El destino del Mundo

Dios creó nuestra historia y a ÉL nos debemos

sábado, 2 de abril de 2016

EL CENTURION

CRISTO había dicho al noble cuyo hijo sanara: "Si no viereis señales y milagros no creeréis." (Juan 4: 48) Le entristecía que su propia nación requiriese esas señales externas de su carácter de Mesías. Repetidas veces se había asombrado de su incredulidad. Pero también se asombró de la fe del centurión que vino a él. El centurión no puso en duda el poder del Salvador. Ni siquiera le pidió que viniese en persona a realizar el milagro. "Solamente di la palabra —dijo,— y mi mozo sanará." El siervo del centurión había sido herido de parálisis, y estaba a punto de morir. Entre los romanos los siervos eran esclavos que se compraban y vendían en los mercados, y eran tratados con ultrajes y crueldad. Pero el centurión amaba tiernamente a su siervo, y deseaba grandemente que se restableciese. Creía que Jesús podría sanarle. No había visto al Salvador, pero los informes que había oído le habían inspirado fe. A pesar del formalismo de los judíos, este oficial romano estaba convencido de que tenían una religión superior a la suya. Ya había derribado las vallas del prejuicio y odio nacionales que separaban a los conquistadores de los conquistados. Había manifestado respeto por el servicio de Dios, y demostrado bondad a los judíos, adoradores de Dios. En la enseñanza de Cristo, según le había sido explicada, hallaba lo que satisfacía la necesidad del alma. Todo lo * Este capítulo está basado en Mateo 8: 5-13; Lucas 7: 1-17. 362 EL DESEADO DE TODAS LAS GENTES que había de espiritual en él respondía a las palabras del Salvador. Pero se sentía indigno de presentarse ante Jesús, y rogó a los ancianos judíos que le pidiesen que sanase a su siervo. Pensaba que ellos conocían al gran Maestro, y sabrían acercarse a él para obtener su favor. Al entrar Jesús en Capernaúm, fue recibido por una delegación de ancianos, que le presentaron el deseo del centurión. Le hicieron notar que era "digno de concederle esto; que ama nuestra nación, y él nos edificó una sinagoga." Jesús se puso inmediatamente en camino hacia la casa del oficial; pero, asediado por la multitud, avanzaba lentamente. Las nuevas de su llegada le precedieron, y el centurión, desconfiando de sí mismo, le envió este mensaje: "Señor, no te incomodes, que no soy digno que entres debajo de mi tejado." Pero el Salvador siguió andando, y el centurión, atreviéndose por fin a acercársele, completó su mensaje diciendo: "Ni aun me tuve por digno de venir a ti; mas di la palabra, y mi siervo será sano. Porque también yo soy hombre puesto en potestad, que tengo debajo de mí soldados; y digo a éste: Ve, y va; y al otro: Ven, y viene; y a mi siervo: Haz esto, y lo hace." Como represento el poder de Roma y mis soldados reconocen mi autoridad como suprema, así tú representas el poder del Dios infinito y todas las cosas creadas obedecen tu palabra. Puedes ordenar a la enfermedad que se aleje, y te obedecerá. Puedes llamar a tus mensajeros celestiales, y ellos impartirán virtud sanadora. Pronuncia tan sólo la palabra, y mi siervo sanará.








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