No temas, Jacob, porque yo te redimí, yo te di tu nombre, Israel, y tú me perteneces.
Isaías 43: 1, RVC
CHRISTINE ESTABA COMIENDO cuando recibió una llamada de su cuñada Kathy, para decirle que George había recibido una carta del Servicio Social en la que le decían que él había sido adoptado. Y, con esa información, ya Christine no pudo seguir comiendo. « ¿De dónde salió esa barbaridad?», se preguntó.
Después de hablar con George, su hermano, lo que al principio pareció
una barbaridad, pronto se convirtió en una posibilidad. « ¿Y si todo
esto es cierto?», dijo. Sin pérdida de tiempo, Christine salió rumbo a
casa de su madre. Ahí se encontraría con George y con Kathy, su cuñada.
Cuando llegó al lugar, ahí estaban todos, esperándola. Pero apenas vio
el rostro de su madre, supo que la noticia era cierta. Con lágrimas en
sus ojos, la señora admitió la dura verdad. Le dijo a George lo mucho
que sentía lo ocurrido, y que nunca había sido su intención herirlo.
Mientras su madre hablaba, por la mente de Christine pasaba un remolino de preguntas. Pero sus pensamientos fueron interrumpidos cuando su madre declaró que había «otro secreto». Dirigiéndose a Christine, le preguntó si quería saber toda la verdad. A Christine le pareció que su corazón dejaba de latir por un instante. Sin esperar palabra alguna de su madre, ella misma respondió:
–Yo también fui adoptada.
Cuenta Christine —en su libro Undaunted (Inconmovible) que la bomba la dejó sin palabras por un largo rato. Y no era para menos. En cuestión de unas horas, todo lo que había creído durante más de treinta años se había derrumbado. « ¿Qué otra cosa en mi vida es una mentira?», se preguntó.
En medio del aluvión de preguntas, una idea comenzó a cobrar fuerza
en su mente: aunque había muchas cosas de su vida que no sabía, también
había otras que sí sabía, y que nadie podía cambiar. Entonces,
colocándose de pie, habló a sus familiares.
-Aunque acabo de enterarme de que fui adoptada -dijo—, Dios siempre me ha conocido, y me ha amado. Y siendo que ese hecho no ha cambiado, por lo tanto, nada de lo que verdaderamente cuenta a cambiado.*
¡Qué declaración tan poderosa! No importa cuánto puedan cambiar tus circunstancias, hay algo que permanece para siempre: Dios te conoce, y te ama; ¡y eso nadie te lo puede quitar!
Pero Christine no había terminado:
-Puede que yo no sea quien creía ser —añadió, pero todavía soy quien Dios dice que soy. Y soy aún más. Soy amada, y le pertenezco.**
¡Bendito sea Dios! Mi Padre me conoce, me ama y además le pertenezco. ¡No puedo pedir más!
Un saludo
Eliseo Cuesta