielos.... Atribuid fortaleza a Dios: sobre Israel es su magnificencia, y su poder está en los cielos." (Sal. 68: 32 - 34.) Los discípulos estaban todavía mirando fervientemente hacia el cielo cuando "he aquí, dos varones se pusieron junto a ellos en vestidos blancos; los cuales también les dijeron: Varones Galileos, ¿qué estáis mirando al cielo? este mismo Jesús que ha sido tomado desde vosotros arriba en el cielo, así vendrá como le habéis visto ir al cielo." (Hech. 1: 10, 11.) La promesa de la segunda venida de Cristo habría de mantenerse siempre fresca en las mentes de sus discípulos. El mismo Jesús a quien ellos habían visto ascender al cielo, vendría otra vez, para llevar consigo a aquellos que aquí estuvieran entregados a su servicio. La misma voz que les había dicho: "He aquí, yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo,' les daría la bienvenida a su presencia en el reino celestial. Así como en el servicio típico el sumo sacerdote ponía a un lado sus ropas pontificias, y oficiaba con el blanco vestido de lino del sacerdote común, así Cristo puso a un lado sus ropas reales, fue vestido de humanidad, ofreció sacrificio, siendo él mismo el sacerdote y la víctima. Como el sumo sacerdote, después de realizar su servicio en el lugar santísimo, salía vestido con sus ropas pontificias, a la congregación que esperaba, así Cristo vendrá la segunda vez, cubierto de vestidos tan blancos "que ningún lavador en la tierra los puede hacer tan blancos." (Mar. 9: 3.) El vendrá en su propia gloria, y en la gloria de su Padre, y toda la hueste angélica lo escoltará en su venida. Así se cumplirá la promesa de Cristo a sus discípulos: "Vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo." (Juan 14:3.) A aquellos que le hayan amado y esperado, los coronará con gloria, honor e inmortalidad. Los justos muertos se levantarán de sus tumbas, y los que estén vivos serán arrebatados con ellos . al encuentro del Señor en el aire. Oirán la voz de Jesús, más dulce que ninguna música que hayan sentido alguna vez los oídos mortales, diciéndoles: Vuestra guerra ha terminado. "Venid, benditos de mi padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo." (Mat. 25: 34.) Bien podían los discípulos regocijarse en la esperanza del regreso de su Señor.......











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