El destino del Mundo

Dios creó nuestra historia y a ÉL nos debemos

martes, 31 de mayo de 2016

Como Murieron Físicamente los APÓSTOLES Y JESUCRISTO



1. Mateo

Sufrió el martirio en Etiopía, murio por una herida de espada.
 2. Marcos
Murió en Alejandría, Egipto, después de haber sido arrastrado por caballos por las calles hasta morir.
 3. Lucas
Fue ahorcado en Grecia como consecuencia de su tremenda  predicación a los perdidos.
 4 Juan
Enfrento el martirio cuando fue puesto en un enorme cazo con aceite hirviendo, durante la ola de persecución en Roma. Sin embargo, fue librado milagrosamente de la muerte. Juan fue condenado a vivir en una isla de minas, en la Isla prisión de Patmos.
Él escribió la Revelación de Jesucristo, el libro profético de Apocalipsis en esta isla de Patmos. El apóstol Juan fue liberado y regresó más tarde para servir como obispo de Edesa, en la actual Turquía. Murió viejo y lleno de amor por Jesús, es el único apóstol que murio de muerte natural y en paz, aunque con las secuelas de su martirio en aceite hirviendo.
 5. Pedro
Él fue crucificado de cabeza en una cruz en forma de X. Según la tradición de la iglesia, esto sucedió porque él les dijo a sus torturadores que se sentía indigno de morir de la misma manera que Jesucristo había muerto.
 6 Santiago
El líder de la iglesia en Jerusalén, fue arrojado de más de cien metros de alto, desde el pináculo sureste del templo, cuando se negó a renegar de su fe en Cristo. Cuando descubrieron que sobrevivió a la caída, sus enemigos lo golpearon hasta matarlo.
Este fue el mismo pináculo donde Satanás había llevado a Jesús durante la tentación.
 7. Santiago el Grande
 Hijo de Zebedeo, era de oficio pescador cuando Jesús lo llamó a una vida de ministerio y predicación. Por ser un cristiano de influencia en la iglesia primitiva, Santiago fue decapitado en Jerusalén.
 El oficial romano que vigilaba a Santiago, miraba asombrado como Santiago defendió su fe en Jesús durante su juicio. Más tarde, este oficial caminaba junto a Santiago al lugar de la ejecución. Impactado por la convicción de Santiago, este soldado romano declaró su nueva fe a Cristo ante el juez y se arrodilló junto a Santiago para aceptar la decapitación como castigo por ahora ser cristiano.
 8. Bartolomé
También conocido como Natanael, fue misionero en Asia. Fue pregonero de nuestro Señor Jesucristo en la actual Turquía. Bartolomé fue martirizado por su predicación en Armenia, donde fue desollado a muerte por un látigo.
 9. Andrés
Él fue crucificado en una cruz en forma de X en Patras, Grecia. Después de haber sido azotado severamente por siete soldados, que ataron su cuerpo a la cruz con cuerdas para prolongar su agonía. Sus seguidores informaron que, cuando fue llevado a la cruz, Andrés la saludó con estas palabras: “Durante mucho tiempo he deseado y esperado esta hora feliz.
 La cruz nos evoca inequívocamente el cuerpo de Cristo colgado en ella. Andrés continuó predicando a sus verdugos por dos días hasta que expiró.
 10. Tomas
Fue atravesado por una lanza en la India durante uno de sus viajes misioneros para establecer la iglesia de Cristo en esa región.
 11. Judas
Fue muerto a flechazos cuando se negó a renegar de su fe en Cristo.
 12. Matías
El apóstol elegido para sustituir al traidor Judas Iscariote, fue apedreado y luego decapitado.
 13. Pablo
Fue torturado y luego decapitado por el malvado emperador Nerón en Roma en el año 67. Pablo estuvo en prisión por mucho tiempo, lo que le permitió escribir sus epístolas (cartas) a muchas de las iglesias que se habían formado en todo el Imperio Romano. Estas cartas nos enseñan muchos de los fundamentos de la doctrina cristiana, y forman una gran parte del Nuevo Testamento.
 Tal vez esto es solo el recordatorio para nosotros, que nuestros sufrimientos aquí, son ciertamente menores en comparación con la intensa persecución y crueldad que enfrentaron los apóstoles y discípulos durante su tiempo, por su amor a Jesucristo. Y seréis aborrecidos de todos por causa de mi nombre; mas el que persevere hasta el fin será salvo”.
 La fe no es creer que Dios puede hacerlo; !Es saber que Dios lo hará!
 LA  MUERTE  DE  JESÚS
 A la edad de 33 años, Jesús fue condenado a muerte. En aquella época, la crucifixión era la “peor” muerte. Solo los mas grandes criminales fueron condenados a ser crucificado. Sin embargo, fue aún más terrible para Jesús, a diferencia de otros criminales condenados a muerte por crucifixión, pues Jesús fue clavado sobre la cruz, atravesando sus manos y sus pies.
 Cada clavo era de 6 a 8 pulgadas de largo. Lo clavaron en las muñecas. No en sus palmas como comúnmente es representado. Hay un tendón en la muñeca que se extiende hasta el hombro. Los soldados romanos sabían que cuando los clavos eran martillados en la muñeca, atravesaba el tendón y lo rompían, lo que obligaba a Jesús a utilizar sus músculos de la espalda para sostenerse y asi poder respirar. Sus dos pies fueron clavados juntos, uno encima del otro. Por esto, se vio obligado a sostener todo su cuerpo sobre un solo clavo, que atravesaba sus pies. Jesús no podía sostenerse solamente con sus piernas a causa del dolor, por lo que alternaba entre arquear la espalda y luego usar sus piernas, sólo para seguir respirando. Imagina la lucha, el dolor, el sufrimiento y el coraje para soportar esto.
 Jesús soportó esta tortura por más de 3 horas. Sí, más de 3 horas! ¿Te puedes imaginar este tipo de sufrimiento? Unos minutos antes de morir, Jesús dejó de sangrar. Sencillamente solo le salía agua por sus heridas. Podemos visualizar sus heridas en sus manos, sus pies, su cabeza e incluso su costado atravesado por una lanza… Pero, de verdad comprendemos que todas esas heridas fueron hechas en el mismo cuerpo vivo de Jesús?
Un pesado martillo golpeo los burdos y toscos clavos, atravesando sus muñecas y  atravesando los arcos de sus pies. Posteriormente, un guardia romano perforo su costado con una lanza. Pero antes de sufrir los clavos y la lanza,  Jesús había sido azotado y golpeado. La flagelación fue tan severa que le arrancó pedazos de carne de su cuerpo.
 Lo golpearon tan brutalmente que su rostro estaba desfigurado y su barba había sido arrancada de su rostro. La corona de espinas penetran profundamente en el cuero cabelludo. La mayoría de los hombres no habrían sobrevivido a esta tortura. “Él ya no tenía más sangre para derramar, sólo agua derramaba por sus heridas El cuerpo humano adulto contiene alrededor de 3,5 litros de sangre; Jesús derramó 3,5 litros de su sangre.
 Tuvo tres clavos enormes atravesando sus brazos y sus pies, una corona de grandes espinas en su cabeza,  y además de todo esto, un soldado romano le clavó una lanza en su costado.
 Todo esto sin mencionar la humillación que sufrió después de llevar su propia cruz por casi 2 kilómetros, mientras la multitud le escupía a la cara y le lanzaba piedras e insultos; la cruz pesaba cerca de 30 kilos, y era únicamente el madero donde clavarían sus brazos. Jesús tuvo que soportar esta terrible experiencia, para abrirnos las puertas del Cielo y las puertas de la vida eterna, para que podamos ser, — de forma gratuita, de la familia de Dios.
 Para que todos tus pecados pudieran ser “lavados” con la sangre de Jesucristo, el Hijo de Dios.
 Este enorme sacrificio del hijo de Dios, JESUCRISTO, es para TODOS, sin excepción alguna. No pase por alto esta situación.

!JESU​​CRISTO MURIÓ POR TI!



lunes, 30 de mayo de 2016

¿Cuándo Serán Estas Cosas?



Los discípulos le preguntan a Cristo acerca de su regreso
Las palabras de Cristo habían sido pronunciadas a oídos de gran número de personas; pero cuando Jesús estuvo solo, Pedro, Juan, Santiago y Andrés vinieron a él mientras estaba sentado en el monte de las Olivas. "Dinos -le dijeron-, ¿cuándo serán estas cosas, y qué señal habrá de tu venida, y del fin del mundo?"
En su contestación a los discípulos, Jesús no consideró por separado la destrucción de Jerusalén y el gran d de su venida. Mezcló la descripción de estos dos acontecimientos. Si hubiese revelado a sus discípulos los acontecimientos futuros como los contemplaba él, no habría podido soportar la visión. Por misericordia hacia ellos, fusionó la descripción de las dos grandes crisis, dejan a los discípulos estudiar por sí mismos el significado.
Se desconoce el tiempo del regreso de Cristo
Muchos de los que tomaron el nombre de adventistas han incurrido en el error de fijar fechas para la venida de Cristo. Lo han hecho repetidas veces, pero el resultado ha sido cada vez el fracaso. Se nos declara que el tiempo definido de la venida de nuestro Señor está fuera del alcance de los mortales. Aun los ángeles que ministran a los que han de ser herederos de la salvación no conocen ni el día ni la hora. "Empero del día y hora nadie sabe, ni aun los ángeles de los cielos, sino mi Padre solo".
No hemos de saber el tiempo definido ni para el derramamiento del Espíritu Santo ni para la venida de Cristo... ¿Por qué Dios no nos ha dado este conocimiento? Porque si lo hiciera, no haríamos un uso correcto de mismo. Como resultado de este conocimiento, existiría entre nuestro pueblo un estado de cosas que retardaría grandemente la obra de Dios de preparar a un pueblo para estar en pie en el gran día que vendrá. No debemos vivir en base a una agitación relacionada con el tiempo..
Usted no podrá decir que él [Jesús] vendrá dentro de uno, dos o cinco años, ni tampoco tiene que postergar su venida diciendo que tal vez no ocurra por diez o veinte años.
Nos estamos acercando al gran día de Dios. Las señales se están cumpliendo. Y sin embargo, no tenemos un mensaje que nos diga el día y la hora de la aparición de Cristo. El Señor nos ha encubierto sabiamente este asunto para que siempre podamos estar en un estado de 34 expectación y preparación para la segunda aparición de nuestro Señor Jesucristo en las nubes del cielo.
El tiempo exacto de la segunda venida del Hijo del hombre es un misterio de Dios.
Nuestro mensaje no consiste en fijar una fecha
No pertenecemos a ese grupo que define el tiempo exacto que transcurrirá antes de la segunda venida de Jesús con poder y gran gloria. Algunos han fijado una fecha, y cuando ésta ha pasado, su espíritu presuntuoso no ha aceptado la reprensión, sino que han fijado otra y otra fecha. Pero muchos fracasos sucesivos los han acuñado como falsos profetas.
Dios no le da a ningún hombre un mensaje de que pasarán cinco o diez o veinte años antes de que concluya la historia de esta tierra. El no quiere darle a ningún ser viviente una excusa para demorar la preparación para su venida. El espera que nadie diga, como lo hizo el siervo infiel: "Mi señor tarda en venir", porque esto conduce a un descuido temerario de las oportunidades y privilegios para prepararnos para ese gran día.
La fijación de fechas conduce a la incredulidad
Por haber pasado repetidas veces la fecha fijada por algunos, el mundo se encuentra en un estado de incredulidad más decidida que antes con respecto al próximo 35 advenimiento de Cristo. El mundo considera con disgusto el fracaso de los que fijaron fechas; y porque hubo hombres que se dejaron seducir de este modo, muchos se apartan de la verdad presentada por la Palabra de Dios según la cual el fin de todas las cosas está cercano.
Entiendo que el Hno. [A. G.] Daniells ha fijado fecha, por decirlo así, declarando que el Señor vendrá dentro de cinco años. Ahora bien, espero que no se extenderá por todas partes la impresión de que somos de aquellos que fijan fechas. Que no se hagan tales comentarios. No hacen ningún bien. Que no se trate de conseguir un reavivamiento en base a ninguno de esos argumentos, sino que se use de la debida cautela en toda palabra que se expresa, para que los fanáticos no se apoderen de nada que les permita crear una excitación que entristezca al Espíritu Santo.
No queremos agitar las pasiones de la gente para desatar una conmoción en la que se excitan los sentimientos y los principios pierden el control. Siento que necesitamos estar en guardia por todos lados, porque Satanás está activo para hacer todo lo posible a fin de insinuar sus estratagemas y ardides que serán un poder para hacer daño. Debe temerse cualquier cosa que suscite una conmoción, que cree una excitación sobre una base equivocada, porque la reacción seguramente vendrá.
Siempre habrá en la iglesia movimientos espurios y fanáticos realizados por personas que pretenden ser guiadas por Dios, por aquellos que correrán antes de ser enviados, y que establecerán fechas para el cumplimiento 36 de profecías que aún no se han realizado. El enemigo se regocija con este proceder, porque sus repetidos fracasos y su desviación de la atención hacia puntos falsos provoca confusión e incredulidad.
No hay una profecía de tiempo que vaya más allá de 1844
Declaré definidamente a estas personas fanáticas, en las reuniones espirituales celebradas en Jackson, que estaban haciendo la obra del adversario de las almas; que se hallaban en tinieblas. Pretendían poseer una gran luz según la cual el tiempo de gracia terminaría en octubre de 1844. Entonces declaré en público que al Señor le había placido mostrarme que no habría una fecha definida para el mensaje dado por Dios desde 1844.
Nuestra posición ha sido de esperar y velar, sin que se proclame un tiempo [o fecha] que tenga lugar entre el fin de los períodos proféticos en 1844 y el momento de la venida de nuestro Señor.
La gente no tendrá otro mensaje acerca de un tiempo definido. Después de este lapso, que ahora abarca desde 1842 a 1844, no puede haber ningún cómputo definido de tiempo profético. El cálculo más prolongado llega hasta el otoño de 1844.
Se me mostró el grupo presente en la Conferencia. Dijo el ángel: "Algunos serán alimento para los gusanos, algunos sufrirán las siete últimas plagas, algunos estarán vivos y permanecerán sobre la tierra para ser trasladados en la venida de Jesús".
Elena de White esperaba el regreso de Cristo en sus días
Puesto que el tiempo es corto, debiéramos trabajar con diligencia y doblada energía. Nuestros hijos quizás nunca entren en la universidad.
No es realmente sabio tener hijos ahora. El tiempo es corto, están sobre nosotros los peligros de los últimos días, y los hijos pequeños serán mayormente arrebatados antes de esto.
En esta época del mundo, cuando las escenas de la historia terrenal están por clausurarse pronto, y estamos por entrar en el tiempo de angustia como nunca lo hubo, cuantos menos sean los casamientos contraídos, mejor para todos, tanto hombres como mujeres.
Vendrá la hora, no está muy lejana, y algunos de nosotros que ahora creemos, estaremos vivos sobre la tierra y veremos el cumplimiento de la predicción, y oiremos la voz del arcángel y la trompeta de Dios que resuena desde la montaña, la llanura y el mar hasta las partes más distantes de la tierra.
El tiempo de prueba está precisamente delante de nosotros, pues el fuerte pregón del tercer ángel ya ha comenzado en la revelación de la justicia de Cristo, el Redentor que perdona los pecados.
Se explica la demora
La larga noche de lobreguez es angustiosa, pero se posterga la mañana por
misericordia, porque si el Maestro viniese muchos serían encontrados sin preparación.
Si los adventistas, después del gran chasco de 1844, se hubieran aferrado a su fe y hubieran ido unidos en pos de la providencia de Dios que abría el camino, y si hubieran recibido el mensaje del tercer ángel y si lo hubieran proclamado al mundo con el poder del Espíritu Santo, habrían visto la salvación de Dios, el Señor hubiera obrado con poder mediante sus esfuerzos, la obra se habría terminado y Cristo habría venido para recibir a su pueblo y darle su recompensa... No era la voluntad de Dios que se demorara así la venida de Cristo...
Durante cuarenta años, la incredulidad, la murmuración y la rebelión impidieron la entrada del antiguo Israel en la tierra de Canaán. Los mismos pecados han demorado la entrada del moderno Israel en la Canaán celestial. En ninguno de los dos casos faltaron las promesas de Dios. La incredulidad, la mundanalidad, la falta de consagración y las contiendas entre el profeso pueblo de Dios nos han mantenido en este mundo de pecado y tristeza tantos años.
Si la iglesia de Cristo hubiese hecho su obra como el Señor le ordenaba, todo el mundo habría sido ya amonestado, y el Señor Jesús habría venido a nuestra tierra con poder y grande gloria.
Las promesas de Dios son condicionales
Los ángeles de Dios en sus mensajes dados a los hombres representan el tiempo como algo muy corto. Así es como siempre me ha sido presentado. Es cierto que el tiempo ha sido más largo de lo que habíamos esperado en los primeros días del mensaje. Nuestro Salvador no apareció tan pronto como lo esperábamos. ¿Pero ha fallado la Palabra de Dios? ¡Nunca! Debiera recordarse que las promesas y las amenazas de Dios son igualmente condicionales ...
Tal vez tengamos que permanecer aquí en este mundo muchos años más debido a la insubordinación, como les sucedió a los hijos de Israel; pero por amor de Cristo, su pueblo no debe añadir pecado sobre pecado culpando a Dios de las consecuencias de su propia conducta errónea.
Lo que Cristo está esperando
Cristo espera con un deseo anhelante la manifestación de sí mismo en su iglesia. Cuando el carácter de Cristo sea perfectamente reproducido en su pueblo, entonces vendrá él para reclamarlos como suyos.
Todo cristiano tiene la oportunidad no sólo de esperar, sino de apresurar la venida de nuestro Señor Jesucristo. Si todos los que profesan el nombre de Cristo llevaran fruto para su gloria, cuán prontamente se sembraría 40 en todo el mundo la semilla del Evangelio. Rápidamente maduraría la gran cosecha final y Cristo vendría para recoger el precioso grano.
Mediante la proclamación del Evangelio al mundo, está a nuestro alcance apresurar la venida de nuestro Señor. No sólo hemos de esperar la venida del día de Dios, sino apresurarla.
Nos permite que, por la cooperación con él, acabemos con esta escena de miseria.
Un límite a la paciencia de Dios
Con infalible exactitud, el Ser Infinito sigue llevando una cuenta con todas las naciones. Mientras ofrece su misericordia, con invitaciones al arrepentimiento, esta cuenta permanece abierta; pero cuando las cifras llegan a cierta cantidad que Dios ha fijado, comienza el ministerio de su ira.
Dios lleva un registro de las naciones y los cálculos han aumentado contra ellos en los libros del cielo; y cuando se decrete una ley de que la transgresión del primer día de la semana será castigada, entonces su copa estará llena.
Dios mantiene una cuenta con las naciones... Cuando llegue plenamente el tiempo en que la iniquidad haya alcanzado el límite declarado de la misericordia de Dios, su paciencia cesará. Cuando las cifras acumuladas en los registros del cielo indiquen que está completa la suma de la transgresión, la ira vendrá.
Mientras la misericordia de Dios tiene mucha paciencia con el transgresor, hay un límite más allá del cual los hombres no pueden seguir en sus pecados. Cuando se llega a ese límite, se retira el ofrecimiento de la gracia y comienza la ejecución del juicio.
El tiempo vendrá cuando los hombres llegarán en el fraude y la insolencia a un punto que el Señor no les permitirá sobrepasar, y entonces aprenderán que la paciencia de Jehová tiene límite.
Hay un límite más allá del cual los juicios de Jehová no pueden ya demorarse.
La transgresión casi ha llegado a su límite
El tiempo durará un poco más hasta que los habitantes de la tierra hayan llenado la copa de su iniquidad, y entonces la ira de Dios, que por tanto tiempo ha dormitado, despertará, y esta tierra de luz beberá la copa de su ira sin mezcla.
La copa de iniquidad está casi llena, y la justicia, y la justicia retributiva de Dios está por descender sobre los culpables.
La maldad de los habitantes de la tierra, casi ha hecho desbordar la copa de sus iniquidades. Casi ha llegado la tierra al punto en el cual Dios se dispone a abandonarla en manos del destructor.
La transgresión casi ha llegado a su límite. La confusión llena el mundo, y pronto un gran terror vendrá sobre 42 los seres humanos. El fin está muy cerca. Nosotros, que sabemos la verdad, debiéramos estar preparándonos para lo que pronto se desatará sobre el mundo como una sorpresa abrumadora.
Debiéramos recordar el gran día de Dios
Debemos educarnos para estar pensando y explayándonos en las grandes escenas del juicio que están precisamente ante nosotros. El hecho de mantener nuestra mente en las escenas del gran día de Dios, cuando todo será revelado, tendrá un efecto sobre nuestro carácter. Un hermano me dijo: "Hermana White, ¿cree usted que el Señor vendrá dentro de diez años?" "¿Qué diferencia hace para usted si él viene dentro de dos, cuatro o diez años?" "Pues -dijo él-, si supiese que el Señor viene en diez años, creo que haría algunas cosas en forma diferente a como las hago ahora".
"¿Qué haría usted?", dije yo.
"Oh-dijo él-, vendería mi propiedad y comenzaría a investigar la Palabra de Dios y trataría de advertir a la gente y conseguir que se preparen para su venida, y le suplicaría a Dios que yo pudiese estar listo para encontrarlo .
Luego le dije: "Si usted supiese que el Señor no viene hasta de aquí a veinte años, ¿viviría en forma diferente?"
El repuso: "Creo que sí..."
¡Cuán egoísta fue la expresión de que viviría una vida diferente si supiera que el Señor vendría en diez años! Enoc caminó con Dios 300 años. Esta es una lección para nosotros para que caminemos con Dios cada día, sabiendo que no estamos seguros a menos que estemos esperando y velando.
La brevedad del tiempo
Ojalá que el Señor no dé descanso, día ni noche, a aquellos que ahora son descuidados e indolentes en la causa y la obra de Dios. El fin está cerca. Esto es lo que Jesús quisiera siempre mantener ante nosotros: la brevedad del tiempo.
Cuando estemos de pie con los redimidos sobre el mar de vidrio, con las arpas de oro y las coronas de gloria y ante la eternidad sin límites, entonces veremos cuán breve fue el período de prueba que hubo que esperar.






domingo, 29 de mayo de 2016

Señales del pronto regreso de Cristo

La gran profecía de nuestro señor

Cristo advirtió a sus discípulos en cuanto a la destrucción de Jerusalén y las señales que ocurrirían antes de la venida del Hijo del hombre. Todo el capítulo 24 de Mateo es una profecía concerniente a los acontecimientos que preceden a este evento, y se usa la destrucción de Jerusalén para tipificar la última gran destrucción del mundo por fuego.—Manuscrito 77, 1899.
Sobre el monte de las Olivas, Cristo explicó los temibles juicios que habrían de preceder a su segunda venida: “Oiréis guerras, y rumores de guerras... Porque se levantará nación contra nación, y reino contra reino; y habrá pestilencias, y hambres, y terremotos por los lugares. Y todas estas cosas, principio de dolores”. Mateo 24:6-8. Aunque estas profecías se cumplieron parcialmente con la destrucción de Jerusalén, se aplican más directamente a los postreros días.—Joyas de los Testimonios 2:351 (1899)







viernes, 27 de mayo de 2016

Capítulo 1—La última crisis de la tierra

ESTAMOS EN LOS ULTIMOS DIAS DE NUESTRA CIVILIZACIÓN

Temor ampliamente difundido en cuanto al futuro

El momento actual es de interés abrumador para todos los que viven. Los gobernantes y los estadistas, los hombres que ocupan puestos de confianza y autoridad, los hombres y mujeres pensadores de todas las clases, tienen la atención fija en los acontecimientos que se producen en derredor nuestro. Observan las relaciones que existen entre las naciones. Observan la intensidad que se apodera de todo elemento terrenal, y reconocen que algo grande y decisivo está por acontecer, que el mundo se encuentra en víspera de una crisis espectacular.—La Historia de Profetas y Reyes, 394 (1914). EUD92 11.1

Las calamidades en tierra y mar, la inestabilidad social, las amenazas de guerra, como portentosos presagios, anuncian la proximidad de acontecimientos de la mayor gravedad. Las agencias del mal se coligan y acrecen sus fuerzas para la gran crisis final. Grandes cambios están a punto de producirse en el mundo, y los movimientos finales serán rápidos.—Joyas de los Testimonios 3:280 (1909). EUD92 11.2












martes, 24 de mayo de 2016

A mi Padre y a Vuestro Padre



Había llegado el tiempo en que Cristo había de ascender al trono de su Padre. Como conquistador divino, había de volver con los trofeos de la victoria a los atrios celestiales. Antes de su muerte, había declarado a su Padre: "He acabado la obra que me diste que hiciese.' Después de su resurrección, se demoró por un tiempo en la tierra, a fin de que sus discípulos pudiesen familiarizarse con él en su cuerpo resucitado y glorioso. Ahora estaba listo para la despedida.
Había demostrado el hecho de que era un Salvador vivo. Sus discípulos no necesitaban ya asociarle en sus pensamientos con la tumba. Podían pensar en él como glorificado delante del universo celestial.
Como lugar de su ascensión, Jesús eligió el sitio con tanta frecuencia santificado por su presencia mientras moraba entre los hombres. Ni el monte de Sión, sitio de la ciudad de David, ni el monte Moria, sitio del templo, había de ser así honrado. Allí Cristo había sido burlado y rechazado. Allí las ondas de la misericordia, que volvían aun con fuerza siempre mayor, habían sido rechazadas por corazones tan duros como una roca. De allí Jesús, cansado y con corazón apesadumbrado, había salido a hallar descanso en el monte de las Olivas. La santa shekinah al apartarse del primer templo, había permanecido sobre la montaña oriental, como si le costase abandonar la ciudad elegida; así Cristo estuvo sobre el monte de las Olivas, contemplando a Jerusalén con corazón anhelante. Los huertos y vallecitos de la montaña habían sido consagrados por sus oraciones y lágrimas.
En sus riscos habían repercutido los triunfantes clamores de la multitud que le proclamaba rey. En su ladera había hallado un hogar con Lázaro en Betania. En el huerto de Getsemaní, que estaba al pie, había orado y agonizado solo. Desde esta montaña había de ascender al cielo. En su cumbre, se asentarán sus pies cuando vuelva. No como varón de dolores, sino como glorioso y triunfante rey, estará sobre el monte de las Olivas mientras que los aleluyas hebreos se mezclen con los hosannas gentiles, y las voces de la grande hueste de los redimidos hagan resonar esta aclamación: Coronadle Señor de todos.
Ahora, con los once discípulos, Jesús se dirigió a la montaña. Mientras pasaban por la puerta de Jerusalén, muchos ojos se fijaron, admirados en este pequeño grupo conducido por Uno que unas semanas antes había sido condenado y crucificado por los príncipes. Los discípulos no sabían que era su ultima entrevista con su Maestro. Jesús dedicó el tiempo a conversar con ellos, repitiendo sus instrucciones anteriores. Al acercarse a Getsemaní, se detuvo, a fin de que pudiesen recordar las lecciones que les había dado la noche de su gran agonía. Volvió a mirar la vid por medio de la cual había representado la unión de su iglesia consigo y con el Padre; volvió a repetir las verdades que había revelado entonces. En todo su derredor había recuerdos de su amor no correspondido. Aun los discípulos que tan caros eran a su corazón, le habían cubierto de oprobio y abandonado en la hora de su humillación.
Cristo había estado en el mundo durante treinta y tres años; había soportado sus escarnios, insultos y burlas; había sido rechazado y crucificado. Ahora, cuando estaba por ascender al trono de su gloria --mientras pasaba revista a la ingratitud del pueblo que había venido a salvar-- ¿no les retirará su simpatía y amor? ¿No se concentrarán sus afectos en aquel reino donde se le aprecia y donde los ángeles sin pecado esperan para cumplir sus órdenes? --No; su promesa a los amados a quienes deja en la tierra es: "Yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo."
Al llegar al monte de las Olivas, Jesús condujo al grupo a través de la cumbre, hasta llegar cerca de Betania. Allí se detuvo y los discípulos le rodearon. Rayos de luz parecían irradiar de su semblante mientras los miraba con amor. No los reprendió por sus faltas y fracasos; las últimas palabras que oyeron de los labios del Señor fueron palabras de la más profunda ternura. Con las manos extendidas para bendecirlos, como si quisiera asegurarles su cuidado protector, ascendió lentamente de entre ellos, atraído hacia el cielo por un poder más fuerte que cualquier atracción terrenal. Y mientras él 771 subía, los discípulos, llenos de reverente asombro y esforzando la vista, miraban para alcanzar la última vislumbre de su Salvador que ascendía. Una nube de gloria le ocultó de su vista; y llegaron hasta ellos las palabras: "He aquí, yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo," mientras la nube formada por un carro de ángeles le recibía. Al mismo tiempo, flotaban hasta ellos los más dulces y gozosos acordes del coro celestial. Mientras los discípulos estaban todavía mirando hacia arriba, se dirigieron a ellos unas voces que parecían como la música más melodiosa. Se dieron vuelta, y vieron a dos ángeles en forma de hombres que les hablaron diciendo: "Varones Galileos, ¿qué estáis mirando al cielo? este mismo Jesús que ha sido tomado desde vosotros arriba en el cielo, así vendrá como le habéis visto ir al cielo."
Estos ángeles pertenecían al grupo que había estado esperando en una nube resplandeciente para escoltar a Jesús hasta su hogar celestial. Eran los más exaltados de la hueste angélica, los dos que habían ido a la tumba en ocasión de la resurrección de Cristo y habían estado con él durante toda su vida en la tierra. Todo el cielo había esperado con impaciencia el fin de la estada de Jesús en un mundo afligido por la maldición del pecado. Ahora había llegado el momento en que el universo celestial iba a recibir a su Rey. ¡Cuánto anhelarían los dos ángeles unirse a la hueste que daba la bienvenida a Jesús! Pero por simpatía y amor hacia aquellos a quienes había dejado atrás, se quedaron para consolarlos. "¿No son todos ellos espíritus ministradores, enviados para hacer servicio a favor de los que han de heredar la salvación?"
Cristo había ascendido al cielo en forma humana. Los discípulos habían contemplado la nube que le recibió. El mismo Jesús que había andado, hablado y orado con ellos; que había quebrado el pan con ellos; que había estado con ellos en sus barcos sobre el lago; y que ese mismo día había subido con ellos hasta la cumbre del monte de las Olivas, el mismo Jesús había ido a participar del trono de su Padre. Y los ángeles les habían asegurado que este mismo Jesús a quien habían visto subir al cielo, vendría otra vez como había ascendido. Vendrá "con las nubes, y todo ojo le verá." "El mismo Señor con aclamación, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán." "Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria, y todos los santos ángeles con él, entonces se sentará sobre el trono de su gloria." Así se cumplirá la promesa que el Señor hizo a sus discípulos: "Y si me fuere, y os aparejare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo: para que donde yo estoy, vosotros también estéis.". Bien podían los discípulos regocijarse en la esperanza del regreso de su Señor.
Cuando los discípulos volvieron a Jerusalén, la gente los miraba con asombro. Después del enjuiciamiento y la crucifixión de Cristo, se había pensado que se mostrarían abatidos y avergonzados. Sus enemigos esperaban ver en su rostro una expresión de pesar y derrota. En vez de eso, había solamente alegría y triunfo. Sus rostros brillaban con una felicidad que no era terrenal. No lloraban por sus esperanzas frustradas; sino que estaban
llenos de alabanza y agradecimiento a Dios. Con regocijo, contaban la maravillosa historia de la resurrección de Cristo y su ascensión al cielo, y muchos recibían su testimonio.
Los discípulos ya no desconfiaban de lo futuro. Sabían que Jesús estaba en el cielo, y que sus simpatías seguían acompañándolos. Sabían que tenían un amigo cerca del trono de Dios, y anhelaban presentar sus peticiones al Padre en el nombre de Jesús. Con solemne reverencia, se postraban en oración, repitiendo la garantía: "Todo cuanto pidiereis al Padre en mi nombre, os lo dará. Hasta ahora nada habéis pedido en mi nombre: pedid, y recibiréis, para que vuestro gozo sea cumplido." Extendían siempre más alto la mano de la fe, con el poderoso argumento: "Cristo es el que murió; más aún, el que también resucitó, quien además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros." Y el día de Pentecostés les trajo la plenitud del gozo con la presencia del Consolador, así como Cristo lo había prometido.
Todo el cielo estaba esperando para dar la bienvenida al Salvador a los atrios celestiales. Mientras ascendía, iba adelante, y la multitud de cautivos libertados en ocasión de su resurrección le seguía. La hueste celestial, con aclamaciones de alabanza y canto celestial, acompañaba al gozoso séquito.
Al acercarse a la ciudad de Dios, la escolta de ángeles demanda:
"Alzad, oh puertas, vuestras cabezas,
Y alzaos vosotras, puertas eternas,
Y entrará el Rey de gloria."
Gozosamente, los centinelas de guardia responden:
"¿Quién es este Rey de gloria?"
Dicen esto, no porque no sepan quién es, sino porque quieren oír la respuesta de sublime loor:
"Jehová el fuerte y valiente,
Jehová el poderoso en batalla.
Alzad, oh puertas, vuestras cabezas,
Y alzaos vosotras, puertas eternas,
Y entrará el Rey de gloria."
Vuelve a oírse otra vez: "¿Quién es este Rey de gloria?" porque los ángeles no se cansan nunca de oír ensalzar su nombre. Y los ángeles de la escolta responden:
"Jehová de los ejércitos,
El es el Rey de la gloria."
Entonces los portales de la ciudad de Dios se abren de par en par, y la muchedumbre angélica entra por ellos en medio de una explosión de armonía triunfante. Allí está el trono, y en derredor el arco iris de la promesa. Allí están los querubines y los serafines. Los comandantes de las huestes angélicas, los hijos de Dios, los representantes de los mundos que nunca cayeron, están congregados. El concilio celestial delante del cual Lucifer había acusado a Dios y a su Hijo, los representantes de aquellos reinos sin pecado, sobre los cuales Satanás pensaba establecer su dominio, todos están allí para dar la bienvenida al Redentor. Sienten impaciencia por celebrar su triunfo y glorificar a su Rey. Pero con un ademán, él los detiene. Todavía no; no puede ahora recibir la corona de gloria y el manto real. Entra a la presencia de su Padre. Señala su cabeza herida, su costado traspasado, sus pies lacerados; alza sus manos que llevan la señal de los clavos. Presenta los trofeos de su triunfo; ofrece a Dios la gavilla de las primicias, aquellos que resucitaron con él como representantes de la gran multitud que saldrá de la tumba en ocasión de su segunda venida. Se acerca al Padre ante quien hay regocijo por un solo pecador que se arrepiente. Desde antes que fueran echados los cimientos de la tierra, el Padre y el Hijo se habían unido en un pacto para redimir al hombre en caso de que fuese vencido por Satanás. Habían unido sus manos en un solemne compromiso de que Cristo sería fiador de la especie humana. Cristo había cumplido este compromiso. Cuando sobre la cruz exclamó: "Consumado es," se dirigió al Padre. El pacto había sido llevado plenamente a cabo. Ahora declara: Padre, consumado es. He hecho tu voluntad, oh Dios mío. He completado la obra de la redención. Si tu justicia está satisfecha, "aquellos que me has dado, quiero que donde yo estoy, ellos estén también conmigo."
Se oye entonces la voz de Dios proclamando que la justicia está satisfecha. Satanás está vencido. Los hijos de Cristo, que trabajan y luchan en la tierra, son "aceptos en el Amado." Delante de los ángeles celestiales y los representantes de los mundos que no cayeron, son declarados justificados. Donde él esté, allí estará su iglesia. "La misericordia y la verdad se encontraron: la justicia y la paz se besaron." Los brazos del Padre rodean a su Hijo, y se da la orden: "Adórenlo todos los ángeles de Dios."
Con gozo inefable, los principados y las potestades reconocen la supremacía del Príncipe de la vida. La hueste angélica se postra delante de él, mientras que el alegre clamor llena todos los atrios del cielo: "¡Digno es el Cordero que ha sido inmolado, de recibir el poder, y la riqueza, y la sabiduría, y la fortaleza, y la honra, y la gloria, y la bendición!'
Los cantos de triunfo se mezclan con la música de las arpas angelicales, hasta que el cielo parece rebosar de gozo y alabanza. El amor ha vencido. Lo que estaba perdido se ha hallado. El cielo repercute con voces que en armoniosos acentos proclaman: "¡Bendición, y honra y gloria y dominio al que está sentado sobre el trono, y al Cordero, por los siglos de los siglos!"
Desde aquella escena de gozo celestial, nos llega a la tierra el eco de las palabras admirables de Cristo: "Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios." La familia del cielo y la familia de la tierra son una. Nuestro Señor ascendió para nuestro bien y para nuestro bien vive. "Por lo cual puede también salvar eternamente a los que por él se allegan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos."







lunes, 23 de mayo de 2016

Doctrinad a Todas las Naciones

Estando a sólo un paso de su trono celestial, Cristo dio su mandato a sus discípulos: "Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra --dijo.-- Por tanto, id, y doctrinad a todos los Gentiles." "Id por todo el mundo; predicad el evangelio a toda criatura.'
Repitió varias veces estas palabras a fin de que los discípulos comprendiesen su significado. La luz del cielo debía resplandecer con rayos claros y fuertes sobre todos los habitantes de la tierra, encumbrados y humildes, ricos y pobres. Los discípulos habían de colaborar con su Redentor en la obra de salvar al mundo.
El mandato había sido dado a los doce cuando Cristo se encontró con ellos en el aposento alto; pero debía ser comunicado ahora a un número mayor. En una montaña de Galilea se realizó una reunión, en la cual se congregaron todos los creyentes que pudieron ser llamados. De esta reunión, Cristo mismo había designado, antes de su muerte, la fecha y el lugar. El ángel, al lado de la tumba, recordó a los discípulos la promesa que hiciera de encontrarse con ellos en Galilea. La promesa fue repetida a los creyentes que se habían reunido en Jerusalén durante la semana de la Pascua, y por ellos llegó a muchos otros solitarios que estaban lamentando la muerte de su Señor. Con intenso interés, esperaban todos la entrevista. Concurrieron al lugar de reunión por caminos indirectos, viniendo de todas direcciones para evitar la sospecha de los judíos envidiosos. Vinieron con el corazón en suspenso, hablando con fervor unos a otros de las nuevas que habían oído acerca de Cristo.
Al momento fijado, como quinientos creyentes se habían reunido en grupitos en la ladera de la montaña, ansiosos de aprender todo lo que podían de los que habían visto a Cristo desde su resurrección. De un grupo a otro iban los discípulos, contando todo lo que habían visto y oído de Jesús, y razonando de las Escrituras como él lo había hecho con ellos. Tomás relataba la historia de su incredulidad y contaba cómo sus dudas se habían disipado. De repente Jesús se presentó en medio de ellos. Nadie podía decir de dónde ni cómo había venido. Nunca antes le habían visto muchos de los presentes, pero en sus manos y sus pies contemplaban las señales de la crucifixión; su semblante era como el rostro de Dios, y cuando lo vieron, le adoraron.
Pero algunos dudaban. Siempre será así. Hay quienes encuentran difícil ejercer fe y se colocan del lado de la duda. Los tales pierden mucho por causa de su incredulidad. Esta fue la única entrevista que Jesús tuvo con muchos de los creyentes después de su resurrección. Vino y les habló diciendo: "Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra." Los discípulos le habían adorado antes que hablase, pero sus palabras, al caer de labios que habían sido cerrados por la muerte, los conmovían con un poder singular. Era ahora el Salvador resucitado. Muchos de ellos le habían visto ejercer su poder sanando a los enfermos y dominando a los agentes satánicos. Creían que poseía poder para establecer su reino en Jerusalén, poder para apagar toda oposición, poder sobre los elementos de la naturaleza. Había calmado las airadas aguas; había andado sobre las ondas coronadas de espuma; había resucitado a los muertos.
Ahora declaró que "toda potestad" le era dada. Sus palabras elevaron los espíritus de sus oyentes por encima de las cosas terrenales y temporales hasta las celestiales y eternas. Les infundieron el más alto concepto de su dignidad y gloria.
Las palabras que pronunciara Cristo en la ladera de la montaña eran el anuncio de que su sacrificio en favor del hombre era definitivo y completo. Las condiciones de la expiación habían sido cumplidas; la obra para la cual había venido a este mundo se había realizado. Se dirigía al trono de Dios, para ser honrado por los ángeles, principados y potestades. Había iniciado su obra de mediación. Revestido de autoridad ilimitada, dio su mandato a los discípulos: "Id, pues, y haced discípulos entre todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo: enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado: y he aquí que estoy yo con vosotros siempre, hasta la consumación del siglo."
El pueblo judío había sido depositario de la verdad sagrada; pero el farisaísmo había hecho de él el más exclusivista, el más fanático de toda la familia humana. Todo lo que se refería a los sacerdotes y príncipes: sus atavíos, costumbres, ceremonias, tradiciones, los incapacitaba para ser la luz del mundo. Se miraban a sí mismos, la nación judía, como el mundo. Pero Cristo comisionó a sus discípulos para que proclamasen una fe y un culto que no encerrasen idea de casta ni de país, una fe que se adaptase a todos los pueblos, todas las naciones, todas las clases de hombres.
Antes de dejar a sus discípulos, Cristo presentó claramente la naturaleza de su reino. Les recordó lo que les había dicho antes acerca de ello. Declaró que no era su propósito establecer en este mundo un reino temporal, sino un reino espiritual. No iba a reinar como rey terrenal en el trono de David. Volvió a explicarles las Escrituras, demostrando que todo lo que había sufrido había sido ordenado en el cielo, en los concilios celebrados entre el Padre y él mismo. Todo había sido predicho por hombres inspirados del Espíritu Santo. Dijo: Veis que todo lo que os he revelado acerca de mi rechazamiento como Mesías se ha cumplido. Todo lo que os he dicho acerca de la humillación que iba a soportar y la muerte que iba a sufrir, se ha verificado. El tercer día resucité. Escudriñad más diligentemente las Escrituras y veréis que en todas estas cosas se ha cumplido lo que especificaba la profecía acerca de mí.
Cristo ordenó a sus discípulos que empezasen en Jerusalén la obra que él había dejado en sus manos. Jerusalén había sido escenario de su asombrosa condescendencia hacia la familia humana. Allí había sufrido, había sido rechazado y condenado. La tierra de Judea era el lugar donde había nacido. Allí, vestido con el atavío de la humanidad, había andado con los hombres, y pocos habían discernido cuánto se había acercado el cielo a la tierra cuando Jesús estuvo entre ellos. En Jerusalén debía empezar la obra de los discípulos.
En vista de todo lo que Cristo había sufrido allí, y de que su trabajo no había sido apreciado, los discípulos podrían haber pedido un campo más promisorio; pero no hicieron tal petición. El mismo terreno donde él había esparcido la semilla de la verdad debía ser cultivado por los discípulos, y la semilla brotaría y produciría abundante mies. En su obra, los discípulos habrían de hacer frente a la persecución por los celos y el odio de los judíos; pero esto lo había soportado su Maestro, y ellos no habían de rehuirlo. Los primeros ofrecimientos de la misericordia debían ser hechos a los homicidas del Salvador.
Había en Jerusalén muchos que creían secretamente en Jesús, y muchos que habían sido engañados por los sacerdotes y príncipes. A éstos también debía presentarse el Evangelio. Debían ser llamados al arrepentimiento. La maravillosa verdad de que sólo por Cristo podía obtenerse la remisión de los pecados debía presentarse claramente. Mientras todos los que estaban en Jerusalén estaban conmovidos por los sucesos emocionantes de las semanas recién transcurridas, la predicación del Evangelio iba a producir la más profunda impresión.
Pero la obra no debía detenerse allí. Había de extenderse hasta los más remotos confines de la tierra. Cristo dijo a sus discípulos: Habéis sido testigos de mi vida de abnegación en favor del mundo. Habéis presenciado mis labores para Israel. Aunque no han querido venir a mí para obtener la vida, aunque los sacerdotes y príncipes han hecho de mí lo que quisieron, aunque me rechazaron según lo predecían las Escrituras, deben tener todavía una oportunidad de aceptar al Hijo de Dios. Habéis visto todo lo que me ha sucedido, habéis visto que a todos los que vienen a mí confesando sus pecados yo los recibo libremente. De ninguna manera echaré al que venga a mí. Todos los que quieran pueden ser reconciliados con Dios y recibir la vida eterna. A vosotros, mis discípulos, confío este mensaje de misericordia. Debe proclamarse primero a Israel y luego a todas las naciones, lenguas y pueblos. Debe ser proclamado a judíos y gentiles. Todos los que crean han de ser reunidos en una iglesia.
Mediante el don del Espíritu Santo, los discípulos habían de recibir un poder maravilloso. Su testimonio iba a ser confirmado por señales y prodigios. No sólo los apóstoles iban a hacer milagros, sino también los que recibiesen su mensaje. Cristo dijo: "En mi nombre echarán fuera demonios; hablarán nuevas lenguas; quitarán serpientes, y si bebieren cosa mortífera, no les dañará; sobre los enfermos pondrán sus manos y sanarán."
En ese tiempo el envenenamiento era corriente. Los hombres faltos de escrúpulos no vacilaban en suprimir por este medio a los que estorbaban sus ambiciones. Jesús sabía que la vida de sus discípulos estaría así en peligro. Muchos pensarían prestar servicio a Dios dando muerte a sus testigos. Por lo tanto, les prometió protegerlos de este peligro. Los discípulos iban a tener el mismo poder que Jesús había tenido para sanar "toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo." Al sanar en su nombre las enfermedades del cuerpo, testificarían de su poder para sanar el alma. Y se les prometía un nuevo don.
Los discípulos tendrían que predicar entre otras naciones, e iban a recibir la facultad de hablar otras lenguas. Los apóstoles y sus asociados eran hombres sin letras, pero por el derramamiento del Espíritu en el día de Pentecostés, su lenguaje, fuese en su idioma o en otro extranjero, era puro, sencillo y exacto, tanto en los vocablos como en el acento. Así dio Cristo su mandato a sus discípulos. Proveyó ampliamente para la prosecución de la obra y tomó sobre sí la responsabilidad de su éxito. Mientras ellos obedeciesen su palabra y trabajasen en relación con él, no podrían fracasar. Id a todas las naciones, les ordenó. Id hasta las partes más lejanas del globo habitable, pero sabed que mi presencia estará allí. Trabajad con fe y confianza, porque nunca llegará el momento en que yo os abandone.
El mandato que dio el Salvador a los discípulos incluía a todos los creyentes en Cristo hasta el fin del tiempo. Es un error fatal suponer que la obra de salvar almas sólo depende del ministro ordenado. Todos aquellos a quienes llegó la inspiración celestial, reciben el Evangelio en cometido. A todos los que reciben la vida de Cristo se les ordena trabajar para la salvación de sus semejantes. La iglesia fue establecida para esta obra, y todos los que toman sus votos sagrados se comprometen por ello a colaborar con Cristo.
"El Espíritu y la Esposa dicen: Ven. Y el que oye, diga: Ven." Todo aquel que oye ha de repetir la invitación. Cualquiera sea la vocación de uno en la vida, su primer interés debe ser ganar almas para Cristo. Tal vez no pueda hablar a las congregaciones, pero puede trabajar para los individuos. Puede comunicarles la instrucción recibida de su Señor. El ministerio no consiste sólo en la predicación. Ministran aquellos que alivian a los enfermos y dolientes, que ayudan a los menesterosos, que dirigen palabras de consuelo a los abatidos y a los de poca fe. Cerca y lejos, hay almas abrumadas por un sentimiento de culpabilidad. No son las penurias, los trabajos ni la pobreza lo que degrada a la humanidad. Es la culpabilidad, el hacer lo malo. Esto trae inquietud y descontento. Cristo quiere que sus siervos ministren a las almas enfermas de pecado.
Los discípulos tenían que comenzar su obra donde estaban. No habían de pasar por alto el campo más duro ni menos promisorio. Así también, todos los que trabajan para Cristo han de empezar donde están. En nuestra propia familia puede haber almas hambrientas de simpatía, que anhelan el pan de vida. Puede haber hijos que han de educarse para Cristo. Hay paganos a nuestra misma puerta. Hagamos fielmente la obra que está más cerca. Luego extiéndanse nuestros esfuerzos hasta donde la mano de Dios nos conduzca.
La obra de muchos puede parecer restringida por las circunstancias; pero dondequiera que esté, si se cumple con fe y diligencia, se hará sentir hasta las partes más lejanas de la tierra. La obra que Cristo hizo cuando estaba en la tierra parecía limitarse a un campo estrecho, pero multitudes de todos los países oyeron su mensaje. Con frecuencia Dios emplea los medios más sencillos para obtener los mayores resultados. Es su plan que cada parte de su obra dependa de todas las demás partes, como una rueda dentro de otra rueda, y que actúen todas en armonía. El obrero más humilde, movido por el Espíritu Santo, tocará cuerdas invisibles cuyas vibraciones repercutirán hasta los fines de la tierra, y producirán melodía a través de los siglos eternos.
Pero la orden: "Id por todo el mundo" no se ha de olvidar. Somos llamados a mirar las tierras lejanas. Cristo derriba el muro de separación, el prejuicio divisorio de las nacionalidades, enseña a amar a toda la familia humana. Eleva a los hombres del círculo estrecho que prescribe su egoísmo. Abroga todos los límites territoriales y las distinciones artificiales de la sociedad. No hace diferencia entre vecinos y extraños, entre amigos y enemigos. Nos enseña a mirar a toda alma menesterosa como a nuestro hermano, y al mundo como nuestro campo.
Cuando el Salvador dijo: "Id, y doctrinad a todos los Gentiles," dijo también: "Estas señales seguirán a los que creyeren: En mi nombre echarán fuera demonios; hablarán nuevas lenguas; quitarán serpientes, y si bebieren cosa mortífera, no les dañará; sobre los enfermos pondrán sus manos, y sanarán." La promesa es tan abarcante como el mandato. No porque todos los dones hayan de ser impartidos a cada creyente. El Espíritu reparte "particularmente a cada uno como quiere." Pero los dones del Espíritu son prometidos a todo creyente conforme a su necesidad para la obra del Señor. La promesa es tan categórica y fidedigna ahora como en los días de los apóstoles. "Estas señales seguirán a los que creyeren." Tal es el privilegio de los hijos de Dios, y la fe debe echar mano de todo lo que puede tener como apoyo.
"Sobre los enfermos pondrán sus manos, y sanarán." Este mundo es un vasto lazareto, pero Cristo vino para sanar a los enfermos y proclamar liberación a los cautivos de Satanás. El era en sí mismo la salud y la fuerza. Impartía vida a los enfermos, a los afligidos, a los poseídos de los demonios. No rechazaba a ninguno que viniese para recibir su poder sanador. Sabía que aquellos que le pedían ayuda habían atraído la enfermedad sobre sí mismos; sin embargo no se negaba a sanarlos. Y cuando la virtud de Cristo penetraba en estas pobres almas, quedaban convencidas de pecado, y muchos eran sanados de su enfermedad espiritual tanto como de sus dolencias físicas.
El Evangelio posee todavía el mismo poder, y ¿por qué no habríamos de presenciar hoy los mismos resultados? Cristo siente los males de todo doliente. Cuando los malos espíritus desgarran un cuerpo humano, Cristo siente la maldición. Cuando la fiebre consume la corriente vital, él siente la agonía. Y está tan dispuesto a sanar a los enfermos ahora como cuando estaba personalmente en la tierra. Los siervos de Cristo son sus representantes, los conductos por los cuales ha de obrar. El desea ejercer por ellos su poder curativo.
En las curaciones del Salvador hay lecciones para sus discípulos. Una vez ungió con barro los ojos de un ciego, y le ordenó: "Ve, lávate en el estanque de Siloé.... Y fue entonces, lavóse, y volvió viendo." Lo que curaba era el poder del gran Médico, pero él empleaba medios naturales. Aunque no apoyó el uso de drogas, sancionó el de remedios sencillos y naturales.
A muchos de los afligidos que eran sanados, Cristo dijo: "No peques más, porque no te venga alguna cosa peor." Así enseñó que la enfermedad es resultado de la violación de las leyes de Dios, tanto naturales como espirituales. El mucho sufrimiento que impera en este mundo no existiría si los hombres viviesen en armonía con el plan del Creador.
Cristo había sido guía y maestro del antiguo Israel, y le enseñó que la salud es la recompensa de la obediencia a las leyes de Dios. El gran Médico que sanó a los enfermos en Palestina había hablado a su pueblo desde la columna de nube, diciéndole lo que debía hacer y lo que Dios haría por ellos. "Si oyeres atentamente la voz de Jehová tu Dios --dijo,-- e hicieres lo recto delante de sus ojos, y dieres oído a sus mandamientos, y guardares todos sus estatutos, ninguna enfermedad de las que envié a los Egipcios te enviaré a ti; porque yo soy Jehová tu Sanador." Cristo dio a Israel instrucciones definidas acerca de sus hábitos de vida y le aseguró: "Quitará Jehová de ti toda enfermedad." Cuando el pueblo cumplió estas condiciones, se le cumplió la promesa. "No hubo en sus tribus enfermo."
Estas lecciones son para nosotros. Hay condiciones que deben observar todos los que quieran conservar la salud. Todos deben aprender cuáles son esas condiciones. Al Señor no le agrada que se ignoren sus leyes, naturales o espirituales. Hemos de colaborar con Dios para devolver la salud al cuerpo tanto como al alma.
Y debemos enseñar a otros a conservar y recobrar la salud. Para los enfermos, debemos usar los remedios que Dios proveyó en la naturaleza, y debemos señalarles a Aquel que es el único que puede sanar. Nuestra obra consiste en presentar los enfermos y dolientes a Cristo en los brazos de nuestra fe. Debemos enseñarles a creer en el gran Médico. Debemos echar mano de su promesa, y orar por la manifestación de su poder. La misma esencia del Evangelio es la restauración, y el Salvador quiere que invitemos a los enfermos, los imposibilitados y los afligidos a echar mano de su fuerza.
El poder del amor estaba en todas las obras de curación de Cristo, y únicamente participando de este amor por la fe podemos ser instrumentos apropiados para su obra. Si dejamos de ponernos en relación divina con Cristo, la corriente de energía vivificante no puede fluir en ricos raudales de nosotros a la gente. Hubo lugares donde el Salvador mismo no pudo hacer muchos prodigios por causa de la incredulidad. Así también la incredulidad separa a la iglesia de su Auxiliador divino. Ella está aferrada sólo débilmente a las realidades eternas. Por su falta de fe, Dios queda chasqueado y despojado de su gloria.
Haciendo la obra de Cristo es como la iglesia tiene la promesa de su presencia. Id, doctrinad a todas las naciones, dijo; "y he aquí, yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo."
Una de las primeras condiciones para recibir su poder consiste en tomar su yugo. La misma vida de la iglesia depende de su fidelidad en cumplir el mandato del Señor. Descuidar esta obra es exponerse con seguridad a la debilidad y decadencia espirituales. Donde no hay labor activa por los demás, se desvanece el amor, y se empaña la fe. Cristo quiere que sus ministros sean educadores de la iglesia en la obra evangélica. Han de enseñar a la gente a buscar y salvar a los perdidos. Pero, ¿es ésta la obra que están haciendo?
¡Ay, cuán pocos se esfuerzan para avivar la chispa de vida en una iglesia que está por morir! ¡Cuántas iglesias son atendidas como corderos enfermos por aquellos que debieran estar buscando a las ovejas perdidas! Y mientras tanto millones y millones están pereciendo sin Cristo.
El amor divino ha sido conmovido hasta sus profundidades insondables por causa de los hombres, y los ángeles se maravillan al contemplar una gratitud meramente superficial en los que son objeto de un amor tan grande. Los ángeles se maravillan al ver el aprecio superficial que tienen los hombres por el amor de Dios. El cielo se indigna al ver la negligencia manifestada en cuanto a las almas de los hombres. ¿Queremos saber cómo lo considera Cristo? ¿Cuáles serían los sentimientos de un padre y una madre si supiesen que su hijo, perdido en el frío y la nieve, había sido pasado de lado y que le dejaron perecer aquellos que podrían haberle salvado? ¿No estarían terriblemente agraviados, indignadísimos? ¿No denunciarían a aquellos homicidas con una ira tan ardiente como sus lágrimas, tan intensa como su amor? Los sufrimientos de cada hombre son los sufrimientos del Hijo de Dios, y los que no extienden una mano auxiliadora a sus semejantes que perecen, provocan su justa ira. Esta es la ira del Cordero. A los que aseveran tener comunión con Cristo y sin embargo han sido indiferentes a las necesidades de sus semejantes, les declarará en el gran día del juicio: "No os conozco de dónde seáis; apartaos de mí todos los obreros de iniquidad."
En el mandato dirigido a sus discípulos, Cristo no sólo esbozó su obra, sino que les dio su mensaje. Enseñad al pueblo, dijo, "que guarden todas las cosas que os he mandado." Los discípulos habían de enseñar lo que Cristo había enseñado. Ello incluye lo que él había dicho, no solamente en persona, sino por todos los profetas y maestros del Antiguo Testamento. Excluye la enseñanza humana. No hay lugar para la tradición, para las teorías y conclusiones humanas ni para la legislación eclesiástica. Ninguna ley ordenada por la autoridad eclesiástica está incluida en el mandato. Ninguna de estas cosas han de enseñar los siervos de Cristo. "La ley y los profetas," con el relato de sus propias palabras y acciones, son el tesoro confiado a los discípulos para ser dado al mundo. El nombre de Cristo es su consigna, su señal de distinción, su vínculo de unión, la autoridad de su conducta y la fuente de su éxito. Nada que no lleve su inscripción ha de ser reconocido en su reino.
El Evangelio no ha de ser presentado como una teoría sin vida, sino como una fuerza viva para cambiar la vida. Dios desea que los que reciben su gracia sean testigos de su poder. A aquellos cuya conducta ha sido más ofensiva para él los acepta libremente; cuando se arrepienten, les imparte su Espíritu divino; los coloca en las más altas posiciones de confianza y los envía al campamento de los desleales a proclamar su misericordia ilimitada. Quiere que sus siervos atestigüen que por su gracia los hombres pueden poseer un carácter semejante al suyo y que se regocijen en la seguridad de su gran amor. Quiere que atestigüemos que no puede quedar satisfecho hasta que la familia humana esté reconquistada y restaurada en sus santos privilegios de hijos e hijas. En Cristo está la ternura del pastor, el afecto del padre y la incomparable gracia del Salvador compasivo. El presenta sus bendiciones en los términos más seductores. No se conforma con anunciar simplemente estas bendiciones; las ofrece de la manera más atrayente, para excitar el deseo de poseerlas. Así han de presentar sus siervos las riquezas de la gloria del don inefable. El maravilloso amor de Cristo enternecerá y subyugará los corazones cuando la simple exposición de las doctrinas no lograría nada. "Consolaos, consolaos, pueblo mío, dice vuestro Dios." "Súbete sobre un monte alto, anunciadora de Sión; levanta fuertemente tu voz, anunciadora de Jerusalem; levántala, no temas; di a las ciudades de Judá: ¡Veis aquí el Dios vuestro! . . . Como pastor apacentará su rebaño; en su brazo cogerá los corderos, y en su seno los llevará.' Hablad al pueblo de Aquel que es "señalado entre diez mil," y "todo él codiciable.' Las palabras solas no lo pueden contar.
Refléjese en el carácter y manifiéstese en la vida. Cristo está retratándose en cada discípulo. Dios ha predestinado a cada uno a ser conforme "a la imagen de su Hijo.' En cada uno, el longánime amor de Cristo, su santidad, mansedumbre, misericordia y verdad, han de manifestarse al mundo.
Los primeros discípulos salieron predicando la palabra. Revelaban a Cristo en su vida. Y el Señor obraba con ellos "confirmando la palabra con las señales que se seguían.' Estos discípulos se prepararon para su obra. Antes del día de Pentecostés, se reunieron y apartaron todas sus divergencias. Estaban unánimes. Creían la promesa de Cristo de que la bendición sería dada, y oraban con fe. No pedían una bendición solamente para sí mismos; los abrumaba la preocupación por la salvación de las almas. El Evangelio debía proclamarse hasta los últimos confines de la tierra, y ellos pedían que se les dotase del poder que Cristo había prometido. Entonces fue derramado el Espíritu Santo, y millares se convirtieron en un día.
Así también puede ser ahora. En vez de las especulaciones humanas, predíquese la Palabra de Dios. Pongan a un lado los cristianos sus disensiones y entréguense a Dios para salvar a los perdidos. Pidan con fe la bendición, y la recibirán. El derramamiento del Espíritu en los días apostólicos fue la "lluvia temprana,' y glorioso fue el resultado. Pero la lluvia "tardía" será más abundante.
Todos los que consagran su alma, cuerpo y espíritu a Dios, recibirán constantemente una nueva medida de fuerzas físicas y mentales. Las inagotables provisiones del Cielo están a su disposición. Cristo les da el aliento de su propio espíritu, la vida de su propia vida. El Espíritu Santo despliega sus más altas energías para obrar en el corazón y la mente. La gracia de Dios amplía y multiplica sus facultades y toda perfección de la naturaleza divina los auxilia en la obra de salvar almas. Por la cooperación con Cristo, son completos en él, y en su debilidad humana son habilitados para hacer las obras de la Omnipotencia.
El Salvador anhela manifestar su gracia e imprimir su carácter en el mundo entero. Es su posesión comprada, y anhela hacer a los hombres libres, puros y santos. Aunque Satanás obra para impedir este propósito, por la sangre derramada para el mundo hay triunfos que han de lograrse y que reportarán gloria a Dios y al Cordero. Cristo no quedará satisfecho hasta que la victoria sea completa, y él vea "del trabajo de su alma . . . y será saciado." Todas las naciones de la tierra oirán el Evangelio de su gracia. No todos recibirán su gracia; pero "la posteridad le servirá; será ella contada por una generación de Jehová.' "El reino, y el dominio, y el señorío de los reinos por debajo de todos los cielos, será dado al pueblo de los santos del Altísimo," y "la tierra será llena del conocimiento de Jehová, como cubren la mar las aguas." "Y temerán desde el occidente el nombre de Jehová, y desde el nacimiento del sol su gloria."
"¡Cuán hermosos son sobre los montes los pies del que trae alegres nuevas, del que publica la paz, del que trae nuevas del bien, del que publica salud, del que dice a Sión: Tu Dios reina! . . . Cantad alabanzas, alegraos juntamente, soledades de Jerusalem: porque Jehová ha consolado su pueblo.... Jehová desnudó el brazo de su santidad ante los ojos de todas las gentes; y todos los términos de la tierra verán la salud del Dios nuestro."