El destino del Mundo

Dios creó nuestra historia y a ÉL nos debemos

domingo, 3 de abril de 2016

¿QUIENES SON MIS HERMANOS?


Los Hijos de José distaban mucho de tener simpatía por Jesús en su obra. Los informes que llegaban a ellos acerca de su vida y labor los llenaban de asombro y congoja. Oían que pasaba noches enteras en oración, que durante el día le rodeaban grandes compañías de gente, y que no tomaba siquiera tiempo para comer. Sus amigos estaban convencidos de que su trabajo incesante le estaba agotando; no podían explicar su actitud para con los fariseos, y algunos temían que su razón estuviese vacilando.
Sus hermanos oyeron hablar de esto, y también de la acusación presentada por los fariseos de que echaba los demonios por el poder de Satanás. Sentían agudamente el oprobio que les reportaba su relación con Jesús. Sabían qué tumulto habían creado sus palabras y sus obras, y no sólo estaban alarmados por sus osadas declaraciones, sino que se indignaban porque había denunciado a los escribas y fariseos. Llegaron a la conclusión de que se le debía persuadir y obligar a dejar de trabajar así, e indujeron a María a unirse con ellos, pensando que por amor a ella podrían persuadirle a ser más prudente.
Precisamente antes de esto, Jesús había realizado por segunda vez el milagro de sanar a un hombre poseído, ciego y mudo, y los fariseos habían reiterado la acusación: "Por el príncipe de los demonios echa fuera los demonios." (Mateo 9:34) Cristo les dijo claramente que al atribuir la obra del Espíritu Santo a Satanás, se estaban separando de la fuente de bendición. Los que habían hablado contra Jesús mismo, sin discernir su carácter divino, podrían ser perdonados; porque podían ser inducidos por el Espíritu Santo a ver su error y arrepentirse. Cualquiera que sea el pecado, si el alma se arrepiente y cree, la culpa queda lavada en la sangre de Cristo; pero el que rechaza la obra del Espíritu Santo se coloca donde el arrepentimiento y la fe no pueden alcanzarle. Es por el Espíritu Santo cómo obra Dios en el corazón; cuando los hombres rechazan voluntariamente al Espíritu y declaran que es de Satanás, cortan el conducto por el cual Dios puede comunicarse con ellos. Cuando se rechaza finalmente al Espíritu, no hay más nada que Dios pueda hacer para el alma.
Los fariseos a quienes Jesús dirigió esta amonestación no creían la acusación que presentaban contra él. No había uno solo de aquellos dignatarios que no se sintiese atraído hacia el Salvador. Habían oído en su propio corazón la voz del Espíritu que le declaraba el Ungido de Israel y los instaba a confesarse sus discípulos. A la luz de su presencia, habían comprendido su falta de santidad y habían anhelado una justicia que ellos no podían crear. Pero después de rechazarle, habría sido demasiado humillante recibirle como Mesías. Habiendo puesto los pies en la senda de la incredulidad, eran demasiado orgullosos para confesar su error. Y para no tener que confesar la verdad, procuraban con violencia desesperada rebatir la enseñanza del Salvador. La evidencia de su poder y misericordia los exasperaba. No podían impedir que el Salvador realizase milagros, no podían acallar su enseñanza; pero hacían cuanto estaba a su alcance para representarle mal y falsificar sus palabras. Sin embargo, el convincente Espíritu de Dios los seguía, y tenían que crear muchas barreras para resistir su poder. El agente más poderoso que pueda ponerse en juego en el corazón humano estaba contendiendo con ellos, pero no querían ceder.
No es Dios quien ciega los ojos de los hombres y endurece su corazón. El les manda luz para corregir sus errores, y conducirlos por sendas seguras; es por el rechazamiento de esta luz como los ojos se ciegan y el corazón se endurece. Con frecuencia, esto se realiza gradual y casi imperceptiblemente. Viene luz al alma por la Palabra de Dios, por sus siervos, o por la intervención directa de su Espíritu; pero cuando un rayo de luz es despreciado, se produce un embotamiento parcial de las percepciones espirituales, y se discierne menos claramente la segunda revelación de la luz. Así aumentan las tinieblas, hasta que anochece en el alma. Así había sucedido con estos dirigentes judíos. Estaban convencidos de que un poder divino acompañaba a Cristo, pero a fin de resistir a la verdad, atribuyeron la obra del Espíritu Santo a Satanás. Al hacer esto, prefirieron deliberadamente el engaño; se entregaron a Satanás, y desde entonces fueron dominados por su poder.
Estrechamente relacionada con la amonestación de Cristo acerca del pecado contra el Espíritu Santo, se halla la amonestación contra las palabras ociosas y perversas. Las palabras son un indicio de lo que hay en el corazón. "Porque de la abundancia del corazón habla la boca." Pero las palabras son más que un indicio del carácter; tienen poder para reaccionar sobre el carácter. Los hombres sienten la influencia de sus propias palabras. Con frecuencia, bajo un impulso momentáneo, provocado por Satanás, expresan celos o malas sospechas, dicen algo que no creen en realidad; pero la expresión reacciona sobre los pensamientos. Son engañados por sus palabras, y llegan a creer como verdad lo que dijeron a instigación de Satanás. Habiendo expresado una vez una opinión o decisión, son, con frecuencia, demasiado orgullosos para retractarse, y tratan de demostrar que tienen razón, hasta que llegan a creer que realmente la tienen. Es peligroso pronunciar una palabra de duda, peligroso poner en tela de juicio y criticar la verdad divina. La costumbre de hacer críticas descuidadas e irreverentes reacciona sobre el carácter y fomenta la irreverencia e incredulidad. Más de un hombre que seguía esta costumbre ha proseguido, inconsciente del peligro, hasta que estuvo dispuesto a criticar y rechazar la obra del Espíritu Santo. Jesús dijo: "Toda palabra ociosa que hablaren los hombres, de ella darán cuenta en el día del juicio. Porque por tus palabras serás justificado, y por tus palabras serás condenado." 

https://youtu.be/0B_RpLrCTfc


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