«Se le advirtió a Moisés cuando iba a erigir el Tabernáculo, diciéndole: “Mira, haz todas las cosas conforme al modelo que se te ha mostrado en el monte”». Hebreos 8: 5
TAL FUE EL ÚNICO santuario que haya existido en la tierra y del cual la Biblia nos da alguna información. Pablo dijo de él que era el santuario del primer pacto. ¿Pero no tiene el nuevo pacto también el suyo?
Volviendo al libro de los Hebreos, los que buscaban la verdad encontraron que existía un segundo santuario, o sea el del nuevo pacto, al cual se alude en las palabras ya citadas del apóstol Pablo: «Ese primer pacto entre Dios e Israel incluía ordenanzas para la adoración y un lugar de culto aquí, en la tierra» (Heb. 9:1, NTV). El uso de la palabra «incluía» implica que Pablo ha hecho antes mención de este santuario. Volviendo al principio del capítulo anterior, se lee: «Ahora bien, el punto principal de lo que venimos diciendo es que tenemos tal Sumo Sacerdote, el cual se sentó a la diestra del trono de la Majestad en los cielos. Él es ministro del santuario y de aquel verdadero tabernáculo que levantó el Señor y no el hombre» (Heb. 8: 1-2).
Aquí tenemos revelado el santuario del nuevo pacto. El santuario del primer pacto fue edificado por seres humanos; este segundo fue levantado por el Señor. En aquel santuario los sacerdotes terrenales desempeñaban el servicio; en este es Cristo, nuestro gran Sumo Sacerdote, quien ministra a la diestra de Dios. Uno de los santuarios estaba en la tierra, el otro está en el cielo.
Además, el tabernáculo construido por Moisés fue hecho según un modelo. El Señor le ordenó: «El santuario y todo su mobiliario deberán ser una réplica exacta del modelo que yo te mostraré». Y le mandó además: «Procura que todo esto sea una réplica exacta de lo que se te mostró en el monte» (Éxo. 25:9,40, NVI). Y Pablo dice que el primer tabernáculo «es símbolo para el tiempo presente, según el cual se presentan ofrendas y sacrificios»; que sus santos lugares eran «figuras de las cosas celestiales»; que los sacerdotes que presentaban las ofrendas según la ley, ministraban lo que era «la mera representación y sombra de las cosas celestiales», y que «no entró Cristo en el santuario hecho por los hombres, figura del verdadero, sino en el cielo mismo, para presentarse ahora por nosotros ante Dios»
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